En mi primer día en la jungla de Kauai con el biólogo de aves marinas Andre Raine, me veo obligado a realizar un glosario mental para interpretar la evaluación del terreno de este hombre y sobrevivir en el intento. Cuando anuncia que “esta próxima sección está un poco resbalosa” en realidad significa que “esa ladera aterradora y empinada se ha transformado en una pared vertical de lodo”. Si dice que “esta parte es un poco complicada”, se traduce como “solo una persona con las habilidades de un mono araña y que practique jujitsu puede salvarse de caer 3,600 pies en picada hacia una muerte segura”. Y todas las veces que repite que algo “está a unos pasos de distancia” en realidad quiere decir que comenzaremos una maratón infernal, inclemente y dolorosa. Y que seguramente nos hará llorar.
Esa mañana de junio, el helicóptero nos dejó sobre una montaña alta, boscosa y horriblemente angosta. Era una pincelada color esmeralda en el cielo, uno de los tantos que cruzaban la reserva natural Hono O Nā Pali del noroeste remoto de Kauai, junto a valles fluviales inmensos y cataratas impresionantes. Raine encabeza el Proyecto de recuperación de aves marinas en peligro de extinción de Kauai, y dos de las especies de las que se ocupa, la Pardela de Newell y el Petrel Hawaiano, tienen el mal hábito (para nosotros) de nidificar en las paredes de los acantilados y en las puntas inaccesibles de estas cordilleras de fantasía. Este lugar no evolucionó en absoluto para permitir el desplazamiento humano. Y sin embargo ahí estábamos, Raine, el fotógrafo Tom Fowlks, y yo con las botas puestas, despidiéndonos de un helicóptero que quizás vuelva (o no) en tres días. Todo dependía del clima pero, a medida que el helicóptero se perdía en la distancia, comenzó a llover torrencialmente.
Fiel a su nombre, Raine (parecido a “rain”, que en inglés significa “lluvia”), no usa ningún tipo de equipo para resguardarse de este clima. “Subí cientos de veces, y tal vez no lluvó dos veces”, nos cuenta, mientras marchamos hacia los arbustos y matorrales. Su filosofía: La ropa de lluvia nunca sirve. No quieran postergar lo inevitable.
En pocos segundos, estábamos empapados.
Nuestra misión consistía en ubicar 78 madrigueras de Pardelas de Newell y de Petreles Hawaianos que Raine ya había documentado en esta parte de la reserva, un área llamada Pohakea. En cada madriguera, buscábamos algún ave adulta, huevos y señales de alguna especie depredadora. Filmábamos con cámaras de registro del movimiento e revisábamos medidores de sonido colocados de forma estratégica para grabar los llamados de las aves. Sin estos controles, que Raine hacía religiosamente cada semana desde mayo a diciembre, estas dos especies en peligro de extinción hubieran avanzado hacia su fin. El monitoreo de las madrigueras les permite a los científicos aprender algo al menos sobre estas aves misteriosas; ambas especies pasan la mayor parte de sus vidas patrullando los océanos sin ser vistas, y cuando se acercan a la costa para nidificar, solo se desplazan por la noche. La cantidad de madrigueras refleja la densidad poblacional, y la actividad proporciona información sobre su comportamiento y estado de salud.
El otro motivo por el cual se monitorean es el siguiente: Las aves no han desarrollado defensas contra las hordas de depredadores invasivos que ocupan estos picos de montaña, como ratas, gatos, cerdos y Lechuzas Comunes. (Se incorporaron lechuzas a esta zona para que se ocuparan de las ratas, pero solo se empeoró la situación). El monitoreo de las madrigueras aporta datos valiosos. Estos datos valiosos les permiten a los científicos actuar en consecuencia de manera estratégica.
