Para ser sinceros, es probable que a Vilano Beach no le quede demasiado tiempo en este mundo. Este popular espacio de la playa de Florida, ubicado apenas pasando el puente Francis and Mary Usina Bridge desde San Agustín sobre la costa atlántica, se encuentra en una isla barrera. Esto quiere decir que es parte de un gran amontonamiento de arena que, debido a una combinación particular de corrientes y mareas, se acumuló de manera provisoria a lo largo de la costa. La forma de la isla cambió con el tiempo, según el ritmo de las tormentas y las oleadas, pero eso nunca molestó a los charranes mínimos, tortugas marinas y otras especies que anidaban aquí todos los años. Si la playa se desplazaba, ellos se desplazaban con ella. Este concierto de mareas altas, desplazamiento de arena y vida silvestre nidificante ha transcurrido durante miles de años.
Y hace alrededor de cien años, los seres humanos comenzaron a construir en Vilano Beach. En un comienzo solo eran turistas que viajaban durante el día desde San Agustín en ferris o en tranvías tirados por caballos. Luego se construyó un casino, se pavimentó una calle, aparecieron moteles, se levantaron viviendas en la playa, se instalaron líneas de red eléctrica y el conjunto de la naturaleza cambiante de la isla se detuvo. O al menos eso es lo que muchos creían hasta el año pasado, cuando el huracán Matthew azotó la costa, seguido este año por los estragos del huracán Irma. Estas tormentas seguidas no solo destruyeron decenas de viviendas e hicieron de Vilano Beach un caso típico de cuando se construye en las playas con poca visión de futuro, sino que también les recordaron a los habitantes que viven en una porción de tierra altamente vulnerable al aumento del nivel del mar y tormentas más intensas. Si desean permanecer allí, deberán repensar de manera radical cómo y dónde vivir.
Cuando visité Vilano Beach dos semanas después de Irma, la fuerza de la tormenta aún era evidente: Las playas de estacionamiento de los hoteles aún estaban enterradas bajo la arena, los malecones estaban en ruinas y podían verse viviendas destruidas a medias suspendidas en dunas huecas. Caminé por la playa con Chris Farrell, de 47 años de edad, un colaborador de políticas de Audubon en el noreste de Florida. Farrell, que tiene una maestría en Biología, vive en San Agustín desde hace una década y conoce muy bien los contornos del litoral. Al caminar, veía con un ojo las gaviotas y los charranes que revoloteaban sobre nosotros y con el otro observaba a los paseantes por la playa cubrirse con pantalla solar. "El océano aún está furioso", señaló Farrell, apuntando con un gesto a las grandes olas que golpeaban la playa. Me contó cómo había cambiado la pendiente de la playa luego de la tormenta, y cómo la Madre Naturaleza quiere seguir construyendo dunas más adentro en la isla, pero las calles y viviendas no le dejan espacio.
Y entonces un muro interrumpió nuestra caminata. De repente, esta gran playa abierta, esta extensión de arena pareció medieval. El muro estaba construido con madera y acero y tal vez tuviera 10 pies de altura. Protegía una hilera de alrededor de 30 viviendas ubicadas demasiado cerca del agua. Las olas chocaban estrepitosamente contra los cimientos y salpicaban hacia arriba. Luego supe que este muro se construyó después de que pasara el huracán Matthew en 2016. Esta estructura artificial le dice a la Madre Naturaleza: "No avanzarás". Después de Irma, un residente declaró ante un periódico local: "Nos salvó la escollera".
Farrell miró el muro con una mezcla de escepticismo y desesperanza. "Las playas son lugares dinámicos" explicó. "Se mueven mucho. La arena va y viene. Tienen su propia especie de ritmo. Los muros no".
"Pero hacen que las personas se sientan seguras", repliqué.
"Sí". Luego Farrell agregó: "Durante un tiempo".
