La última y mejor defensa de la guacamaya roja contra los cazadores furtivos de vida silvestre no parece ser mucha: solo una colección de lonas destartaladas, mesas improvisadas, baldes de plástico de cinco galones, hamacas de la selva y un fuego para cocinar, escondidos en el denso sotobosque de un bosque tropical de madera dura, cerca de la amplia frontera incómodamente porosa entre Belice y Guatemala.
Nos ha tomado horas llegar aquí, la primera etapa de un viaje terrestre desde San Ignacio en el distrito de Cayo de Belice occidental, sorteando nuestro camino a través de los puestos de control militares y de guardabosques, rebotando por las carreteras de tierra roja que son más rocas y barrancos que verdaderas carreteras. Pero llegar a las orillas del Río Macal apenas fue el primer paso.
El viaje río arriba nos tomó más o menos otra hora. Nos seguía el gemido laborioso del motor fuera de borda del bote a medida que pasábamos cientos de árboles sumergidos que asomaban hacia el cielo desde el agua y las verdes orillas del río. Nos miraban con desconfianza garcetas, cormoranes y patos aguja americanos, mientras volaba sobre nosotros un gavilán bidentado. El agua era un espejo plano, con una corriente tan débil que parecía que el río estuviera estancado. En determinado momento, Roni Martínez, un guía de avistadores de aves beliceño y uno de los dos fundadores del Equipo de Biomonitoreo Scarlet Six señaló un tapir en la lejana ribera. Al principio parecía cualquier otro tronco seco, luego asomó en la inclinación y desapareció en el bosque (Nota del editor: el Equipo de Biomonitoreo Scarlet Six cambió de nombre a Conservación de Aves de Belice después de que esta edición de la revista Audubon se envió a imprimir).
El Equipo de Biomonitoreo Scarlet Six es un grupo de escasamente una docena de beliceños (y un estadounidense) que se preocupan por la conservación y se empeñan en proteger la guacamaya macoa de Belice del comercio ilegal de mascotas. Para desalentar a los cazadores furtivos ─y monitorear los nidos para obtener datos de productividad─ los guardabosques de Scarlet Six establecieron campamentos en el Bosque Chiquibul, justo debajo de los árboles en los que anidan las guacamayas. Allí viven durante los cinco meses de la temporada de cría de pichones, aproximadamente desde finales de abril hasta septiembre. Si suena ligeramente como una locura, es porque es una de las destilaciones de conservación de fuerza bruta imaginables más puras. Pero, aparentemente no solo es una locura, además funciona: los nidos de guacamaya ya no están sometidos a la caza furtiva en las áreas en las que pernoctan los guardabosques.
En una era en la que los sensores remotos que usan grabaciones captadas por drones y el mapeo por satélite demarca el borde sangriento de la conservación, me pareció deliciosamente contra la intuición cuando por primera vez me enteré de los esfuerzos de Scarlet Six y la noción asociada de que a veces el cansancio por dormir mal sigue siendo la mejor manera de hacer el trabajo. Así que me las arreglé para hacer un viaje a Chiquibul para ver lo que era ser un guardabosques de Scarlet Six e investigar cómo un proyecto como este es realmente sostenible a largo plazo.
Seamos honestos, también consideré este viaje por el desenfrenado romance de ver guacamayas rojas en estado salvaje. No estaré feliz hasta que lo logre.
Uno de los loros más grandes del mundo, la guacamaya roja, pesa más o menos dos libras y mide casi 40 pulgadas desde la cabeza hasta la punta de la cola gloriosa de color rojo, dorado y azul. También es mañosa, solo hace su nido en las cavidades de los árboles (guapuruvú, ceiba, pino y otros) que están a una distancia de menos de 200 yardas de la ribera del río. Las aves adultas pasan sus días volando en parejas alrededor del bosque, chillando y comiendo frutas y frutos secos. Es raro ver una guacamaya roja sola; en cambio, se congregan en grupos de dos, cuatro y seis, en las copas de los árboles a lo largo de la ribera del río. Las parejas de guacamaya por lo general tienen camadas de dos a cuatro huevos. Después de la eclosión, solo sobreviven dos pichones. Los pichones se acurrucan en su nido oscuro con forma de cueva, a una altura de 60 a 75 metros en un árbol, durante alrededor de tres meses hasta que empluman. Durante este tiempo comen, duermen y gritan a cualquier cosa y a cualquiera que los escuche.