Durante nuestro primer día, nos toca descender desde la zona de aterrizaje hacia un desagüe escarpado y luego volver a subir por el otro lado, a un grupo de madrigueras que están en la cadena montañosa siguiente. Raine es alto y delgado, y sus brazos y piernas son flacuchos, una contextura que parece moverse en forma fluida y ligera entre los árboles y arbustos. Fowlks y yo luchamos para abrirnos paso; Raine se desliza con gracia.
“¡Esta parte es un poco empinada!”.
Fowlks y yo caemos casi de cabeza al desagüe, nos tambaleamos, tropezamos, nos patinamos y llegamos agitados. Hay algunas lianas sintéticas colgadas de los árboles, Raine las llama correas, y nos permiten movernos hacia atrás. Pero por lo general, nos aferramos desesperados a helechos, raíces, viñas y cualquier otra cosa que encontremos que esté un poco agarrada a la montaña. Casi siempre hacemos “culo-patín” a toda velocidad por el bosque, salpicados de lodo y con ramas pegándonos en la cara, salvo cuando caemos en alguna zona colapsada y nos enterramos hasta la cintura. El fondo del desagüe, cuando finalmente llegamos, es una maravilla primitiva: piscinas que borbotean y pequeñas cascadas rodeadas de helechos y cubiertas por una especie de neblina. Nos detenemos para almorzar algo rápido, debajo de la llovizna, antes de que Raine nos haga subir hacia el otro lado.
“¡Está a unos pasos de distancia!”
Cuando finalmente llegamos a la parte superior de las montañas, lo veo a Raine acostado y hurgando con su brazo en un hueco debajo de un árbol de ohia. Un Petrel Hawaiano había cavado su madriguera en el espacio mohoso entre las raíces expuestas del árbol. Raine saca una foto con su cámara, saca el brazo y me muestra la imagen: una carita blanca y negra que lo mira desde el hueco oscuro. Ingresa unos datos en su iPad, y seguimos viaje. En un momento, Raine nos advierte que la madriguera que buscamos “está un poco difícil”, y desaparece en una curva. A continuación, lo veo colgando de una de las correas, con la otra mano sujetando el iPad y sus pies firmes contra una ladera empinada, mientras mira un agujero de madriguera. Detrás del él, se extiende el valle de Hanakapı’ai, una postal alucinante, y vemos la famosa costa agreste de Na Pali en la distancia. Debajo de sus pies está casi la nada.
Es un cuadro impresionante ver a un científico trabajando. Raine capacitó a un equipo de asistentes igual de dedicados y tenaces que él que en ese momento estaban haciendo lo mismo en otros rincones de Hono O Nā Pali, colgando de acantilados bajo la lluvia. “Hay un grupo pequeño de fanáticos a los que les gusta hacer este tipo de cosas, como correr entre la niebla, bajo la lluvia y en cordilleras durante la noche”, dice el biólogo conservacionista David Duffy, director de la Unidad de Estudios Cooperativos del Pacífico en la Universidad de Hawai. Además, es el jefe de Raine. “Si no estuvieran un poco fanatizados por esto, no durarían mucho”.
Para salvar especies amenazadas se necesita tomar medidas extraordinarias, pero es cierto que para conocer bien los enigmáticos ciclos de vida, madrigueras inaccesibles y enemigos de las Pardelas de Newell y los Petreles Hawaianos se necesitan habilidades similares a las de los miembros del Grupo de Desarrollo de Guerra Naval Especial de los EE. UU. Y eso es lo que Raine ofrece.
