Las nubes se habían despejado cuando la caravana estacionó en Vantage Highway al este de Washington. Mientras el equipo de relevamiento descendía, descargaba mochilas y preparaba binoculares, el canto de un cuitlacoche se alzó desde las distantes colinas arbustadas.
Era el primer sábado de abril y la temporada final del Relevamiento de aves cantoras de Audubon Washington. Veinte aprendices pasaron la tarde aprendiendo a rastrear matorrales con aromas a especias en busca de aves sinsontes cantoras y gorriones. Algunos metieron los extremos de sus pantalones dentro de las medias para evitar las garrapatas; otros, que no confiaban en que la lluvia se hubiera ido, llevaron chaquetas impermeables.
Nos dividimos en cuatro grupos. Una voluntaria sacó su GPS manual e indicó las coordenadas de nuestra parcela de vegetación objetivo. El objetivo era llegar hacia el punto designado relevando las aves en el camino. Michael Hayes, un biólogo pesquero retirado, se ofreció a tomar notas sobre las especies y las condiciones del campo. El resto de nosotros, una mezcla de expertos en aves incipientes y experimentados, lo seguimos, manteniendo los ojos y los oídos abiertos a los secretos de las aves cantoras.
El ecosistema de estepa arbustiva en el que estábamos trabajando solo se encuentra en el oeste de América del Norte, que una vez cubrió cerca de 150 millones de acres desde Canadá hasta Nuevo México. Pero la agricultura y el desarrollo urbano han reducido el extenso paisaje. Solo Washington ha perdido el 50 % de su estepa arbustiva autóctona en el último siglo, lo que ha puesto en peligro a los residentes icónicos, como el Urogallo de las Artemisas. Las especies menos estudiadas (al menos 750 en total) podrían desaparecer más silenciosamente si continúan la pérdida y la degradación del hábitat.
“Este estudio no aborda aves en extinción”, dice Christi Norman, director del programa para Audubon Washington. “Se trata de aves que esperamos que sean comunes y lo sigan siendo”.
Para conocer mejor el estado del hábitat y qué áreas fracturadas aún alojan aves cantoras en reproducción, Norman y sus colegas comenzaron un censo con su vista (y sus oídos) de tres especies representativas: Zacatonero de Artemisa, Cuitlacoche y Chimbito Desértico. En los últimos cinco años, casi 300 científicos de la comunidad registraron la presencia de aves paseriformes en 385 ubicaciones, incluidas franjas de estepa arbustiva en granjas eólicas y tierras de fincas en la Meseta del Columbia.
Sin embargo, rastrear la presencia de las aves no fue sencillo. Se les enseñó a los voluntarios a identificar el canto de las tres especies y se los alentó a continuar practicando por su cuenta. “No hagan conjeturas”, Norman les advirtió a los asistentes en la capacitación de abril.
Los investigadores también tuvieron que lidiar con incendios forestales, que se están volviendo más frecuentes e intensos a medida que aumentan las temperaturas en el oeste. En verano, las hierbas secas y los aceites de las plantas de artemisa actúan como pólvora. Las llamas y el humo ponen en riesgo a los habitantes del ecosistema, además de a las personas que los estudian. Los voluntarios han tenido que llamar a los departamentos de bomberos locales para apagar incendios; en un caso, observaron cómo una llamarada aumentaba 10 veces su tamaño en 12 horas. Los restos carbonizados no son ideales para las aves cantoras. “Hemos elegido sitios para explorar que se han incendiado antes de que podamos llegar a ellos”, dice Norman.
Desplácese para obtener más información sobre los voluntarios del Relevamiento de Aves Cantoras (la historia continúa debajo):
Norman espera que los meses finales del relevamiento transcurran sin problemas. Después de que finalice el verano, el proyecto habrá agregado más de veinte mil registros a las bases de datos de biodiversidad del Departamento de Pesca y Vida Silvestre, que se usan para guiar proyectos de uso de nuevas tierras, incluidas las granjas eólicas, de energía hidráulica y solares que ayudarán al estado a cumplir con su plan de conversión total a la energía renovable para 2045. (El informe final se publicará en el sitio web de Audubon Washington). Los mapas de relevamiento podrían informar dónde van esas instalaciones y ayudar a preservar las áreas más importantes de estepa arbustiva, dice Matt Vander Haegan, científico investigador del departamento. Los datos, advierte, también les permitirán a las agencias prepararse para las amenazas emergentes, como el cambio climático y la invasión de espiguilla que alimenta los incendios forestales. “A veces la consideramos gasolina”, explica Norman.
El relevamiento también ha tenido una impresión personal en muchos de los participantes. Patricia Ortiz, una médica de familia retirada que vive en Peshastin, Washington, se ha dedicado al avistaje de aves desde sus primeros pasos. Se unió al proyecto en 2016 para obtener una perspectiva diferente de la avifauna en su estado; después de buscar aves en montañas y bosques coníferos por unas seis décadas, el paisaje abierto y las colinas de olivos del este de Washington se convirtieron en su lugar en el mundo. “Cuanto más tiempo estés allí, más sutilezas descubrirás”, dice.
Mientras los aprendices deambulaban lentamente por la artemisa, señalando las flores en su esplendor, escuchando el canto de las aves sobre el bullicio del viento y de los autos, un azulejo de las montañas aleteó. Se posó sobre una rama platinada y causó una gran emoción en el grupo.
Aún cerca del cierre del relevamiento, los voluntarios de Audubon Washington continúan avanzando hacia su objetivo. “Cada vez que salimos, me imagino cómo habrá sido este país hace cientos de años, cuando los seres humanos hacían muy pocas incursiones”, dice Ortiz. “Es increíble cómo estas especies de aves cantoras han podido sobrevivir. Pero también te preguntas: ¿Podrán continuar sobreviviendo?”.
Esta historia se publicó originalmente en la edición de verano de 2019 como “Ending on a High Note” (Finalizar con una nota alta). Para recibir el ejemplar impreso de la revista, hágase miembro realizando una donación hoy mismo.