El hábitat de las guacamayas abarca desde el sur de México hasta Bolivia. En resumen, la población de guacamayas rojas está disminuyendo, pero la especie todavía no se considera en peligro. Una subespecie de guacamaya roja, sin embargo, tiene grandes problemas. Debido a la caza furtiva y la deforestación desenfrenada, la subespecie Ara macao cyanoptera solo existe en unas cuantas poblaciones pequeñas en el sur de México y en la Reserva de la Biósfera Maya en Guatemala, en Honduras y en Nicaragua y una población totalmente aislada de aproximadamente 250 aves en Belice. Sin una conservación dedicada y programas de crianza en cautiverio en estos lugares, es muy probable que esta subespecie pudiera extinguirse.
La población beliceña sirvió de foco del libro de 2008, The Last Flight of the Scarlet Macaw (El Último Vuelo de la Guacamaya Roja), que incluyó una crónica de la condenada lucha contra la construcción de la presa hidroeléctrica Chalillo a lo largo del Río Macal. En ese momento, poco se sabía sobre las Guacamayas Rojas en Belice, aunque las cifras de población fueran solo estimadas. La mayoría de los conservacionistas temía que el hábitat de reproducción de aves se destruyera cuando el río aguas arriba de la presa terminada inundara las orillas históricas y ahogara los árboles en los cuales anidan las guacamayas rojas. La presa se terminó en 2005 y los miles de árboles muertos que surgen del lento Río Macal son el legado del daño ecológico ocasionado. Pero incluso años después de la puesta en funcionamiento de la presa, su impacto real continuó siendo un misterio.
El Equipo de Biomonitoreo Scarlet Six empezó como lo hacen tantas cosas: por casualidad, para abordar una necesidad inesperada. Cuando Charles Britt, ecólogo y cofundador de Scarlet Six llegó a Belice en 2008, la pregunta acerca de cómo se habían comportado las guacamayas después de la Presa Chalillo aún seguía sin respuesta. A partir de 2009, como proyecto para obtener una maestría en la Universidad del Estado de Nuevo México, decidió averiguarlo. Durante casi dos años (intermitentes), viajó en kayak con la corriente y en su contra por el Río Macal e hizo caminatas por lugares remotos del Bosque Chiquibul, en busca de nidos o guacamayas adultas. Colocó unidades de telemetría satelital a tres hembras para llevar un registro de sus movimientos y descubrió que las guacamayas en realidad estaban respondiendo lo suficientemente bien en el Río Macal que ahora tenía una presa. No abandonaron el área por completo y se encontraron en nidos río arriba, más adentro en el bosque.
Luego llegó la dificultad: cuando Britt y Martínez ─reclutado por su trabajo de guía de avistadores de aves en un hotel ecológico para ayudar a monitorear a las guacamayas─ intentaron estudiar la productividad de los nidos, descubrieron que no podían. Prácticamente no había productividad que estudiar. Casi todos los nidos ─más del 90 por ciento─ eran víctimas de la caza furtiva de los guaceros y los xateros, guatemaltecos que ilícitamente cruzaban la frontera con Belice por motivos económicos. Los guaceros se especializan en cazar furtivamente loros, de los muchos que hay en Belice, incluidos los loros de Cabeza Amarilla, loros de Cresta Roja y loros de Capucha Parda. Por otro lado, los xateros peinan el camino a través del Bosque Chiquibul y las Montañas Mayas en busca de la palma de xate, una planta de gran demanda en el mercado mundial de arreglos florales. La demanda de xate es tanta que ya casi ha sido extirpada de las selvas de Guatemala, por lo que los xateros cruzan a Belice y toman la palma de allí: en 2015 extrajeron ilegalmente 11 millones de hojas solo en Chiquibul. Sin embargo, los xateros no solo toman el xate, saquean todo lo que encuentran que pueden vender o usar, incluidas las guacamayas. De acuerdo con Martínez, Britt y todas las personas a quienes les he preguntado, la mayor parte de la caza furtiva de guacamayas es meramente oportunista. En general, los cazadores furtivos no van a Belice específicamente a cazar guacamayas, que no son lo suficientemente abundantes en el denso bosque de madera como para ser atractivas por sí mismas.