La posibilidad de espiar a estas aves en su hábitat, debido a sus hábitos nocturnos, es casi nula. Así que dos días antes de adentrarnos a lo desconocido, Raine me invitó a su oficina para examinar algunos de sus especímenes embalsamados. A primera vista las dos especies se ven similares: su cabeza y dorso son negros y sus costados y su panza, blancos, ambas tienen fosas nasales redondas y largas, típico de los Procellariiformes o “nariz en tubo”. Pero el petrel generalmente tiene una figura más estilizada, y Raine explica que cuando vuela, dejan las alas quietas y planea dibujando arcos. La Pardela de Newell, con una contextura más espigada, es un ave más “tonta” en comparación. “No planea nunca”, explica Raine. “Mueve sus alas desesperada como si fuera a chocarse en cualquier momento”. Escuchamos los audios de sus respectivos llamados; el Newell suena como el rebuzno de un asno, y el petrel hace un u-ay-u un poco más digno. Raine explica que cuando cazan en el mar, la Pardela de Newell se sumerge directo, alcanzando una profundidad de hasta 150 pies para alcanzar a su presa, mientras que los petreles esperan que los atunes y delfines lleven peces de menor tamaño a la superficie.
Aun así, en términos de ciclo de vida y circunstancias generales, estas especies se asemejan más de lo que se diferencian. Ambas pasan sus primeros años en el mar, y regresan a la costa a sus 4 o 5 años para encontrar una pareja, cavar su madriguera y poner un solo huevo. Durante varios meses, el macho y la hembra se turnan para incubar el huevo y embarcarse en viajes épicos en busca de alimento como peces y calamares, y a veces llegan a viajar miles de millas. El huevo eclosiona durante el verano, y para fines de otoño ya está listo para su primer vuelo. A miles de pies de altura, corre hasta salir de su madriguera, se arroja al vacío y busca, audaz, el océano, en donde se queda hasta su etapa reproductiva. De diciembre a abril, los adultos también se quedan en el océano, pero regresan a la misma madriguera cada primavera para reproducirse por el resto de sus vidas.
La tradición hawaiana cuenta que en una época las Pardelas de Newell “oscurecían los cielos”, y restos fósiles han revelado que solía haber enormes colonias de Petreles Hawaianos en siete de las ocho islas principales del estado. Pero eso es parte del pasado. Las expediciones marinas de los años 90 estimaban la población de Pardelas de Newell en 20,000 parejas reproductivas y la de Petreles Hawaianos en 4,500, pero un estudio reciente de Raine, con datos tomados de radares, concluyó que ambas poblaciones decrecieron, la primera en un 94 % y la segunda en un 78 %. Hoy en día, lo que queda de la población de Pardelas de Newell se reproduce, casi en su totalidad, en las montañas de Kauai. Los Petreles Hawaianos se reproducen en pequeños espacios en solo cinco de las islas principales.
Para explicar esta disminución de la densidad poblacional, Raine me lleva a la Kauai Humane Society. Ahí conocimos a dos “pacientes”, un petrel y una Pardela de Newell, en tratamiento por haber chocado contra tendidos eléctricos. Los tendidos eléctricos son la peor amenaza para las aves marinas en Kauai. En segundo lugar está la luz artificial. Las luces de las calles y los estadios confunden a los polluelos en sus primeros vuelos y generan que giren en círculos y terminen cayendo, exhaustos. Si la caída no los mata, lo hacen los perros, gatos salvajes o automóviles que pasan. Desde 1979 hasta 2015, el programa kauaiano Save Our Shearwaters (SOS), que alienta a los ciudadanos a llevar a aves caídas a centros de rehabilitación, rescató 30,522 polluelos de pardela de Newell. En el año 2010, el Departamento de Justicia de los EE. UU. y una coalición de grupos ambientales comenzaron a demandar a varias entidades de Kauai por matar aves marinas, amparados por la Ley de Especies en Peligro de Extinción. Uno de los resultados fue que la compañía de servicios local, Kauai Island Utility Cooperative, comenzó a destinar millones a la conservación, en medidas que incluyeron gran parte de la financiación del proyecto de Raine.
