Lo primero que el capitán Kenny McCain notó en Seahorse Key era que algo estaba mal en el cielo. Era una mañana lluviosa de abril de 2015, el primer descanso de una extraordinaria tormenta de primavera que había azotado la Costa del Golfo de Florida durante dos días. El Capitán Kenny, como se le conoce en Cedar Key, la ciudad pesquera de Big Bend, donde su familia ha vivido durante siete generaciones, había conducido su bote tres millas hacia la isla más remota del Refugio Nacional de Vida Silvestre de Cedar Key. Tenía la intención de darle un vistazo a las instalaciones del Laboratorio Marino Seahorse Key para ver cómo el centro de investigación de la Universidad de Florida había soportado la tormenta.
El capitán Kenny conoce la isla mejor que la mayoría. Después de 24 años como un oficial del refugio, abandonó el Servicio de Pesca y Vida Silvestre en 2014 para trabajar con el laboratorio en el traslado de estudiantes y científicos a la isla salvaje de 165 acres, la cual comparten con una población preocupantemente densa de serpientes mocasines de agua y una cantidad entre 10.000 y 20.000 aves coloniales nidificadoras. Estaba a media milla del muelle cuando notó algo que le hizo cambiar de rumbo: el cielo sobre Seahorse estaba extrañamente vacío.
Al girar la embarcación hacia el lado oeste de la isla, se detuvo al lado de una península cubierta de mangles, por lo general el epicentro de la colonia de aves en Seahorse Key. Apagó al motor y se sorprendió por el silencio. Dos días antes, el graznido de pelícanos, cormoranes y tal vez 10 especies distintas de aves limícolas había sido casi ensordecedor. Ahora el único sonido que oía era el crujido rítmico de las olas contra la playa.
Cuando el subdirector del refugio Larry Woodward contestó su teléfono celular esa tarde, reconoció el lánguido tono del capitán Kenny. “Hay un problema en Seahorse”, oyó decir a Kenny. “No hay ninguna ave aquí”.
Depredadores. Parásitos. Enfermedad. Interrupciones en el suministro de alimento. Hay un puñado de razones perfectamente triviales de por qué las aves coloniales podrían haber abandonado un lugar donde habían anidado durante décadas. El abandono de colonias, como los biólogos lo llaman, es bastante común, aunque por lo general es un asunto gradual y rara vez afecta una amplia franja de especies a la vez, ya que el hábitat, presa o áreas de alimentación precisos de un ave son a menudo un poco más que un paisaje para sus vecino.
Pero luego están los Roanokes del mundo aviar: abandonos de colonias tan masivos, abruptos e inesperados que dejan atrás más que tan solo nidos vacíos y adivinanzas. ¿Qué tipo de cataclismo impulsa miles de aves a abandonar los huevos por los que han invertido una gran cantidad de energía en la puesta y la incubación durante la temporada? ¿Cómo se nos escapa una perturbación tan catastrófica? ¿Qué factores determinan si una colonia vuelve alguna vez? Y si no es así, ¿qué consecuencias le esperan al ecosistema que deja atrás?
Unas semanas después de la visita del capitán Kenny, los medios de comunicación nacionales, incluidos la Radio Pública Nacional (NPR, por sus siglas en inglés) y El Show de Rachel Maddow , hicieron eco del misterioso abandono en Seahorse Key, y los gerentes del Refugio Nacional de Vida Silvestre de Cedar Key de pronto se vieron bombardeados con las teorías de los ciudadanos: pitones invasoras, anomalías magnéticas, varanos, burbujas submarinas de gas metano... Incluso operaciones encubiertas de helicópteros del gobierno. “Hemos escuchado todo eso y más”, dice Woodward. “La mejor fue la del submarino ruso que estaba en alta mar probando una nueva arma sónica. Ese fue un chico de Texas que llamó, obviamente no se da cuenta cuán superficiales son las aguas aquí”.