En un campamento cercano al Nido n.° 23, Martínez y uno de sus guardabosques de Scarlet Six me enseñan cómo roban los pichones los cazadores furtivos: envuelven una banda ancha alrededor del tronco del árbol, lo enganchan a un arnés y luego escalan, con botas con pinchos que ensartan en el tronco. El árbol de guapuruvú que aloja el Nido n.° 23 tiene numerosas marcas de cicatrices causadas por los pinchos de las botas de los cazadores furtivos, una horrible serie de marcas paralelas que recorren el tronco hacia arriba. Toma menos de 30 minutos desde encontrar un nido hasta huir con los pichones, lo que ayuda a explicar por qué durante mucho tiempo no había nada que alguien pudiera hacer al respecto. Britt me contó que una vez viajaba en kayak por el Río Macal para relevar el hábitat de las guacamayas y escuchó un tiro de advertencia y los chillidos de las guacamayas adultas agitadas. “Estos tipos estaban armados y ni mi pareja de investigación ni yo teníamos armas, por lo que no podía hacer nada más que dejarlos llevarse las aves”, relata.
Para combatir los robos, Britt y Martínez tuvieron una idea: primero, evitar que los cazadores furtivos se acercaran a los árboles en donde estaban las guacamayas con una cuadrilla rotativa de beliceños regulares que acampen debajo de los nidos activos durante la temporada de reproducción.
El día empieza temprano en el bosque, mucho antes de que el sol surja en el horizonte. Los llamados discordantes de las aves ─los chillidos de los bienteveos comunes, los tristes gemidos de las chachalacas y los gritos de las guacamayas─ se filtran a través de la red de mosquitos que rodea mi hamaca de la selva. Había pasado la mayor parte de la noche despierto, acuñado incómodamente, a ratos con frío y desesperadamente incómodo (las hamacas son terribles para las personas que prefieren dormir de lado). Pero ya es hora de moverse: Salir de la hamaca, sacudir los zapatos para sacar cualquier criatura no deseada, encender la estufa y calentar agua para hacer café. Calentar los frijoles ─hoy refritos, pero otras veces guisados─ y, como premio, sacar un poco de los pasteles densos y masticables de harina de trigo que Martínez llevaba con el equipo. Apenas son las 6:00 a. m. y ya estamos en plena actividad.
La lluvia de la noche anterior hizo que la orilla del río fuera traicionera, así que patinando llegamos hasta el tocón donde estaba amarrado el bote. Antes de poder ir a cualquier lado debíamos rescatar el bote. Otro bote ─más grande y con un toldo─ se desliza lleno de guardabosques de Amigos para la Conservación y el Desarrollo (FCD) que patrullan el Bosque Chiquibul y colaboran con Scarlet Six en el proyecto de las guacamayas.