En la Humane Society, Tracy Anderson, coordinadora del programa SOS, sostiene una pardela envuelta en una toalla. La pequeñita asoma la cabeza. Sus ojos se ven muy mal, uno como empañado y otro ya ciego. “No mejora”, nos cuenta. Van a sacrificarla pronto. El petrel, por otro lado, se ha recuperado de forma casi milagrosa, de tal manera que Anderson y Raine decidieron colocarle la identificación satelital y liberarlo. Vamos a un laboratorio, y mientras Anderson sostiene firme al petrel, Raine utiliza fórceps y un hilo de sutura de color azul para coserle un transmisor de $3,500 (cortesía de la empresa de servicios) en el lomo. El ave, indignada, la pica a Anderson reiteradamente a través de la toalla, y ella insulta en voz alta cada vez que siente el ataque. Cuando termina el procedimiento, ella tiene moretones en todo su antebrazo, el petrel tiene una antena de 8 pulgadas que sale de su lomo, y hay una energía combativa en el ambiente.
Los desplazamientos de los Petreles Hawaianos y las Pardelas de Newell por el océano siguen siendo un misterio para los científicos, y por eso, al igual que el control de las madrigueras, la identificación satelital les brinda datos clave. ¿Dónde suelen alimentarse? ¿Cuáles son sus amenazas potenciales? Poder diagramar el desplazamiento de las aves con identificadores satelitales, geolocalizadores y registros de datos resulta de vital importancia en la planificación conservacionista. Durante cuatro años, Raine y Anderson les han colocado 48 identificadores satelitales a ambas especies, y han logrado rastrear a las aves hasta el norte de Alaska y al oeste, hasta Guam.
Para liberar a nuestra ave, manejamos hasta Makahuena Point, el punto más al sur de Kauai, y caminamos por la negrura de los acantilados volcánicos. Hay olas enormes que se estrellan debajo de nosotros, a unos 30 pies de distancia. Está ventoso. Si la liberación resulta exitosa, Raine podrá rastrear el vuelo del petrel con su teléfono durante unos 120 días, hasta que se le caiga la identificación satelital. Anderson coloca al ave sobre una roca. Se tambalea como un adolescente ebrio y luego, con una ráfaga de viento, sale disparada hacia el océano azulado con dirección al sur. Al poco tiempo desaparece en el horizonte.
Me desperté el segundo día de nuestra caminata por la montaña dentro de una tienda con piso de madera, un refugio de campaña gloriosamente seco, con la mirada fija en el dibujo de un gato pegado en la pared. El gato está sonriendo y levantándole el dedo anular a cualquiera que quiera atraparlo. Este fue el felino que en 2014 y 2015 prácticamente eliminó a todos los adultos y polluelos de Pardelas de Newell en media docena de madrigueras de una de las áreas de Pōhākea llamada Twin Pu’u, hacia donde nos dirigimos hoy. El equipo de Raine no logró atrapar al asesino, y finalmente desapareció. El dibujo sirve como recordatorio de que si bien las aves viven una situación difícil en las áreas pobladas de Kauai debido a los tendidos eléctrico y las luces brillantes, aquí en las montañas, donde se refugian, también sufren hostigamiento. Hace dos semanas, el equipo de Raine encontró los cadáveres de cuatro aves, una de ellas asesinada por un gato y tres por especies alóctonas de Lechuzas Comunes.
Los depredadores invasivos han ocupado cada rincón de Hawái, aún los picos más altos. “Cada uno tiene una forma particular de matar”, explica Raine, mientras marchamos por una cordillera. Los gatos les sacan la parte de atrás de la cabeza a las aves, cortan la carne en pedazos y dejan plumas y pedazos del ave tirados. Las lechuzas comunes cortan metódicamente la carne del cuello y el pecho. Las ratas solo comen huevos y polluelos, a los que les mastican la cabeza. Y los cerdos simplemente destrozan todo: la madriguera, al ave, el huevo. Destrucción total.