"No pudimos hacer que un submarino se acercara a menos de 10 millas de aquí", dice Vic Doig, oficial de control de incendios de Cedar Keys y biólogo de hecho de vida silvestre, entre risas. Tras el abandono, sin embargo, la gente solo quería respuestas, por extravagantes que fueran. “No se podía ir a ningún lugar de la ciudad donde todos no estuviesen hablando de ello. Nos hostigaban: ‘¿Qué está sucediendo? ¿A dónde fueron las aves?’”
Una sofocante tarde de agosto, Doig y Woodward nos llevaron a un fotógrafo y a mí a Seahorse Key para buscar los restos de lo que alguna vez fue la mayor colonia de aves de la Costa del Golfo de Florida. Marchamos por una franja de playa de arena dorada y entramos en una maraña pantanosa de mangles negros, palmeras, cactus y algún gran roble vivo ocasional. El suelo estaba cubierto de hojas de palma crujientes y, en los puntos más pantanosos, de delgadas raíces de los mangles, puntiagudas como lápices, como si fuese una alfombra afelpada con púas. Arañas escritoras del tamaño de pelotas de béisbol se aferraban a las telarañas entre los árboles, y Doig nos recordó mantener los ojos bien abiertos debido a los mocasines de agua venenosos (y potencialmente mortales).
“Esta fue la zona de impacto”, dijo, señalando aquí y allá a los restos desvencijados de nidos dispersos a través de la vegetación de varios pisos. Antes del abandono, explicó, aparentemente cada rama se encontraba ocupada por garzas blancas, garzas morenas, garzas tricolor, garzas dedos dorados, espátulas rosadas y otras aves limícolas. Los pelícanos cafés y los cormoranes orejones poblaban las playas. Los ibis blancos, aunque menos fieles al sitio a diferencia de sus compañeros de colonias, a menudo eran tan abundantes que realizaban su nidificación sobre cactus, aunque eran escasos en Seahorse esa primavera, lo cual podía ser un indicio o una pista falsa, dependiendo de a quién se le pregunte. La mayoría de las aves de nidificación de Cedar Keys no son migratorias; simplemente mantienen la búsqueda de alimento alrededor de Florida y en todo el Golfo. Y, sin embargo, aunque los números de la colonia han fluctuado, las aves han regresado de forma estable a Seahorse cada marzo hasta agosto, o por lo menos desde la década de 1900.
Dos días después de la llamada telefónica del capitán Kenny, Doig llegó a Seahorse con una delegación de biólogos de la Universidad de Florida para buscar respuestas. No había ni un ave rezagada a la vista, Doig recuerda. El lugar estaba “vacío, desolado, ni una sola ave, nada”. También se podía percibir un olor sulfúrico a partir de las decenas de miles de huevos podridos que cubrían el suelo. Los investigadores se preguntaron: ¿Pudieron haber hecho esto los depredadores? A través de la historia, los mocasines de la isla han dejado en paz a las aves, ya que prefieren alimentarse de restos de pescado que las mismas abandonan, y también mantienen bajo control la población de ratas de la isla. Las islas vecinas, sin embargo, tienen un número considerable de mapaches que a veces nadan de isla en isla. ¿Podría toda una cuadrilla de mapaches haber invadido, aterrorizado y ahuyentado a las aves?
Probablemente no, dice el ecologista de vida silvestre Peter Frederick, uno de los profesores de la Universidad de Florida que había sido llamado a investigar. Los huevos habían sido hurgados por carroñeros poco después de que se abandonaran los nidos, explica, probablemente por cuervos pescadores, a juzgar por los agujeros visibles hechos por picos en los huevos esparcidos. Los mapaches, por el contrario, los habrían aplastado. Además, dice Frederick, la colonia de Seahorse ha resistido incursiones de mapaches por décadas. Los investigadores vieron pocas heces y tan solo algunas pocas huellas de zarpas, y cuando pusieron trampas en las playas, donde los mapaches invasores tienden a merodear, no atraparon ninguno. “Si hubiese una gran cantidad de mapaches por allí”, dice, “los habríamos visto”.
