Ocho años atrás, un día frío y ventoso en Chicago, Jennifer Uehling paseaba por Hyde Park, un barrio pintoresco conocido por sus librerías, museos e imponentes casas históricas. El paisaje no era para nada tropical, pero ese día un elemento irrumpió con el zumbido del tráfico de la avenida Stony Island.
“Se oía un graznido fuerte”, dice Uehling, estudiante de posgrado en ecología evolutiva en la Universidad de Cornell. Casi una docena de Cotorras Monje verdes pasaron zumbando por encima de su cabeza. Desconcertada, Uehling estaba segura que sus ojos le estaban jugando una mala pasada. "Un grupo de loros es lo último que esperaba ver deambulando por Chicago”.
Un siglo luego de la extinción de la Cotorra de Carolina (el único loro autóctono de los Estados Unidos, que probablemente aparecía tan lejos al norte como en Chicago) las áreas urbanas y rurales en todo el país ahora albergan otro loro verde. Las Cotorras Monje, originalmente de América del Sur, están desafiando la nieve en Nueva York y construyendo nidos sobre tendidos eléctricos en Miami. Se las puede ver a lo largo de los 43 estados posando sobre comederos, anidando sobre palmeras y postes telefónicos y volando juntas cerca de las playas.
“Básicamente van a donde hay gente” cuenta Kimball Garrett, un ornitólogo del Museo de Historia Natural del Condado de Los Ángeles. Las Cotorras Monje tampoco están solas. El condado de Los Ángeles, por ejemplo, es hogar de unas 15 especies de loros, incluidos el Loro Tamaulipeco, la Amazona de Corona Violeta y la Aratinga Ñanday; todas especies que no son autóctonas de California.
La multiplicación de loros en el país puede deberse al aumento de la demanda de mascotas exóticas y llamativas hace medio siglo. Para los años setenta, se habían importado desde todo el mundo a los Estados Unidos miles de loros silvestres capturados, algunos de los cuales escaparon o sus dueños los dejaron en libertad. Las poblaciones introducidas y en aumento hoy en día son descendientes de estos loros mascota, según Stephen Pruett-Jones, ornitólogo en la Universidad de Chicago. “Cuantas más mascotas se importan, más aves probablemente se escapen o sean liberadas”, afirma Pruett-Jones. “Solo les ha tomado algunas décadas esparcirse por todo el país”.
Los loros extranjeros están distribuidos a lo largo y a lo ancho del país, pero nadie jamás ha logrado trazar qué especies viven en qué lugares ni si las poblaciones se están reproduciendo en forma consistente. Luego de su encuentro sorpresivo en Chicago, Uehling decidió emprender el proyecto ella misma. “Dadas las cifras en aumento de algunas especies, es importante tener un registro de dónde están”, explica. Las cifras pueden dar a los investigadores una idea más clara de su impacto y de qué forma se podría, potencialmente, controlar a los loros: Por ejemplo, ¿qué amenaza representan para la vida silvestre autóctona? ¿Acaso podrían ser clave para la conservación de las poblaciones en peligro de extinción?
Uehling y Pruett-Jones agruparon casi 120,000 avistamientos singulares de loros entre 2002 y 2016 del eBird del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell y del Conteo Navideño de Aves de Audubon, ambos proyectos de ciencia comunitarios que se basan en los informes de usuarios. Su lista exhaustiva, publicada en abril en Journal of Ornithology, incluía 56 especies de loros avistadas en 43 estados; 25 de ellas reproduciéndose en forma activa. La Cotorra Monje, el Loro Tamaulipeco y la Aratinga Ñanday se avistaban con mayor frecuencia, representando un 61% de todos los avistamientos, lo cual no sorprende si consideramos que estas especies viven en grandes ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Miami y Chicago.
Florida, California, y Texas ocuparon los primeros puestos respecto a los avistamientos totales de loros, las 25 especies reproductoras se encuentran en estos estados subtropicales. Las aves anidan en árboles con grandes cavidades como palmeras, eucaliptos y robles, y el clima templado es ideal para cultivar árboles frutales y flores ornamentales en jardines y parques. Además de ser populares entre jardineros, estas plantas exóticas también son una fuente de alimentación rica para los loros. “Si no fuera por el riego y el crecimiento de plantas tropicales, estaríamos lejos de tener las poblaciones de loros que tenemos”, afirma Garrett.
En el sur de Florida, los residentes disfrutan las visitas a los jardines de los loros de cabeza roja y los guacamayos azulamarillos. Estas aves “comen todo lo que sea fruta, flor o tallo”, dice Paul Reillo, director de Tropical Conservation Institute en la Florida International University en Loxahatchee, quien realiza un seguimiento a las poblaciones de loros en todo el estado a través de Rare Species Conservatory Foundation. Dice que muchas personas celebran a los loros como una parte integral de la biodiversidad vibrante que existe en Florida, incluso si no son autóctonos. “Ofrecen un vistazo hermoso y cautivador de las áreas tropicales”, dice Reillo. Algunos residentes alientan de forma activa a los visitantes instalando cajas nido en sus jardines; y en muchas áreas como Palm Beach, hay santuarios para aves, incluso para especies no autóctonas.