Una vez que el bote queda libre de agua estancada, nos subimos y navegamos río arriba a un campamento de guardabosques debajo de otro nido de guacamayas. Después de un segundo viaje poco elegante por la orilla del río, me siento con tres guardabosques de Scarlet Six: Luis Mai, Isael Mai y Albert Woodye. Luis Mai ha trabajado con Scarlet Six desde su fundación en 2012, y pasa el tiempo fuera de temporada atendiendo su granja de maní en el pueblo de San Antonio, que queda más o menos a una hora de distancia en automóvil. Este año es la primera temporada de Woodye, a pesar de que su hijo es guardabosques de Chiquibul y trabaja con FCD. Ambos guardabosques de mediana edad me responden en voz baja─casi con timidez─ cuando los coacciono para que compartan sus historias. En cambio, Isael Mai es un chico de 26 años de edad comprometido con las aves, con ambición de ser guía de avistadores de aves a tiempo completo. Cuando no está trabajando para Scarlet Six, está haciendo sus investigaciones de aves de rapiña con el Instituto de Investigación de Aves de Rapiña de Belice e interrogando a sus compañeros naturalistas beliceños con los acertijos de identificación de aves en Facebook. El recuento del día de Mai se puede describir mejor como una lista de las aves que normalmente ve y en dónde, con el condimento de su risa contagiosa.
Pasan sus días fácilmente sin un patrón. Viajar río arriba y río abajo a los sitios que se sabe que los cazadores furtivos pueden visitar, un nido de guacamayas o un sitio de valiosa madera dura o un bosquecito de xate. ¿Hay algún indicio de los xateros? Nada nuevo, la indicación más reciente de los cazadores furtivos fue al menos hace un mes. ¿Qué buscan? Marcas de machete. Indicaciones de un campamento, como una fogata. Huellas de cascos de caballo. ¿Entonces no han visto ninguna indicación de que los xateros hayan intentado llegar a los nidos? No en esta temporada. La última temporada, sí, pero no pudieron llevarse los pichones. ¿Es peligroso el trabajo? No. ¿Ha habido algún problema? Bueno, ocurrió un incidente el mes pasado.
El “incidente” en cuestión ocurrió en Chiquibul y se convirtió en un incidente importante entre Guatemala y Belice, que llevó a ambos gobiernos a dar rienda suelta a las condenas con palabras poco amables y a apostar tropas a lo largo de la frontera compartida. Los detalles son algo vagos, pero lo que se sabe es que mientras investigaban la incursión ilegal en el territorio, los guardabosques del FCD y la Fuerza de Defensa de Belice enfrentaron a ciudadanos guatemaltecos sospechosos de actividades ilícitas. En algún momento durante la interacción hubo intercambio de disparos y murió un niño guatemalteco de 13 años de edad. Los guatemaltecos dicen que fue una agresión, los beliceños afirman que los guatemaltecos les dispararon primero. Cualquiera sea la verdad, hay mucha tensión a lo largo de la frontera.
Y este no es el primer incidente de cruce de la frontera que haya terminado en violencia. Anteriormente en el viaje, Martínez me contó de un incidente en 2014 en el que los oficiales de cumplimiento de la ley de Chiquibul confiscaron los caballos de un grupo de xateros o madereros ilegales. Horas más tarde un grupo de hombres armados, posiblemente los mismos guatemaltecos, asesinaron a un policía de turismo en el sitio arqueológico Caracol que queda cerca: una ejecución a plena luz del día, cerca de las famosas pirámides mayas, a la vista de los turistas. Aún se puede encontrar en YouTube un video de teléfono celular de lo que ocurrió inmediatamente después del suceso.
Los guardabosques aseguran que no hay peligro de que el campamento sea atacado durante mi estadía. Aunque los guardabosques de Scarlet Six no están armados, los guardabosques de FCD sí y son muy efectivos para ahuyentar de miedo a los cazadores furtivos que merodean. Martínez menciona que FCD no es solo un socio para proteger a las guacamayas en estado natural, recientemente empezaron un programa de crianza en cautiverio inspirado en iniciativas exitosas de México y Guatemala. ¿Le gustaría conocerlo?
¿Me gustaría ver a los pichones de guacamaya sin tener que arrastrar mi carcasa 60 pies hacia arriba en un árbol de guapuruvú? De repente recuerdo frases que involucran a los osos y el bosque, pero soy profesional, así que solo dije “Sí”.