Los investigadores hallaron unas 20 aves muertas y una rata muerta, un número insignificante de cadáveres para una colonia, y los enviaron a dos laboratorios federales de vida silvestre para un estudio forense y patológico. Ninguno arrojó evidencia de depredación, parásitos o enfermedad (aunque la rata, dice Woodward, al parecer tenía una hemorroide).
Una vez que habíamos visto suficientes nidos esqueléticos, Woodward nos llevó un par de millas al este a otro refugio insular llamado Snake Key de solo 39 acres e igualmente selvático. Antes del abandono, solo albergaba unas pocas garzas tricolor nidificadoras, pero Doig calcula que hasta un tercio de las aves de Seahorse se restablecieron allí en los días y semanas después del éxodo de 2015. Casi todas las especies se identificaron, y muchas llevaron a cabo nidadas tardías. El hecho de que las aves se reprodujeron con éxito tan cerca sugiere que no se marcharon de Seahorse por falta de recursos alimentarios, una teoría también socavada por el hecho de que la dieta variada de las distintas especies lo convierten en algo improbable, y no existen datos pesqueros que sugieran una crisis de suministro de alimentos.
Lo que nos lleva de nuevo a los helicópteros encubiertos del gobierno. Tal vez.
Con tantas perturbaciones naturales aparentemente descartadas, los detectives del refugio consideraron las perturbaciones humanas. El moderado acoso del hombre hacia las aves no es insólito en torno al refugio, y Woodward y otros oficiales han emitido citaciones por cosas como acampar ilegalmente, navegar y pescar en torno a Seahorse durante el cierre preventivo de primavera, e incluso por el aterrizaje de helicópteros privados en otras islas de refugio. “Para hacer que toda una colonia se marche debido a la perturbación humana”, dice Frederick, que ha montado un clamoroso aerodeslizador junto a colonias en Everglades, “debió haber ocurrido algo muy grande”.
Funcionarios del refugio han recibido informes no confirmados de los locales de Cedar Key que afirman haber visto, a gran distancia, uno o más helicópteros sobre Seahorse durante las noches de tormenta antes del descubrimiento del capitán Kenny. Por supuesto, también se han recibido informes de submarinos. Pero la noción de aviones del gobierno es menos inverosímil.
“Cualquiera que haya pasado un tiempo considerable aquí en el agua ha visto aviones militares”, dice Doig, quien una vez vio un par de ruidosos jets A-10 interrumpir un estudio de aves costeras. Cerca de las bases de la Fuerza Aérea se realizan maniobras de vuelo a lo largo de la costa escasamente desarrollada. A su vez, otros operadores más infames también son frecuentes allí, por lo que las operaciones de la Guardia Costera, la Seguridad Nacional y la DEA son comunes. Por supuesto, ninguna de estas agencias está dispuesta a revelar sus planes de vuelo, pero Doig dice que el personal del refugio, a través de una charla no oficial entre organismos, tiene razones para creer que hubo “actividad aérea en la zona esa semana”.
“El escenario más probable”, dice, con énfasis en que se basa en rumores y especulaciones, “fue que sucedió de noche, y los pilotos habrían volado con visión nocturna. Así que imaginen 10.000 aves de sangre caliente simplemente iluminando el cielo a un hombre que trabaja con una visión infrarroja, quien se pudo haber acercado a dar un vistazo. Y entonces, sí: de pronto habrían empezado a volar en oleadas”.
Pero una vez que una colonia se sienta sobre los huevos, incluso un Chinook lleno de paracaidistas a rapel puede no ser suficiente para desplazarla, al menos no por sí mismo. Es por eso que Doig, Woodward y Frederick sospechan de una combinación de factores en juego sobre Seahorse Key: tal vez la depredación incrementada, algunas irregularidades en toda la colonia a causa de las tormentas o la falta de ibis blancos, además de la visita traumática de un avión. El estrés en una colonia es generalmente acumulativa, dice Steve Kress, vicepresidente de Audubon para la conservación de las aves y director del Programa de Restauración de Aves Marinas. “La gente ve, de repente, desaparecer una colonia que ha estado allí por siempre”, dice, “pero solo ven esta fase final, y es probable que ya hubiese habido problemas allí”.