Todo esto genera un gran desorden ecológico, y Raine parece la persona perfecta para corregirlo. Raine ha sido criado por padres ingleses en Bermuda, y durante los veranos, trabajaba con el ornitólogo David Wingate, famoso por salvar a la Fardela de Bermudas de su extinción. Uno de los tíos de Raine escribió e ilustró A Guide to the Birds of Bermuda (Una guía sobre las aves de Bermuda), y otro tuvo una carrera profesional destaca salvando tortugas marinas y aves costeras y marinas de la costa de Texas. Luego de profesionalizarse en Canadá e Inglaterra, Raine realizó una serie de proyectos complejos de conservación en ubicaciones remotas, incluidos el Parque Nacional Kafue en Zambia y la Amazonia peruana.
Pero quizás los cuatro años que pasó en Malta ilustran mejor la determinación de Raine. Malta es el destino que eligen unas 170 especies europeas y africanas, y los cazadores se encargan de destruir a todas, sean especies protegidas o no. “Tienen organizaciones de caza muy poderosas, y andan con pegatinas que dicen cosas como ‘si vuela, a la cazuela’, ya sean murciélagos, golondrinas o libélulas”, cuenta Raine. Su equipo se adentró en zonas poco concurridas de reservas públicas, dominadas por cazadores, y filmó videos que más tarde utilizaron para demandarlos. “Andre se metió de lleno en la lucha”, dice Nicholas Barbara, gerente de Conservación en BirdLife Malta. “Fue muy inspirador”. Pero su éxito tuvo también un costo. A Raine lo amenazaron en más de una oportunidad, y a sus colegas les incendiaron sus automóviles y espacios de trabajo. Aceptó el trabajo con las aves marinas de Kauai en 2011 en parte porque, en comparación con las confrontaciones en Malta, resultaba sencillo.
Seguimos marchando por la cordillera cuando Raine, de repente, se para en seco. “Esta es una zona de absoluto peligro”, murmura. Y señala justo al frente. Los siguientes 30 pies del camino están llenos de trampas. Si Fowlks o yo hubiéramos rodado hasta ahí, podíamos haber terminado colgados de una trampa circular metálica, un dispositivo diseñado para capturar cerdos. Más adelante se ven otros dos tipos de trampas para gatos. Finalmente, en una estaca de madera, hay una trampa para ratas Goodnature: un aparato con forma de tubo, disparado por dióxido de carbono y con una carnada perfumada. Las trampas no las colocó Raine sino sus aliados, el equipo de control de depredadores del sistema de la reserva natural hawaiana. Siguiendo a Raine, Fowlks y yo nos tambaleamos con cuidado entre las trampas.
Raine me designa la vigilancia de las ratas, y paso los días probando trampas, cambiando carnadas y tirando cadáveres de ratas. En un momento, me dijo: “Me siento optimista. Ahora conocemos más sobre el control de especies depredadoras. Estamos mejorando nuestras técnicas. Mientras tengamos financiamiento, podemos revertir esta situación”. En Pohakea, los gatos mataron 12 aves en 2014, pero solo uno en 2016. Los cerdos mataron 5 aves en 2013, y ninguna en los tres años posteriores. En 2013, las ratas destruyeron huevos o polluelos en un 4.2 % de las madrigueras analizadas; pero la cifra bajó a 2.5 % en 2016. La mejora constante refleja el uso de mejor tecnología (las trampas Goodnature se empezaron a utilizar en 2014), y mayor conocimiento sobre dónde ubicar los diferentes tipos de trampas que usan. En 2017, por primera vez, ningún ave de Pōhākea murió a causa de sus depredadores. Hay trampas similares en otros siete puntos que el equipo analiza, y también se ha visto una disminución en los índices de depredación.
Sin embargo, los depredadores continúan viniendo. Desde nuestra altura, cerca de una madriguera, vemos la playa de Hanakāpīʻai a lo lejos. Hace un año fui caminando hasta esa playa, cerca de las cataratas de Hanakāpīʻai. En ambos lugares vi gatos salvajes al acecho y turistas alimentándolos emocionados. Se estima que medio millón de gatos salvajes merodean por Hawái, muchos de ellos gracias a la gente. Pero los gatos salvajes de Hanakāpīʻai son los que lo preocupan a Raine. “Es una colonia especialmente dañina”, dice. “Vienen de ahí directo hacia las montañas”.
