En un laboratorio lleno de sensores, circuitos y cables, Alejandro Rico-Guevara ideó lo que podría ser el comedero de colibríes más extraño del mundo. Respondiendo a luces y sonidos cronometrados, las visitas hambrientas insertan el pico en un artefacto con forma de flor y rondan en espera de un pitido para que una máquina tenga tiempo para medir su inhalación de oxígeno. Después, se abre una diminuta puerta controlada por computadora que da acceso a una recompensa azucarada.
Al menos esa es la idea. Para lograr la instalación correcta, se han necesitado meses de arreglos, comenta el biólogo evolutivo de la Universidad de California en Berkeley. “Las aves están programadas para ser rápidas”, explica Rico-Guevara. “Estamos tratando de revertir todos estos años de evolución con entrenamiento”.
Durante su niñez en Colombia, Rico-Guevara nunca prestó mucha atención a cómo funcionan las cosas; siempre estuvo más fascinado por el mundo natural. Pero en la actualidad, en su misión por aprender más sobre cómo consumen y usan la energía los colibríes, es igual de posible que experimente con microcontroladores a que deambule por un bosque tropical. Él culpa a las aves por convertirlo en un adicto a la tecnología, y él no es el único.
Motivados por las rápidas mejoras en el software y el costo más bajo de los dispositivos electrónicos, más ornitólogos y biólogos están combinando disciplinas para estudiar una de las familias de aves más distintivas del planeta. A través de experimentos y herramientas ingeniosas, están descubriendo información de los rasgos difíciles de estudiar de los colibríes, como su metabolismo voraz, patrones de vuelo trepidantes y resistencia durante la migración, lo que permite tener una imagen más clara de esos acróbatas diminutos y sus necesidades.
Veamos, por ejemplo, a Paolo Segre, biólogo de la Universidad de Stanford que codirigió un estudio en el 2018 en el cual se analizaron unos 300,000 giros en vuelo, vueltas y aceleraciones de 25 especies de colibríes en América del Sur y Centro América. “Creo que realmente vamos a entrar en una época dorada de comprensión de cómo maniobran los animales, usando videografía, solo porque la tecnología está avanzando tan rápido”, comenta.
Él y sus colaboradores usaron cámaras de alta velocidad sincronizadas y visión computarizada —del tipo que Facebook podría usar para identificar rostros en una foto— para recopilar datos que Segre dice que podrían conducir a diseños más aerodinámicos de turbinas y hélices. Operar este sistema elaborado en una jungla remota no fue fácil, pero con un poco de autoaprendizaje y ayuda de sus amigos programadores, Segre pudo lograrlo.
“No hay muchos ingenieros que quieran sentarse en la Amazonia por tres meses, y es difícil encontrar ornitólogos puros que estén interesados en dedicarse a este enfoque tecnológico”, comenta. “Ahí es donde yo encajo”.
Mientras tanto, no muy lejos del laboratorio de Rico-Guevara en Berkeley, la investigadora veterinaria Lisa Tell de la Universidad de California en Davis está estudiando cómo afectan los hábitats urbanos la salud y la zona de distribución de los colibríes. Tell colaboró con ingenieros del campus para desarrollar la primera tecnología que recopila información precisa día y noche de varias aves al mismo tiempo. “Yo les daba ideas de lo que quería hacer y luego intercambiábamos ideas”, cuenta.
Juntos, asociaron comederos de néctar regulares con antenas de radiofrecuencia para escanear las etiquetas diminutas que Tell y su equipo implantaron debajo de cientos de alas de Colibríes de Allen y Colibríes de Anna. En diciembre, ella publicó datos estadísticos y horarios de unas 65,000 visitas, permitiéndole realizar un mapa de la red de interacciones de las aves en las estaciones de alimentación.
Los tres científicos concuerdan en que los nuevos conocimientos que nos permite la tecnología sobre la biología y comportamiento de los colibríes podrían conducir a mejores métodos de conservación. Por ejemplo, a medida que Tell amplía su trabajo, ella espera identificar cómo se propagan las enfermedades en los comederos y compartir consejos para reducir esos riesgos. Los datos de vuelo de Segre también revelan cómo el cambio climático podría dificultar sutilmente las habilidades de maniobrabilidad de las aves si son llevadas a alturas mayores. Por último, el respirómetro bien oculto de Rico-Guevara podría ayudar a precisar las plantas y microhábitats adecuados para mantener las necesidades metabólicas de las diferentes especies.
Pero es la motivación por indagar más sobre un fascinante grupo de aves lo que ha sacado a Rico-Guevara fuera de su zona de control. “Lo que más me interesa es responder preguntas”, comenta. “Y la forma en que se deben responder las preguntas sobre los colibríes es usando estas tecnologías”.
Este artículo se publicó originalmente en el ejemplar de primavera 2019 como “Hummingbird Hackers” (Hackers de colibríes). Para recibir la revista impresa, hágase miembro hoy mismo realizando una donación.