Dan Roby, ecologista de vida silvestre en la Universidad Estatal de Oregón y científico de la Unidad Cooperativa de Investigación de Pesca y Vida Silvestre de Oregón, sospecha de una perturbación acumulada como culpable del abandono masivo de la colonia de cormoranes orejudos más grande del mundo el verano pasado. A mediados de mayo, en algún momento en el lapso de tres días, alrededor de 16.000 aves abandonaron sus huevos en East Sand Island, en la desembocadura del río Columbia. “No podíamos entender cómo podo ocurrir algo así”, dice Roby, que durante mucho tiempo se ha involucrado con la investigación y el seguimiento de la isla.
Los cormoranes de East Sand Island, sin embargo, son el blanco de un controversial programa de sacrificio de animales del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, que busca reducir el número de parejas de reproducción en más de la mitad con el fin de proteger a las crías de salmón y trucha arcoiris de los que se alimentan los cormoranes. En 2015, los agentes federales de vida silvestre les dispararon a más de 2.300 cormoranes y engrasaron los huevos de unos 5.000 nidos, una técnica que evita la eclosión al cortar el flujo de oxígeno a través de la cáscara. Cuando los investigadores del equipo de Roby lo alertaron sobre el abandono, su primera sospecha fue que algún justo defensor había llevado y soltado un perro pastor sobre la colonia con el fin de verla marcharse en lugar de ver más aves muertas.
Pero ni los investigadores del cuerpo de ejército ni los colegas de Roby que supervisan los charranes al otro lado de la isla pudieron encontrar ninguna evidencia de que seres humanos o depredadores tocaran tierra. El cuerpo de ejército indica haber divisado más de una docena de águilas cabeza calva que merodeaban alrededor de los nidos vacíos de la colonia, pero Roby piensa que solo eran carroñeros oportunistas. La explicación más simple que se ajusta a la evidencia, dice, es que el estrés acumulado por el engrase (el cual repele a las aves e invita a las gaviotas ladronas de huevos), los disparos (que conllevan a que las aves no se apareen y a intentos fallidos de reproducción), y la presencia asociada a los humanos fue lo que ahuyentó a los cormoranes.
“Llegaron a algún punto de perturbación que no pudieron tolerar por más tiempo”, especula Roby, “y una vez que un gran número comenzó a marcharse, básicamente toda la colonia se derrumbó y todas se marcharon”.
En particular, cuando se trata de múltiples factores de estrés, existe un mérito acerca de la noción de un “punto crítico”, dice Kress, un cierto número de aves que, una vez que se las ha perturbado lo suficiente como para huir, inducirá al resto a unírseles, debido a algo similar a la presión de grupo. Es la forma en la que Shook Neil, director del Refugio Nacional de Vida Silvestre en Chase Lake en Dakota del Norte, explica otro abandono de estilo Roanoke de hace más de una década. En el verano de 2004, la colonia de nidificación de 30.000 pelícanos blancos americanos del refugio de repente se dispersó, dejando atrás huevos y polluelos. Es una conjetura, admite Shook, pero sospecha de una combinación de perturbaciones: un mal año para las salamandras tigre (una fuente de alimento clave), una ola de frío tardía y la depredación de coyotes sobre un subconjunto peninsular de la colonia, cuya evacuación en pánico fue suficiente para “asustar” al resto de las aves que vivían en la isla.
Dos años más tarde, los pelícanos de Chase Lake regresaron con cifras sin precedentes. En el pasado mes de julio, varios miles de los cormoranes desplazados de East Island Sand regresaron y pusieron un segundo grupo de huevos. En el Golfo, por su parte, Seahorse Key permaneció vacío este año, a pesar de los esfuerzos de Doig y Frederick de sembrar las zonas de nidificación con señuelos (una técnica que ha sido exitosa con algunas especies de aves acuáticas).