En la semipenumbra del laboratorio de crianza, descansan cinco pichones de guacamaya roja en su recinto de madera con cedazo. «Tienen sueño», explica la voluntaria cuidadora de guacamayas Victoria Howard, «porque acaban de almorzar». Los entiendo. Entre la barra proteica que acabo de comer, el calor de la tarde y la falta de sueño, yo podría caer de inmediato en un letargo junto con estas aves. Howard y el biólogo jefe de FCD, Boris Arévalo, explican que los cinco pichones a su cuidado tienen entre 58 y 60 días de nacidos, más de la mitad del tiempo necesario para emplumar. En años de guacamaya, pueden ser preadolescentes y se nota. Cada ave es grande y desgarbada, con una mezcla desaliñada de plumaje adulto y afiladas plumas de alfiler. Algunas aves se ven adorables cuando son pichones, pero las guacamayas rojas deben conformarse con verse fabulosas solo cuando alcanzan la adultez.
El programa de crianza manual de FCD tiene solo dos años y ellos están orgullosos de presumir sus nuevas instalaciones de laboratorio y aviario, construidas decididamente con materiales de baja tecnología. La única concesión a la tecnología parece ser una balanza digital para pesar las aves ─eso y el Alimento para Loro Tropical, una fórmula cara que hay que importar de Canadá, pero es la regla de oro para la crianza manual de los pichones de guacamaya─. Todo lo demás, desde los edificios hasta las mascarillas quirúrgicas de papel estándar que todos usan (para que las guacamayas no se acostumbren a las caras humanas) está construido para adaptarse a los caprichos del clima tropical. Me detengo a reflexionar que si hubiera sido creado en los Estados Unidos, el laboratorio estaría cubierto de superficies de acero inoxidable y hubiera costado cientos de veces más de lo que costó este ─y alguien podría haber exigido que todos usáramos mascarillas con forma de guacamaya roja─. Definitivamente, el costo de la crianza no sería de $400 por ave. Algunas veces el dinero y la hiperespecialización no son la única solución a los problemas.
Dejamos a las guacamayas dormir y nos dirigimos al aviario, en donde Arévalo detalla los primeros 100 días de la vida de una guacamaya criada en cautiverio. Si los guardabosques no pueden proteger con eficacia los nidos mientras están creciendo los pichones, o si el nido produce un tercer pichón que no sobrevivirá, FCD retira las aves del nido y las lleva al laboratorio. Luego, deben pasar entre 90 y 100 días de cuidados conforme crecen y adquieren la fortaleza y el plumaje de adultos. El último paso es una estancia de dos meses en el aviario, donde las guacamayas aprenden a volar y a buscar su alimento. Los cuidadores gradualmente colocan el alimento y el agua en plataformas cada vez más altas en el aviario y en una repisa junto a una puerta en la parte superior del recinto, y luego en una plataforma fuera del aviario. En este momento, las guacamayas vuelan a los árboles cercanos, pero todavía vuelven a la plataforma de alimento para obtener comida adicional y agua. Las ocho guacamayas de la cohorte de 2015 emplumaron con éxito, pero no abandonaron el área para siempre hasta enero de 2016.
¿Pero cómo puede ser sostenible eso? Esa pregunta me rondó durante semanas antes de que fuera a Belice, imaginaba campos llenos de equipo y estudiantes graduados. Después de mi recorrido por el proyecto de Scarlet Six, se resolvió mi pregunta. Cuando me enteré de que el equipo de Scarlet Six recibe aproximadamente $6,000 al año, de los cuales casi todo es cortesía de la Sociedad Nacional de Audubon y muchas, muchas donaciones de artículos usados (el anémico motor fuera de borda del bote es un ejemplo ideal), la sostenibilidad adquirió un nuevo color. Resulta que Martínez tiene un plan para sustituir parte, si no todo, el financiamiento que actualmente se recibe de Audubon: usar el turismo ecológico basado en la ornitología (con guías de avistamiento de aves capacitados por Audubon) en las tierras invernadas de Red Bank para recaudar fondos para el proyecto. Todavía no se ha trabajado en los detalles, pero más adelante llego a conocer algunas de estas pautas en mi recorrido por Belice y su entusiasmo por las guacamayas es incontenible.
