El indicador grande es el Jekyll y Hyde de las aves.
Al menos así lo explica Claire Spottiswoode. La zoóloga de la Universidad de Cambridge ha pasado los últimos ocho años estudiando el lado oscuro de la especie en las sabanas boscosas del sur de África. Minutos después de llegar al mundo, las crías del Indicador Grande se vuelven asesinas, al utilizar los punzantes extremos de sus picos para matar a sus compañeros de nido. Pero las víctimas no son los familiares del joven indicador: en realidad son las crías de los verdaderos dueños del nido, que ahora tienen la desafortunada tarea de criar a un brutal parásito de puesta.
Más recientemente, Spottiswoode se ha concentrado en estudiar el lado más amable del indicador. Como adultos, las aves de picos rosados hacen honor a su nombre y guían a los cazadores hacia las colmenas salvajes atesoradas en las cavidades de los baobabs y otros árboles altos. Luego los hombres escalan los troncos, destruyen las colmenas y huyen con los pegajosos tesoros, y dejan la cera y las larvas ricas en calorías en el interior para sus cómplices criminales —el Indicador Grande es una de las pocas aves que pueden consumir y digerir cera—. Es lo que los científicos llaman una interacción simbiótica y, para la comunidad yao de Mozambique, donde Spottiswoode realizó su investigación más reciente, la miel tiene un papel fundamental en su vida diaria.
Este insólito acuerdo comercial entre aves salvajes y personas se ha registrado en varias regiones de África desde el año 1500 pero no fue hasta que Spottiswoode pasó tiempo con los yao que se descubrió la parte más extraordinaria de esta relación: las aves y las personas pueden comunicarse. Como recientemente descubrió Spottiswoode, los yao utilizan un resonante brrr-hm al enrollar la lengua como en español antes de cortar el sonido con un estridente "humph" para avisarles a los indicadores cuando están listos para salir a cazar.
Escuche cómo un cazador Yao llama a un indicador.
En los experimentos de Spottiswoode, el llamado efectivamente atraía a los indicadores el 66 por ciento de las veces. Y con un ave como guía, las posibilidades de encontrar una colmena se disparaban: Spottiswoode notó que el 75 por ciento de las búsquedas con guía eran exitosas. Este nivel de comunicación compleja es inaudita en la naturaleza. De hecho, es el único ejemplo conocido de señales bidireccionales enfocadas entre las personas y una especie libre. La situación más próxima puede ser una relación no comprobada entre delfines y pueblos de pescadores en Laguna, Brasil.
Aunque la mayoría de los animales están programados para huir de la presencia humana, el Indicador Grande la acepta. ¿Pero cómo aprenden las aves a trabajar con las personas? La teoría de Spottiswoode es que el comportamiento es innato. Como los polluelos son criados por especies alternativas (abubillas, alciones, entre otros), no pueden aprender este comportamiento sumamente inusual de sus padres. En su lugar, las aves deben heredar el conocimiento y refinarlo para que se adapte al lugar a medida que maduran. En Tanzania, por ejemplo, la señal es un silbido; en Zambia, el sonido que se produce al cortar madera, sostiene la zoóloga.
Sin embargo, el papel de la pequeña ave de los arbustos es cada vez menor. A medida que más habitantes deciden criar y domesticar sus propias colmenas, el indicador queda abandonado a su suerte. Pero para los yao de Mozambique, su alianza es sólida. "'¿Por qué haríamos otra cosa?' Eso me dijeron", dice Spottiswoode. El brrr-hm es parte de su idioma, parte de su propia identidad. Lo aprendieron de sus padres y se lo enseñarán a sus hijos. Después de siglos de vivir con la naturaleza, los yao saben que en la sabana, uno necesita todos los amigos que pueda conseguir.
Riesgos ocupacionales
La caza de miel no es para los débiles. "Además del riesgo obvio de ser picado por una horda de abejas enfadadas, existen otros peligros escondidos en los arbustos: los cazadores de miel deben tener cuidado de no ser pisoteados por búfalos y elefantes", dice Spottiswoode. Cargar las cubetas pesadas llenas de miel de regreso al pueblo tampoco es tarea fácil.