Los ibis blancos, prácticamente desaparecidos del refugio en 2015, volvieron en mayor número la primavera pasada, pero anidaron en Snake Key, la cual acogió este año entre 6.000 y 8.000 aves, cerca de la mitad de las que una vez se instalaron en Seahorse. Así que, dado que la mayoría de los ibis individuales en realidad no estaban cuando ocurrió el éxodo, ¿qué los mantiene alejados del excelente hábitat en Seahorse?
“Está ocurriendo tanto una atracción como una repulsión”, dice Frederick. Los evacuados de Seahorse que fueron a Snake el año pasado probablemente seguirán volviendo allí, y se aferrarán a lo que funcionó la temporada anterior, y otras aves simplemente seguirán al líder, porque eso es lo que hacen las aves coloniales. Doig sospecha que dos nuevas colonias pequeñas al norte del refugio también consisten de antiguas aves de Seahorse, y cada temporada propicia ayuda a sobrescribir cualquiera que haya sido la atracción que una vez tuvieron hacia su antiguo lugar de nidificación. Algunas aves se posan de vez en cuando en Seahorse este año, lo cual parece un progreso; el año pasado, según los biólogos, las aves ni siquiera volarían sobre ella.
“Es algo que no solemos decir de las aves, pero tienen muy buena memoria”, dice Kress. “Lo que ocurre durante un año en un lugar determinado, simplemente lo recuerdan. Y si se trata de una mala experiencia, no volverán allí”.
No todo el mundo en Cedar Key cree que los helicópteros del gobierno asustaron a las aves. No John McPherson, quien está en la junta directiva de los refugios Friends of the Lower Suwannee y Cedar Keys National Wildlife. ¿Cuál es su teoría? “Existe una gran cantidad de embarcaciones que ingresan y anclan durante la noche”, dice. “En alguna de esas embarcaciones alguien tenía un mono como mascota y ya no lo aguantaba más, por lo que pensaron: ‘¡Vamos a la liberarlo en esta isla desierta!’”. Cuando le pregunto por qué no han hallado al primate, McPherson sonríe de forma pícara. “Pues es un mono muy evasivo”.
No Barbara Maple, quien durante años dirigió la compañía de viajes enfocada en aves Tidewater Tours con su esposo, el Capitán Doug Maple (actualmente vicepresidente de la división local Audubon de Cedar Key). Barbara indica un nuevo letrero que el Servicio de Pesca y Vida Silvestre (FWS) puso en la isla en 2015, citando un fragmento de la tradición de la Antigua Florida sobre Pelican Island, un refugio de vida silvestre en la costa este del estado. Cuando ese refugio se abrió en 1903, se dice que no otra sino la National Audubon Society erigió un letrero de bienvenida; los pelícanos se marcharon, y regresaron solo después de que se retirara el letrero.
Y tampoco el Capitán Kenny McCain, quien nos llevó a visitar Seahorse una vez más el día después de nuestro recorrido por la isla con Doig y Woodward. El Capitán Kenny pone en duda los informes sobre los helicópteros y culpa a la depredación. En las semanas posteriores al abandono, dice, vio a cinco águilas, dos adultas y tres jóvenes, que merodeaban la isla, y atrapó varios mapaches; no en las playas donde observaban los investigadores, sino al otro extremo de la isla, cerca del Laboratorio Marino de Seahorse Key. Los miles de ibis que faltaban esa primavera, piensa, hicieron a la colonia aún más vulnerable.
“¿Vio cómo les gusta anidar en grandes colonias para protegerse?”, preguntó el capitán corpulento y con barba, de pie junto al timón de su barco. “Creo que perdieron eso. El resto estaba agitado, y algo simplemente las provocó, un asunto de depredación”.
Estaba con nosotros Coleman Sheehy III, para entonces director asociado del laboratorio marino (desde septiembre, profesor de ciencias naturales en Santa Fe College en Gainesville). Sheehy dice que el único misterio más grande que qué ahuyentó a las aves, es qué sucederá en Seahorse sin ellas. Durante 15 años estudió la relación entre las aves y los mocasines de agua de la isla. Él y otros investigadores elaboraron un informe acerca de las investigaciones realizadas con el fin de conocer si esa relación es mutualista: las aves de alimentación descuidada proporcionan bocados de pescado para las serpientes, las serpientes hambrientas merodean por debajo de los nidos y de este modo disuaden a los mapaches. Cuando Kenny primero lo llamó con la noticia del abandono, Sheehy no le creyó.