Pero existe otro tipo de sostenibilidad que ahora despierta mi curiosidad: ¿cuántas guacamayas debe tener Belice para que la población sea estable? Britt hace su mejor “mueca de dolor”, la cara que casi todo científico hace cuando le pido que especule acerca de algo, pero se repone con rapidez y dice “entre 450 y 500”.
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Quinientas guacamayas son casi el doble de la población estimada actual. Respondo que los 25 pichones de Guacamaya Roja que Scarlet Six y FCD han protegido hasta ser adultos en los últimos dos años agregan otro 10 por ciento a la población. A esa tasa, el programa podría declararse vencedor en unos 15 años. “Sí”, dice Britt, aunque advierte que las sociedades ampliadas serían el mejor modo de proteger todas las áreas vulnerables del Bosque Chiquibul y las Montañas Mayas y que de momento no está claro cómo afectará el cambio climático la disponibilidad de alimento, especialmente durante la temporada de reproducción.
Nos toma 45 minutos recorrer de arriba a abajo el Río Macal, pasar tres tipos de martín pescador, Garzas Tigre con Garganta Desnuda y lo que mi fotógrafo llama “un enorme pavo negro” (en realidad es una Pava Crestada posada en lo alto de un árbol), antes de localizar 10 guacamayas que se alimentan de nueces de palma cohune. Están muy lejos para fotografiarlas desde el agua, así que atracamos el bote y nos dirigimos por la hierba que nos llegaba a la cintura. Ahora, el sol ya subió y hace mucho calor; el zumbido de los insectos y las aves llena el aire. En cronoxilos muy por encima de nuestras cabezas se posa una familia de Halcones Murciélago que exploran el terreno en busca de su presa.
Veinte minutos de picazón e incomodidad más tarde, nos acercamos lo suficiente para ver bien las aves, sin binoculares. Las guacamayas se dejan caer en picada y chillan, se cuelgan de las ramas con las patas y se balancean hacia abajo para conseguir más alimento. Parecen algo imposible: nada tan brillante debería ser tan grande y definitivamente no deberían ser tan brillantes y grandes ni estar volando. Pero las guacamayas lanzan sus robustos cuerpos y largas colas al aire y aletean hasta un árbol cercano, y se llaman entre sí por todo el camino. Nos quedamos hasta que nos deshidratamos y quemamos del sol, nuestra indicación de que es hora de volver al campamento a cenar pollo asado.
Más tarde en el campamento, nos atacan grandes gotas de lluvia y elatéridos del tamaño de un pulgar; me encuentro pensando en los riesgos y las privaciones que los guardabosques de Scarlet Six enfrentan cuando están trabajando. No ven mucho a sus familias, pasan 14 días ininterrumpidos en el campamento, seguidos de cinco días en casa. Los xateros son una amenaza remota, sí. Pero en el bosque también hay escorpiones, serpientes terciopelo, pumas y todo tipo de criaturas que muerden, como las garrapatas que estamos quitando de nuestra piel ahora mismo, las desagradables moscas negras, cuyas mordidas causan un tormento intenso por la picazón en mis brazos y tobillos. Pero también reflexiono, como por milésima vez, sobre cuán exitoso es el proyecto para proteger las guacamayas rojas. En cinco años Scarlet Six ha reducido la caza furtiva de nidos en general, de más de un 90 por ciento a menos del 30 por ciento, y este año es el segundo año consecutivo en que no se ha sabido de casos de caza furtiva en los nidos. Y no puedo hacer más que tener fe en que con unos cuantos años más de éxito, el “´último vuelo de la Guacamaya Roja” de la última década no será más que algo que hubiera podido suceder.
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5 Datos rápidos sobre la guacamaya roja de América Central
Fotografía: Camilla Cerea/Audubon