Un huevo de gaviota argéntea contaminado en la orilla del Lago Erie luce manchado, color marrón oliva y con un leve brillo en la cáscara, igual que cualquier otro. Pero debajo de su superficie delicada, yacen toxinas que podrían interrumpir la vida del ave antes de que comience.
Creadas a partir de un producto derivado del Proyecto Manhattan, las sustancias perfluoradas y polifluoradas (PFAS) fueron diseñadas para ser indestructibles por el agua, el aceite y el calor. Hoy en día, se pueden encontrar más de 4,000 formas en productos que oscilan desde ollas de cocina y abrigos de invierno hasta envoltorios de hamburguesas y pasta dental. Por décadas, sin embargo, estos “productos químicos permanentes” no regulados también han infiltrado lagos, arroyos y cientos de suministros urbanos de agua potable. Esta omnipresencia no es un buen augurio para organismos que dependen de estas aguas.
Cinco años de investigación han demostrado que altos niveles de PFAS acumulados en el medioambiente y la cadena alimentaria pueden aumentar el riesgo de desarrollar problemas y cánceres en peces, aves y mamíferos, incluidos los humanos. Los compuestos también se transmiten de madre a cría, lo que pone en riesgo su supervivencia.
Esto ha sucedido con aves acuáticas, como el Cormorán Orejudo en la bahía de San Francisco y el Chorlitejo Chico en Corea del Sur, con un éxito de eclosión reducido. Las PFAS también se han detectado en especies esparcidas de Cardenal Norteño en Hawái, el Escribano Nival en el Ártico y el Flamenco del Caribe en el Caribe; estos estudios aviares se convirtieron en barómetros útiles de diversos riesgos para la vida silvestre y la salud pública. “Los efectos en las aves reflejan los de los humanos”, dice Andrea Bonisoli-Alquati, una ecologista de Ponoma, de la Universidad Estatal Politécnica de California, que está trazando las PFAS en aves a escala mundial.
Mapa: Cortesía de Bonisoli Alquati Lab
El Programa de Monitoreo de Gaviotas Argénteas de Grandes Lagos, que comenzó en 1974 a medir los pesticidas y el mercurio, ha permitido rastrear los químicos. Cada primavera, los biólogos de Estados Unidos y Canadá recolectan huevos en 15 sitios, unos días después de que las aves los ponen. Las muestras van al Centro de Investigación de Vida Silvestre Nacional en Ottawa, donde el laboratorio de Robert Letcher las evalúa para detectar 300 contaminantes orgánicos. Las PFAS, dice, siempre son los más frecuentes; un año, el 97% de los huevos arrojó resultados positivos. Estimulado por este resultado, Canadá estableció un nuevo límite para un tipo común de PFAS en el agua potable en 2013. “Solo se pueden establecer pautas con información empírica y real”, dice Letcher. “Contamos con evidencia”.
Estado Unidos ha demorado en responder a la ciencia. La Agencia de Protección Ambiental compartió pautas recomendadas para restringir algunas de las sustancias en el agua potable en 2016, pero no intentó imponer un límite legal hasta esta primavera (hay un proyecto abierto al debate público). Los números propuestos, sin embargo, son 70 veces más altos que el nivel seguro sugerido por los científicos, dice Alexis Temkin, un toxicólogo del Grupo de Trabajo Medioambiental sin fines de lucro. Además, el documento no aborda la corrección de los sitios altamente contaminados ni cubre los reemplazos de PFAS actualmente en uso, que son menos persistentes, pero aún pueden afectar la salud.
Mientras esperan las medidas de la EPA, Nueva Jersey y Ohio han establecido recientemente límites para los contaminantes más acordes a la investigación. Otros estados recurrieron al tribunal: En 2018, Minnesota ganó un acuerdo de $850 millones contra el fabricante 3M, al argumentar que la empresa, que había anunciado el abandono de algunas PFAS 18 años antes, conocía los peligros de los químicos y aun así continuó dañando los recursos naturales. Gran parte del dinero se destinará a limpiar los suministros de agua, además de la restauración del hábitat, dice el ex procurador general Lori Swanson, que manejó el caso. El Congreso, también, creó un equipo de trabajo y está creando proyectos de ley que podrían presionar a las agencias para que contribuyan a la causa con investigación, educación y dinero.
Para abogados como Temkin, estas medidas tienen décadas de demora. El gobierno de Estados Unidos, dice, debería investigar los impactos de los productos comerciales antes de que entren al mercado, no una vez que ya generaron daño. Algunas de las leyes que regulan los procesos de fabricación se remontan a los años 30 y 70, y prácticamente no se han modificado. “Es un sistema roto”, dice Temkin.
Como resultado, las patentes, como las de 3M, caen en las grietas reguladoras. “Los mismos ingredientes que hicieron que las PFAS sean un producto exitoso los convirtieron en destructores del medioambiente”, explica Swanson, citando los millones de páginas de documentos y los cientos de declaraciones que su equipo recopiló para desarrollar la demanda. El abogado, que dirige su bufete, espera que otros estados puedan usar la información descubierta en Minnesota para poner a trabajar a las empresas y agencias. “La EPA necesita una norma sólida que proteja el agua y la salud públicas, además de los ecosistemas. No puede consentir a la industria”, dice.
Los expertos están, al menos, entusiasmados con el reciente aumento de actividad de los legisladores. “Estamos desarrollando nuestra conciencia medioambiental como nación en este asunto”, dice Bonisoli-Alquati. “Es hora de tomar la evidencia científica y aplicarla a la política”.
Pero hasta que esos esfuerzos den sus frutos, la investigación de PFAS seguirá estando fragmentada, ya que deberán abordarse también los daños generados por los químicos. El último año, los resultados de un análisis de inmigrantes birmanos en Buffalo, Nueva York, los reflejaron a causa del proyecto de gaviotas argénteas en los Grandes Lagos. El sesenta y cinco por ciento de las personas investigadas tenían nueve tipos de PFAS en la sangre; algunos tenían niveles que superaban seis veces los promedios nacionales.
Como las gaviotas, la comunidad consume pescado de los Grandes Lagos. “Estas aves nos están ayudando a controlar la contaminación”, dice Letcher. No tiene dudas de que esto se verá por mucho años.
Esta historia se publicó originalmente en la edición de verano de 2019 como “Toxic Tailwind” (Viento tóxico). Para recibir el ejemplar impreso de la revista, hágase miembro realizando una donación hoy mismo.