“Me aterraba que este fuese el fin para las serpientes en Seahorse Key”, dice, “y que todo el sistema que hemos estado estudiando, que es tan único, desapareciera”.
En busca de serpientes, Sheehy nos llevó en un paseo por la playa, mientras el Capitán Kenny se quedó en el laboratorio. (“Hay tres cosas en el mundo que me aterran”, dijo, “y son mi madre, mi esposa y las serpientes, en ese mismo orden”). Aquí y allá, vimos a Sheehy caminar entre los árboles y revolver hojas caídas con una vara con un gancho llamado bastón herpetológico. Pero cuando una hora de búsqueda no reveló ninguna serpiente, suspiró. “Un par de años atrás”, dijo, “podría haber volteado solo algunas frondas y encontrar una”.
Las horas del día no son lo ideal para detectar mocasines nocturnos, pero incluso las inspecciones nocturnas de Sheehy sugieren que las serpientes están sufriendo en Seahorse; a lo largo de un trayecto donde alguna vez hallaría 30 serpientes por la noche, ahora tiene suerte si descubre 10. De hecho, después de dos temporadas sin aves, la dinámica de depredadores y presas de Seahorse se está volviendo bíblicamente extraña: Los mocasines están comiéndose unos a otros por falta de alimento. Ya acostumbradas a la gran cantidad de alimento a base de peces, las serpientes de Seahorse tienden a ser más grandes que sus contrapartes de tierra firme (algunos con más de cinco pies de largo) y más dóciles. La isla tiene algunas ratas, eslizones y ardillas, pero las serpientes no son tan buenas para atraparlas; en consecuencia, Sheehy ha encontrado serpientes más delgadas y más escasas este año, y dos incidentes documentados de canibalismo.
De repente, Sheehy dio un pequeño grito y cayó de rodillas. “¡Ajá!”, exclamó, colocando frenéticamente sus manos “ahuecadas” sobre agujeros en la tierra donde solo pude ver el más mínimo indicio de movimiento. Luego se levantó, triunfante, sosteniendo un delgado lagarto de cuatro pulgadas con espalda de color cromo y una cola ámbar brillante. Un Plestiodon Egregius de Cedar Key, dijo, único de estas islas. Antes de soltarlo, me lo entregó y dijo con orgullo: “Usted es ahora una de las pocas personas que han tenido esta especie en sus manos”.
Por mucho que odie ver disminuir la población de serpientes de Seahorse, Sheehy espera que la pequeña población existente en Snake Key crezca ahora que las aves han comenzado a anidar allí. Y está emocionado de ser testigo de un cambio transitorio, de ver a medida que pasa cada año luego del abandono las nuevas formas en que las aves han moldeado la ecología de la isla; por ejemplo, a través de la enorme afluencia de nutrientes de su excremento. Hizo un gesto hacia las diminutas huellas dejadas por el Plestiodon mientras se retiraba. “Aquí, la red alimentaria es compleja”, dijo, “y esa es solo una especie que se ha beneficiado en gran medida de las aves, ya sea de forma directa o indirecta”.
Si otras especies se ven afectadas, y cómo, depende sin duda de cuánto tiempo las aves permanezcan fuera. Y tratar de predecirlo es como buscar un evasivo mono fantasma. Mientras regresábamos a la ciudad, pasando por Snake Key, el Capitán Kenny mencionó que la isla una vez albergó su propia y próspera colonia. Las aves gradualmente detuvieron su nidificación allí a principios de la década de 1950, dijo. Una vez más, nadie sabe realmente por qué.
“Es solo la naturaleza haciendo sus cosas”, dijo el Capitán Kenny. “¿Así que ha pasado, cuánto, 70 años? Tal vez dejemos notas a nuestros jóvenes nietos en 70 años para que vean si las aves han regresado a Seahorse”.