Algo para todos
Una colmena salvaje ofrece una gran recompensa para el guía y el cazador. Los humanos se apropian de la miel, mientras que las aves escarban el panal lleno de larvas. Los Indicadores Grandes pueden procesar la cera de abejas gracias a una combinación especial de enzimas y microbios que viven en su tracto digestivo. Otras aves capaces de digerir la cera incluyen aves cantoras que se alimentan de bayas, como golondrinas y ruiseñores, y aves marinas que se alimentan de crustáceos, como petreles y alcas.
Crisis de identidad
El Indicador Grande macho, o indicator indicator, se distingue por su barba negra y por las zonas de amarillo brillante en sus hombros. Tanto machos como hembras presentan comportamiento simbiótico. Los jóvenes, sin embargo, se ven muy diferentes: presentan un tono color miel en el pecho y un anillo prominente alrededor del ojo. El contraste es tan notorio que, en realidad, los locales consideran que los indicadores jóvenes, más recluidos, son una especie completamente diferente.
Prueba de sonido
El estudio de Spottiswoode sobre las interacciones entre los yao y los Indicadores fue más allá de la mera observación. Para medir la efectividad del llamado brrrr-hm reprodujo la señal de los cazadores repetidas veces mientras se trasladaba por el territorio del Indicador Grande. Luego hizo lo mismo con otros dos sonidos, uno humano y uno animal, y descubrió que el brrr-hm era el sonido más eficaz para atraer a las aves. En otro experimento, Spottiswoode probó el nivel de volumen del llamado y concluyó que el mismo no era un factor importante a la hora de atraer a la especie.
Una operación delicada
Soplar humo dentro de la colmena ayuda a calmar a las abejas, lo que hace que abrir el panal sea más fácil (y menos caótico). Es una práctica que también utilizan los apicultores occidentales, la diferencia es que los yao tienen que encontrar un modo de hacerlo a entre 15 y 100 metros de altura. Este hábitat boscoso no es el de la sabana africana típica, pero las aves y los habitantes han aprendido a prosperar en él. "Los árboles son altos y las abejas son pequeñas", dice Spottiswoode para explicar por qué los cazadores dependen tanto de las aves.
Sabiduría local
La relación entre el Indicador Grande y las comunidades indígenas africanas ha sido objeto de muchas investigaciones científicas. Un estudio realizado en Zambia muestra que hasta un 10 por ciento de la dieta de los hadza se debe a la colaboración con los indicadores, a pesar de que algunos habitantes terminan quemando la cera y dejan una recompensa casi inexistente para sus voraces exploradores. Mientras tanto, los cazadores boran, de Kenia, pueden interpretar el patrón de vuelo y las llamadas de las aves para determinar la distancia y la dirección de la colmena.
Una sociedad antigua
La alianza entre los humanos y los indicadores se documentó por primera vez en el año 1500, pero algunos expertos creen que puede ser tan antigua como el Homo erectus, lo que significaría que existe hace aproximadamente 1,9 millones de años. Hoy en día, los habitantes yao mantienen viva esta tradición. Aunque brrr-hm es el desencadenante de preferencia, Spottiswoode dice que el tipo de sonido es arbitrario en gran medida. Lo importante es el significado.
Tesoros protegidos
Los cazadores yao tienen acceso libre a la Reserva Nacional Niassa, un área protegida que tiene casi el tamaño de Dinamarca. El gobierno y la Sociedad de Conservación de la Vida Silvestre de Mozambique administran el santuario, que es hogar de una naturaleza extraordinaria, incluso mamíferos endémicos, árboles ancestrales y aves como la Pita Angoleña y la Culebrera Barrada. Spottiswoode señala a Niassa como un símbolo de la coexistencia entre animales y seres humanos, lo que hace aún más apropiado que los habitantes y las aves busquen alimento juntos dentro de sus fronteras.
Consideraciones más severas
Como el vino, la miel cuenta su propia historia local: toma su sabor de la tierra y los animales que la fabrican para formar una región propia. El gusto varía según el nido y es muy diferente de la miel que se compra en la tienda. El sabor es fuerte, dice Spottiswoode, casi al punto de picar en la garganta.