Si bien muchos recibieron con entusiasmo a estos visitantes exóticos, para otros pueden ser una molestia. Y junto con su potencial impacto a las especies autóctonas, también presentan sus propios interrogantes y dilemas.
Los trabajadores de los servicios públicos de Florida, por ejemplo, tienen la tarea de tirar abajo enormes nidos enredados para evitar cortes de electricidad en el estado. La culpable es la Cotorra Monje, la única especie de loro en el mundo que construye su propio nido con pequeñas ramas y cualquier otra cosa que encuentre. En Florida, construyen sus nidos comunitarios y revueltos en subestaciones eléctricas, sobre transformadores eléctricos y tendidos eléctricos. Su obra provoca cortes de electricidad. Un estudio en 2008 reveló que los nidos de las Cotorras Monje habían causado 198 cortes de electricidad en 5 meses, lo cual afectó a más de 10,000 personas.
California no tiene este problema, la Cotorra Monje fue prohibida en su totalidad en los años setenta por el daño excesivo que causan a la agricultura. “No es posible ser su dueño, no es posible transportarlas, y no se pueden poseer sus plumas”, comenta Pruett-Jones. Explica que las aves avistadas por el Departamento de Pesca y Vida Silvestre de los EE. UU. se confiscan y sacrifican.
Dada la ausencia de la Cotorra Monje, otros loros no autóctonos con una cualidad algo menos destructiva han podido desarrollarse a lo largo de la costa del sur de California. El Loro Tamaulipeco en particular se ha vuelto tan ubicuo como las palmeras que se extienden a lo largo de las calles de Los Ángeles; pero está en peligro de extinción en su hábitat natural en México.
Su éxito en los Estados Unidos es una gran noticia para Sarah Mansfield, gerenta de operaciones en el centro de rescate de loros urbanos SoCal Parrot. Mansfield calcula que hay hasta 2,000 loros tamaulipeco entre Los Ángeles, el condado de Orange y San Diego. “Es una cifra mayor a la que encontré en México, en donde sus hábitats se están talando para realizar actividades de ganadería y agricultura”, dice. Lo que comenzó como unos pocos fugitivos ahora ha crecido hasta convertirse en una opción viable para salvar a la especie de la extinción. Si se agota el tiempo para las poblaciones mexicanas decrecientes, los grupos urbanos que se desarrollan en el sur de California pueden ser la última esperanza para los loros.
Pero no todo es color de rosa... Aunque el Loro Tamaulipeco esté protegido bajo las leyes de crueldad animal en California, las autoridades no consideran la especie una prioridad para la conservación debido a que no son autóctonas y son, en cambio, ‘mascotas fugitivas’.
“No existen leyes específicas que se apliquen para evitar que las personas alteren sus nidos o molesten a las aves de algún modo, porque aún se las ve como salvajes”, explica Mansfield, quien actualmente trabaja en el Consejo de la Ciudad de San Diego para obtener la protección de la especie.
Las complicaciones relacionadas a ser una especie introducida no son tan evidentes en Texas en donde el Loro Tamaulipeco y la Aratinga Verde se consideran autóctonos; algunas poblaciones cruzan desde México hasta el Valle del Río Grande por su cuenta. Tony Henehan, un biólogo de vida silvestre en el Departamento de Parques y Vida Silvestre de Texas afirma que incluso si algunos loros son descendientes de mascotas que han escapado, aún se las considera autóctonas. “Ningún otro loro en el continente tiene ese mérito”, comenta.
En 2008 el grupo activista sin fines de lucro Friends of the Animals presentó una petición para incluir al Loro Tamaulipeco para recibir protección de conformidad con la ley de Especies en Peligro de Extinción (ESA, por sus siglas en inglés). Aunque debido a que sus poblaciones están creciendo en las ciudades y áreas suburbanas , el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los EE. UU. determinó que la especie no justifica pertenecer a esa lista. Por su parte, el gobierno mexicano ha clasificado a los loros como aves en peligro de extinción y está imponiendo leyes más estrictas para reducir la destrucción del hábitat y la captura de loros salvajes para el tráfico de mascotas.
Después de la decisión de la ESA, que finalizó en abril, Henehan dice que el Departamento de Parques y Vida Silvestre de Texas está considerando opciones de control para el Loro Tamaulipeco a nivel estatal. “Estas aves están convirtiéndose en una parte integral del ecosistema urbano, y podrían servir como reservas genéticas si les sucede algo drástico a las poblaciones en su hábitat natural”, comenta.
Pero para controlar poblaciones introducidas de loros de forma efectiva en los Estados Unidos, Pruett-Jones dice que hacen falta investigaciones adicionales para entender mejor cómo están moldeando sus nuevos hogares urbanos. Una posibilidad es que estén compitiendo con aves autóctonas por las cavidades codiciadas para los nidos. Mientras que se desconoce bastante su impacto en la vegetación original, es probable que este sea mínimo ya que los comederos de jardines suburbanos y patios mantienen a las aves bien alimentadas.
“Los loros se están adaptando a lo que nosotros hacemos”, afirma Pruett-Jones, “y en cierta medida nosotros nos estamos adaptando a lo que ellos hacen”.