Hacia el atardecer, volvemos al refugio, y yo siento que alcancé mi límite diario de resbalones, caídas, quemaduras, golpes y calambres, pero luego recuerdo que todo podría ser peor. A veces el solo hecho de tener que ubicar las madrigueras se parece al apocalipsis. Por ejemplo, en 2015, siguiendo sus instintos, Raine empacó un medidor de sonido en su mochila naranja brillante y robusta, y la tiró del helicóptero en un rincón de Pōhākea. Un mes después, colgando del helicóptero, pescó la mochila del bosque con una soga que tenía un gancho en la punta. Después de que el dispositivo registrara en forma acústica que el lugar estaba repleto de petreles, el helicóptero los dejó a Raine y a otros dos colegas en la jungla, donde decidieron separarse. En ese momento no había ningún refugio de campaña. Y no había senderos claros. Raine pasó cuatro días lluviosos solo, recorriendo montañas y valles a pie hasta que logró encontrar 58 madrigueras. “Parecía la ciudad perdida de los petreles”, cuenta.
Esa tarde, Raine y yo nos sentamos en una montaña cerca del refugio con gafas de visión nocturna. Típicamente, su equipo usaría estas gafas para analizar el territorio a primera hora de la mañana, constatar hacia dónde volaban las aves y registrar sus llamados, y esos datos les permitirían encontrar nuevas madrigueras durante el día. Pero esta noche simplemente disfrutamos del avistaje. Veo que se acerca un ave, y escucho un sonido de vuelo rasante. “Petrel”, dice Raine. “Las alas son más largas, y no las está agitando, está planeando”. Miramos a los petreles cazarse entre ellos, silbando, volando en círculos y cayendo en picada. Es el comportamiento para aparearse. Nunca vemos una Pardela de Newell, pero escuchamos su llamado, que suena como un rebuzno. Más tarde, me duermo escuchando el canto particular de las Pardelas de Newell, que sonido como asnos en la jungla.
La mañana final de nuestra misión, Raine saca su teléfono y me muestra una línea roja serpenteante que se extiende de Kauai hasta French Frigate Shoals en las islas de Sotavento de Hawái. Es nuestro amigo, el petrel que salvamos e identificamos tres días atrás, enviándonos información satelital. Ya recorrió más de 450 millas. Es libre como el viento. Raine se alegra. Es el motivo por el cual hace este trabajo.
Aun así, mientras pasamos las últimas horas abriéndonos paso entre los arbustos y saltando madrigueras, Raine nos dice que el futuro de estas aves sigue siendo incierto, a pesar de sus esfuerzos. Además de todas las maniobras que realizan aquí en las montañas, su equipo está experimentando con láser para brindarles a las aves una barrera visual frente a los tendidos eléctricos de la ciudad. Están colocando medidores de sonido en todo Kauai para registrar el sonido distintivo que hace un ave al chocar contra una red eléctrica, para poder así identificar las áreas más letales de la isla. Están reubicando a los polluelos de pardelas y petreles a Kilauea Point, sobre la costa, en un esfuerzo por establecer una colonia en terrenos más bajos. “No sabemos qué va a funcionar, pero hay que intentar todo”, dice. “No existe una solución milagrosa para estas aves”.
Aunque el helicóptero está por llegar, Raine quiere revisar algunas madrigueras más. “Son unos pasos de distancia”, insiste. Pero ya no siento las piernas, y Fowlks claramente necesita ayuda. “Bueno”, dice Raine. “Ustedes quédense aquí y descansen, vuelvo en seguida”. Y así, bajando con agilidad por una ladera, desaparece entre los arbustos.
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Esta historia se publicó originalmente en la edición de verano de 2018 como “The Secret Lives of Seabirds” (La vida secreta de las aves marinas). Para recibir el ejemplar impreso de la revista, hágase miembro realizando una donación hoy mismo.