Avanzamos hasta la esquina del muro, y señaló cómo el agua había penetrado en remolinos por detrás, con lo que había erosionado la arena y podía desestabilizar la estructura. "Como sucede con todo en este lugar" dijo, "la permanencia es una ilusión".
L
a forma en que viviremos con el agua es una de las grandes preguntas de nuestro tiempo. Debido a nuestra dependencia de los combustibles fósiles, y al hecho de que seguimos arrojando miles de millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera todos los años, el planeta se está calentando rápido. Es probable que esto provoque tormentas mayores y más intensas. También acelerará el derretimiento de las grandes capas de hielo en Groenlandia y la Antártida. A medida que el hielo se derrita, el nivel de los mares aumentará. La gran pregunta es cuánto y qué tan rápido. Científicos de la National Oceanic and Atmospheric Administration (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica) pronosticaron hace poco que los mares podrían elevarse más de ocho pies para 2100. Y no se detendrán allí.
Incluso un pequeño aumento de tres o cuatro pies en las próximas décadas provocará daños enormes en la infraestructura y los ecosistemas costeros. Transformará profundamente a las comunidades ubicadas en islas barrera como Vilano Beach (y en Miami Beach, Galveston, Texas y los Bancos Externos de Carolina del Norte, para mencionar solo algunos ejemplos), inundará áreas bajas de ciudades costeras, cambiará los comportamientos de nidificación y migración de las aves, extenderá el alcance de enfermedades tropicales como el virus del Zika o el dengue y convertirá ecosistemas de agua dulce y salobre como los Everglades en ecosistemas de agua salada.
¿Cómo responderán los habitantes de las regiones costeras? Si Vilano Beach sirve de indicio, el primer impulso será construir muros e intentar defendernos de los ataques del mar. Eso es básicamente lo que han hecho los holandeses durante generaciones (el 26 por ciento del territorio de los Países Bajos se encuentra por debajo del nivel del mar). Y desde luego, es lo que permite que ciudades como Nueva Orleans sigan siendo habitables. De hecho, es difícil encontrar una ciudad costera en todo el mundo que no esté protegida hasta cierto punto por una red de muros y barreras.
Y no es difícil ver por qué. Construir un muro es económico, rápido y atractivo (en comparación con las opciones menos drásticas y a mayor plazo para reducir las inundaciones) para los políticos que buscan probar que han tomado medidas enérgicas. Pero eso no implica que siempre sea la solución más inteligente o más segura. En los últimos años, más y más ingenieros costeros y urbanistas han comenzado a mirar a la naturaleza en busca de inspiración para diseñar y proteger los litorales, así como a los animales (incluidos los seres humanos) y ecosistemas que se desarrollan allí. Incluso el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos, los principales promotores de la escuela de desarrollo costero que consiste en "dragado y relleno", han lanzado el Engineering With Nature Program (Programa de Construcción en Conjunto con la Naturaleza). "Nuestra primera reacción después de que una gran tormenta llega a la costa siempre es retroceder y decirnos que podemos construir algo para solucionar el problema", comenta Julie Wraithmell, directora ejecutiva interina de Audubon Florida. "Pero una vez que pasa la reacción instintiva inicial, se comprende que es necesario pensar de manera más estratégica sobre cómo queremos vivir en el futuro. ¿Queremos seguir construyendo muros y barreras o desarrollar una relación más flexible con la naturaleza en nuestras costas?".
Parte de la esencia de los muros es dividir el mundo entre protegidos y desprotegidos, los salvados y los condenados. Por ejemplo, la primera fase del proyecto BIG U, una sofisticada barrera de miles de millones de dólares diseñada por un "chico malo" de la arquitectura, el danés Bjarke Ingels, servirá para proteger varios desarrollos de viviendas públicas de gran envergadura en el Lower East Side, así como a una subestación de Con Edison que se inundó durante el huracán Sandy y provocó un apagón en el bajo Manhattan. De todos modos, "el proyecto BIG U se trata claramente de proteger a Wall Street", afirma Klaus Jacob, un experto en catástrofes de la Universidad de Columbia. "Y no es que eso tenga nada de malo". Pero sería en vano esperar que se construyera una barrera diseñada por un arquitecto estrella cerca de Red Hook, un área latina y afroamericana de bajos recursos de Brooklyn, o en Howard Beach, un barrio de clase media en Queens, localidades que sufrieron grandes daños por el paso del huracán Sandy y que siguen siendo vulnerables a inundaciones.
