En su nuevo plan estratégico, publicado en marzo, la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) describe el 2017 como “un año sin precedentes” en cuanto a desastres naturales. Las fotos del personal de FEMA asistiendo a los sobrevivientes de huracanes masivos en Texas, Florida, y en Puerto Rico contribuyen al documento de 38 páginas, que destaca que la cantidad promedio de declaraciones de grandes catástrofes pasó de 25 en la década del '80 a casi 90 por año desde 2010. “Debido a un aumento del riesgo de amenazas ambientales”, reza el plan, “la necesidad de tomar medidas que nos lleven hacia adelante es mayor que nunca”.
Para el lector atento, estas son referencias claras del cambio climático. Sin embargo, el documento no menciona en forma directa, ni una sola vez, la raíz de este aumento de intensidad de los desastres naturales. (En comparación, el plan estratégico previo de FEMA incluye el clima en su sección sobre riesgos futuros). Esta omisión es solo una de los casi 100 ejemplos de censura en relación al calentamiento global compilados por Silencing Climate Science Tracker, una base de datos manejada por Romany Webb, becario en Derecho, del Centro Sabin de la Universidad de Columbia, desde diciembre de 2016.
“Cuando miramos los registros vemos que el mandato de Trump ha sido un intento sistemático de silenciar cualquier tipo de ciencia que no cuadre con sus políticas”, dice Webb, especialmente en lo que refiere a la expansión de combustibles fósiles. Ha habido sitios web sobre el cambio climático que han sido eliminados o modificados . La palabra “clima” se ha eliminado del nombre de ciertas carreras. Se les prohibió a varios especialistas en clima que asistieran a conferencias y que disertaran en público. Y se han disuelto varias juntas asesoras científicas. Hasta ahora, Webb ha documentado la censura en la Casa Blanca, la NASA, la Fundación Nacional de Ciencia, y nueve agencias federales, incluida la Agencia de Protección Ambiental.
En algunos casos, la “purga” parece venir desde la cúpula sénior, pero en otros, los científicos mismos se censuran para evitar llamar la atención o sufrir represalias. “Este gobierno tiene un efecto paralizador en las agencias federales; a mis clientes nunca los vi tan asustados”, dice Kyla Bennett, quien representa a los denunciantes del gobierno para Public Employees for Environmental Responsibility, una organización legal sin fines de lucro.
Para Bennett, el motivo es claro: “Cuanto más se evita hablar de calentamiento climático tanto en documentos como en espacios públicos, menor es la probabilidad de que la gente se preocupe por esto y quiera hacer algo para cambiarlo”. Hacer de cuenta que el problema no existe también les permite a las agencias ignorar el tema en materia de políticas públicas. Por ejemplo, en los meses previos a que la EPA anunciara su rechazo a la política de reducción de la contaminación de carbono (clave durante el mandato de Obama) en octubre de 2017, se borraron referencias al cambio climático de varios sitios web y científicos expertos en clima fueron asignados a nuevos departamentos. “Ante la ausencia de un cambio climático, no se necesita algo como el Plan de Energía Limpia”, explica Bennett.
Sin embargo, negar que existe un desajuste climático no ha evitado que las agencias aborden cuestiones actuales. De hecho, solo dos días después de la publicación del plan estratégico de FEMA, la agencia aprobó un subsidio de 1,700 millones de dólares para reubicar refugiados climáticos nativos de Alaska, que están perdiendo sus hogares porque el hielo y el permafrost se derriten y los niveles del mar aumentan erosionando las costas.
“Quieren comenzar a abordar esos efectos climáticos porque son cada vez más fuertes y apremiantes”, dice Webb. “Pero en realidad no quieren admitir la causa subyacente ni asumir las medidas para remediar la situación”.
No solo las medidas directas en favor del clima han sido corrompidas por la censura, sino que la corrupción está presente en cada una de las decisiones de nuestro gobierno. “Nuestra capacidad de adaptación en las próximas décadas estará determinada por el lugar en el que construyamos carreteras y viviendas, la forma en la que invirtamos nuestros recursos en salud pública, y las áreas naturales que decidamos proteger”, explica Sarah Greenberger, vicepresidente sénior de Audubon del departamento de Políticas de Conservación. “El cambio climático tiene que formar parte de esas decisiones”, agrega. “Si ni siquiera hacemos eso, nos ponemos en riesgo junto con todos nuestros intereses”.
El efecto de esta censura, en última instancia, es eliminar la información y la investigación científica cuando más la necesitamos. “Es probable que el cambio climático sea la mayor problemática ambiental a la que nos enfrentamos; hay gente que morirá. Hay gente que ya está muriendo”, agrega Bennett. “Para salir de esta situación, lo único que puede ayudarnos es la ciencia, y necesitamos políticos comprometidos”. Durante décadas, hemos sido fuertes en materia científica pero débiles en nuestro compromiso. Si ni siquiera le ponemos un nombre a esta amenaza, perderemos todos.
Esta historia se publicó originalmente en la edición de verano de 2018 de Audubon como “A Climate of Censorship” (Un clima de censura). Para recibir el ejemplar impreso de la revista, hágase miembro realizando una donación hoy mismo.