Para la vida silvestre, los muros son desastrosos. Destruyen los ricos ecosistemas donde incuban los peces y se alimentan y nidifican las aves, y transforman la costa en una ecuación binaria de agua y piedra (o de acero u hormigón) desprovista de vida.
Los muros también generan suficiencia. Después de todo, confiamos a los ingenieros las ruedas de los autos y las alas de los aviones que nos transportan; no resulta sorprendente que les confiemos la construcción de barreras que nos protejan de las tormentas. No obstante, en un mundo donde el nivel de los océanos se eleva rápidamente y los huracanes son cada vez más intensos, es posible que esa no sea la mejor apuesta. Durante el huracán Katrina, muchos residentes de Nueva Orleans no evacuaron barrios bajos debido a que supusieron que los diques los protegerían. Fue un error de cálculo que muchos pagaron con sus vidas. Depender demasiado de los muros y barreras también permite que la gente evite el importante trabajo de aumentar la resistencia de las viviendas y otras infraestructuras, con lo que estas quedan más vulnerables cuando los muros fallan. "Me preocupa mucho que [al construir muros] estemos preparando el terreno para que ocurran más situaciones como la del huracán Katrina en Nueva Orleans", comenta Jacob. "Si la protección no funciona, estamos ante un problema muy grave".
Lo vi con mis propios ojos durante el huracán Matthew en 2016. San Agustín, fundada por exploradores españoles en 1565, es la ciudad más antigua del país. También está situada en tierras muy bajas. Cuando llueve, las calles permanecen mojadas durante días. Un elemento central de la ciudad es el Castillo de San Marcos, un fuerte de 345 años de antigüedad sobre el borde del mar, con los cañones apuntando hacia el agua. El fuerte, al igual que parte de la ciudad, está rodeado por un muro que, en un día normal, se eleva seis o siete pies sobre el nivel del mar. Este muro es antiguo y parece insuperable. Sobre él juegan los niños y se pasean las parejas de enamorados.
Yo estaba parado en este muro cuando llegó Matthew. Me retiré a tierras elevadas cerca del fuerte y observé durante unas horas cómo el mar se elevaba más y más a medida que soplaba la tormenta. Parecía imposible que se elevara tan alto como para superar el muro. Pero sucedió. Y en ese momento, el agua entró en la parte antigua de la ciudad. Caminé por las calles y callejones históricos donde el agua me llegaba hasta las rodillas. Miré a lo largo de una calle baja y vi al océano avanzar sobre el capó de un Mercedes nuevo.
Esta aventura me enseñó que el pasado no es un prólogo del futuro. Que San Agustín haya existido durante 452 años no quiere decir que vaya a estar aquí durante los próximos 452 años.
E
n el muelle cerca de la desembocadura del río Alafia, cerca de Tampa, Florida, en la costa del Golfo, este río está sembrado de basura con botes a medio hundir. Hay uno que cuelga en los mangles como un gran juguete de playa. "Algunos de estos botes están abandonados", explica Mark Rachal, gerente del Refugio del Banco del Alafia de Audubon, mientras prepara una lancha de casco en V de 18 pies. Cerca de allí, voluntarios llenan bolsas con conchas de ostra, que arrastrarán hasta áreas dañadas en la costa para crear nuevos hábitats para ostras y controlar la erosión del litoral.
Rachal suelta las amarras de la lancha y navegamos por el río Alafia hacia la bahía Hillsborough. Rachal, de 38 años de edad, se crio en Chicago y estudió Biología en la universidad. Actualmente está casado con una jueza, tiene tres hijos pequeños y es cuidador de decenas de miles de aves en el Refugio del Banco del Alafia. El paisaje tiene un sorprendente aspecto industrial. A la izquierda se encuentra la central eléctrica Big Bend, que envía columnas de vapor al cielo; a la derecha se yergue una planta de fosfato que parece sacada de la película Blade Runner. Detrás se encuentran montañas de fosfoyeso, un producto derivado del procesamiento del fosfato. "Están cubiertas con tierra" explica Rachal, "porque el yeso es radiactivo". Frente a nosotros aparece la base de la Fuerza Aérea MacDill, un puesto militar importante que sirve de base para la guerra en Afganistán y que lanzó una misión médica para atender a pacientes de Puerto Rico luego del huracán María. Más allá de la base, las torres del centro de Tampa brillan a la distancia.
A medida que nos internamos en la bahía un viento constante sopla desde el oeste, levantando olas. Avanzamos sacudiéndonos durante unos minutos y luego nos acercamos a una isla llana y baja rodeada de mangles: el Refugio del Banco del Alafia.
El refugio se compone de dos islas: Bird Island y Sunken Island, cada una del tamaño de una playa de estacionamiento de Walmart. Los mangles rodean el litoral, mientras los pimenteros brasileños (una especie invasiva en este lugar) dominan las tierras más altas. Al acercarnos veíamos a los pelícanos café patrullar por el cielo y a los ibis blancos esconderse en los mangles. Durante la temporada alta de nidificación en marzo y abril, estas islas se llenan de hasta 10,000 aves, incluidas 200 parejas de llamativas espátulas rosadas. Pero en este momento el refugio está más bien tranquilo. Observo como un águila pescadora se sumerge para capturar un pequeño tarpón. Rachal busca burbujas en el agua frente a nosotros, un signo de la presencia de manatíes. La aleta de un delfín asoma sobre el agua como una hoja afilada. Es sorprendente y esperanzador ver que en este paisaje tan industrial la naturaleza no solo sobrevive, sino que prospera.
"Estas islas se construyeron con los desechos de cuando se dragó el río en la década de 1920", me informa Rachal mientras apaga el motor y navegamos a la deriva cerca de la costa para observar mejor a un ibis picotear en busca de alimento.
¿Islas construidas con desechos? No tenía idea. "¿No son naturales?".
"No. Cuando dragaron el río, amontonaron el lodo aquí. Y ahora la naturaleza ha tomado el lugar".
Esta práctica es común en Florida. Algunos de los barrios más ostentosos de Miami, como Star Island, se construyeron con desechos de dragado. Pero una cosa es que inversores multimillonarios vivan sobre una isla hecha con desechos y otra es que decenas de miles de aves nidificadoras con una sensibilidad exquisita la consideren su hogar.
Sin embargo, según indica Rachal, Sunken Island es especialmente apropiada para las aves. Está a la distancia suficiente de la tierra firme como para que los mapaches y otros depredadores no puedan nadar hasta ella. Tiene el tamaño suficiente. Está más allá de los límites de los visitantes, por lo que estos no molestan a las aves que nidifican. Y, lo que tal vez sea más importante, está bien mantenida y, me atrevo a decirlo, construida. Rachal hace avanzar la lancha hasta la costa de la isla, que está bordeada con esferas de hormigón Reef Ball hechas con un hormigón especial con bajo contenido de ácido que es propicio para las ostras. Estos arrecifes esféricos artificiales, instalados y mantenidos por Audubon, están para absorber parte del impacto de las olas producto de los barcos que pasan, que de otro modo erosionarían la isla. En el lugar de la isla que más expuesto está a la bahía abierta, se han instalado bloques de hormigón de 8,800 libras de peso diseñados de manera ingeniosa que se denominan WAD (dispositivos de atenuación del oleaje, por sus siglas en inglés). Su objetivo es absorber las olas más largas y generar espacio de mar calmo para las aves que buscan alimento.
En parte debido a los rompeolas bien diseñados, y en parte debido a los espesos mangles a lo largo de la costa, los daños de las olas de las tormentas que acompañaron al huracán Irma fueron modestos. Rachal señala algunos mangles dados vuelta en zonas desprotegidas, pero eso es todo.
Cuanto más conversaba con Rachal, más comprendía que este extraordinario paraíso para las aves es en realidad una creación muy humana. Los buques dragadores crearon estas islas. Los conservacionistas las eligieron para protegerlas. Las esferas de hormigón Reef Ball y los WAD se pensaron cuidadosamente para que fueran propicios para los animales. La erosión de las olas se controla y, si es necesario, se hacen reparaciones. Se mantiene alejados a los depredadores (y a los fotógrafos demasiado agresivos). Estas islas se administran cuidadosamente para que funcionen en armonía con la naturaleza. Y funciona. Rebosan de vida. Recordé una cita famosa de Stewart Brand, un pionero de Internet y fundador del Whole Earth Catalog (Catálogo de la Tierra entera): "Somos como dioses y, ya que estamos, podríamos intentar ser buenos dioses".
L
uego de que una gran tormenta golpea una ciudad, la pregunta no es si se la reconstruirá o no, sino cómo se la reconstruirá. Cuando el huracán Harvey inundó Houston en agosto, fue particularmente devastador en gran parte debido a que las compañías inmobiliarias habían pavimentado sobre la naturaleza y habían convertido a la ciudad en una masa gigante de hormigón y asfalto sobre un pantano. Cuando cayó el diluvio de cinco días, el agua no tenía adónde ir aparte de las viviendas y demás edificios. Actualmente, conforme se reconstruye la ciudad, se está analizando la idea de reemplazar los barrios proclives a inundarse por espacios verdes que puedan absorber el agua durante grandes temporales, así como crear áreas de retención del agua (en esencia, lagos artificiales) para contener la escorrentía en espacios seguros.
Otra lección del huracán Harvey: la Madre Naturaleza es muy hábil para construir defensas contra tormentas. Poco después del paso del huracán, Iliana Peña, directora de conservación en Audubon Texas, visitó Port O’Connor, una ciudad costera ubicada directamente en el trayecto de la tormenta. "Estaba preparada para ver una gran destrucción", manifestó Peña. En vez de eso, el daño era mínimo. "Es posible que se debiera a que la ciudad se encuentra detrás de islas barrera naturales, que ayudaron a disipar el impacto del oleaje de la tormenta. Para mí, fue un recordatorio de que la mejor protección contra una tormenta es un ecosistema saludable".
La influencia de la naturaleza sobre los conservacionistas y los ingenieros costeros se ve claramente en los proyectos que surgieron del concurso Rebuild By Design celebrado tras el paso del huracán Sandy en 2012. Esta competencia, que supervisó el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos, premió con más de $900 millones a seis diseños ganadores para reconstruir la costa de Nueva York. Atrajo a algunos de los mejores arquitectos y urbanistas del mundo, y podría decirse que casi todas las propuestas imitaban a la naturaleza de alguna manera.
La idea más elegante, e impresionante, fue The Blue Dunes (las Dunas Azules) una extensa cadena de islas barrera que un grupo de científicos, arquitectos, ingenieros y urbanistas propuso construir en las aguas a 10 millas de la costa de la ciudad de Nueva York. Al igual que los rompeolas que vi en el refugio del río Alafia, The Blue Dunes están diseñadas para absorber la energía de las olas del Atlántico antes de que alcancen la tierra, reducir el impacto de las mareas altas y dar tiempo a la ciudad para prepararse para el aumento del nivel del mar. El arquitecto de paisajes holandés Adriaan Geuze, uno de los principales autores del proyecto, me contó que a pesar de su escala enorme, el objetivo era trabajar junto con la naturaleza, no contra ella. "Una de las lecciones que aprendimos de los huracanes como Katrina y Sandy es que debemos admitir que ya no podemos luchar contra la naturaleza", señaló. "Tenemos que trabajar junto con ella, aceptar que está cambiando y guiarla hacia nuestra voluntad. Es una lección que debemos aprender, de un modo u otro".
No es sorprendente que la propuesta de The Blue Dunes fuera demasiado ambiciosa para los jueces del concurso de proyectos, y no se le otorgó el financiamiento. No obstante, se está construyendo una propuesta similar cerca de Staten Island. El proyecto Living Breakwaters, propuesta a la que se concedieron $60 millones, fue diseñado por SCAPE, un estudio de arquitectura de paisaje de la ciudad de Nueva York fundado por Kate Orff, quien obtuvo una beca MacArthur "Genius" en 2017. Al igual que el proyecto The Blue Dunes, también busca guiar a la naturaleza en vez de luchar contra ella. Hace tiempo que Orff promueve esa manera de pensar. Hace algunos años, consiguió que los urbanistas prestaran atención a su propuesta de apariencia radical para restaurar el contaminado Canal Gowanus de Brooklyn al reintroducir ostras. El proyecto Living Breakwaters, que se construirá a lo largo de la costa de Staten Island, es en cierto modo una elaboración y extensión de esa idea.
Como todos los rompeolas, el sistema de barreras de una milla y media de longitud, que estará ubicado a una distancia de entre 730 y 1,200 pies de la costa, está diseñado para mitigar el impacto de las tormentas y reducir o invertir los efectos de la erosión. Sin embargo, el diseño de Orff va mucho más allá. Estos rompeolas están construidos con componentes ecológicos como unidades de hormigón texturado que crean hábitats saludables para las crías de los peces y fomentan la proliferación de las ostras con el fin de limpiar el agua y reducir más la velocidad de su flujo. Para Orff, el objetivo no es solo proteger la costa, sino también hacer que las personas vuelvan a acercarse a la costa. "La sostenibilidad y la capacidad de recuperación pueden construirse, pero reconectándonos con nuestras costas, no amurallando las más de 500 millas del litoral de la ciudad", escribió Orff en The New York Times. Se imagina a los niños cuidando a las ostras en las áreas protegidas detrás de los rompeolas, los habitantes locales pescando y una gran abundancia de aves costeras (pulse sobre el diagrama que figura arriba). Se trata de crear un litoral natural de manera artificial.
En última instancia, cuando se trata de hacer frente a grandes tormentas y el aumento considerable del nivel del mar, hasta el sistema de ingeniería más sofisticado tiene un límite. Una parte de la triste verdad es que, a medida que aumente el nivel del mar, habrá lugares que deberemos abandonar. Y cuanto más pronto comprendamos esto, y comencemos a prepararnos, mejor será.
Y rendirse a la naturaleza conlleva cierta gracia, incluso en los entornos más prosaicos. Apenas unas millas al norte del sitio del proyecto Living Breakwaters, se encuentra el barrio de Oakwood Beach, que el huracán Sandy dañó gravemente. Cientos de casas, que se habían construido en una zona especialmente baja de la isla, perdieron casi todo su valor. Si se las reconstruyera, la próxima tormenta probablemente las destruiría. Por eso, en vez de pedirle al Cuerpo de Ingenieros del Ejército que levante un muro, los residentes llegaron a un acuerdo con los funcionarios estatales para que los trasladen fuera de la zona expuesta a la destrucción. Durante los últimos años, mientras investigaba para un libro sobre el aumento del nivel del mar, visité esa zona varias veces. Cada vez desaparecían más viviendas, convertidas en montones de escombros con explanadoras y acarreadas en camiones de volteo. En mi última visita, en mayo, aún quedaban algunas viviendas abandonadas, pero podía sentirse que la naturaleza volvía a apoderarse del lugar. Campos cubiertos de malezas crecían alrededor de lo que alguna vez habían sido piscinas. Un ánade real hembra y sus crías recorrían las calles, y gatos salvajes merodeaban el lugar. Al ver que la naturaleza volvía a tomar posesión del barrio experimenté una sensación espeluznante, como si viera a la rueda de la civilización ir hacia atrás.
Tuve una experiencia semejante en Florida cuando Farrell y yo visitamos Summer Haven, una comunidad turística que alguna vez fue próspera ubicada a alrededor de 15 millas al sur de San Agustín. La playa está bordeada con pilares, pero no hay muros, ni ningún intento de disimular que es imposible detener la elevación del agua. Solo se puede llegar a Summer Haven al cruzar la playa durante la marea baja, ya que la carretera costera ha desaparecido bajo el agua. Durante la marea alta, los cimientos de muchas viviendas ya se encuentran bajo el Atlántico. Las casas se ven descuidadas, medio abandonadas. Son una postal del futuro, un anticipo de lo que les espera a las playas en todo el mundo. Farrell y yo observamos a los correlimos tridáctilos volar rozando la playa y a las gaviotas reidoras revolotear por encima de nosotros. No pasará mucho tiempo antes de que el agua tome estas viviendas y la playa les pertenezca otra vez. "Nuestro mundo" señala Farrell, admirando a las aves, "está cambiando rápido".
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Construir para el futuro
La infraestructura verde (el uso de estructuras naturales para proteger a las comunidades costeras y los sitios de nidificación) es mucho más resistente y eficaz que el hormigón para ayudarnos a adaptarnos a las megatormentas y el aumento del nivel del mar. Audubon trabaja en las tres costas para promover proyectos de infraestructura verde.
Protección de la costa de la isla Aramburu, California
Desde 2011 Audubon California ha estado reconstruyendo las marismas y la costa oriental cubierta de guijarros de esta isla en la bahía Richardson, apenas al norte de San Francisco. Las áreas restauradas reducirán la erosión, crearán humedales y hábitats terrestres que beneficiarán a las aves, incluidos los ostreros negros norteamericanos, y ayudarán a proteger a toda la isla contra el aumento del nivel del mar.
Control de la erosión y restauración en la isla Chester, Texas
La isla Chester, en la bahía de Matagorda, es uno de los mayores refugios para aves en la costa de Texas, y proporciona un hábitat a miles de ejemplares. También sirve para mitigar el oleaje de las tormentas fuertes, como las que se vieron durante el huracán Harvey. Desde 2014 el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos y Audubon Texas han estado reconstruyendo la isla, que ha sufrido años de erosión.
Restauración del pantano de Currituck Sound, Carolina del Norte
La parte central de Currituck Sound pierde decenas de acres de pantano debido a la erosión. Para evitar esto, Audubon North Carolina y sus socios están construyendo terrazas, plantadas con hierbas de pantanos y vegetación sumergida como la zostera. El proyecto conservará la salud del estuario y creará defensas naturales para reducir el daño de las tormentas e inundaciones en las comunidades cercanas.
Adaptación climática de los pantanos de Blackwater, Maryland
Los pantanos del Refugio Nacional de Vida Silvestre Blackwater ofrecen un hábitat a grandes densidades de aves, incluida la especie amenazada de la polluela negra, y también protegen a las comunidades locales de las zonas costeras al actuar de defensa contra el aumento del nivel del mar y las tormentas agresivas. Audubon Maryland-DC y sus socios han desarrollado modelos de aumento del nivel del mar intensivos que guiaron la fase piloto recién finalizada de la restauración de los pantanos. Las mejoras incluyen el aumento de la elevación de los pantanos, la plantación de espartina y el aumento del intercambio de aguas en el flujo de las mareas para mantener niveles saludables de salinidad. —Martha Harbison