Este chipe podría conducir a grandes descubrimientos sobre la migración

Después de recuperarse de una condición cercana a la extinción, los chipes de Kirtland ayudaron a los científicos a comprender el gran rol del hábitat invernal para las aves migratorias.

Nathan Cooper conduce lo más rápido posible en este atardecer oscuro de abril, siguiendo una ruta complicada plagada de peatones, pollos de corral, perros sueltos y gatos salvajes. La carretera Queen’s Highway es un macadán angosto sin señalizar y lleno de baches que recorre los 77 kilómetro de la isla Cat. Tenemos que estar en el extremo sur al atardecer y ya nos hemos retrasado.

La isla Cat está bien por fuera del núcleo turístico de Bahamas. En forma de un anzuelo largo, abarca unos 241 kilómetros cuadrados y es tan delgada que gran parte de su longitud solo tiene poco más de medio kilómetro de ancho. Cat es bastante plana y poco interesante. Es como si fuera un gran bosque seco interrumpido por algunas calles y solo unos 1.500 residentes. La tala y quema, la cría de cabras y la pesca de conchas son algunas de las pocas opciones que se ofrecen en el lugar.

Pero lo que hace que la isla Cat sea un lugar complicado para los humanos (tiene un clima caluroso y seco, su suelo es poco fértil, sus bosques tienen árboles tremendamente venenosos y hay manadas de cabras hambrientas), hace que, al mismo tiempo, sea un gran sitio de invernada para los chipes de Kirtland en peligro de extinción. Quizás miles de estas aves livianas, o un quinto de la población global, migran hacia este lugar. Es por eso que Cooper, becario de posdoctorado del Centro Smithsoniano de Migración de Aves en Washington, D.C., regresó al Caribe con su equipo para una tercera temporada de invierno. Están aprovechando las características biológicas únicas de los chipes para recoger información sobre el modo en que las condiciones del hábitat de invernada afectan las vidas de las aves migratorias.

Los científicos creían que el invierno era un alivio para un ave migratoria, una pausa tropical y simple del trabajo duro que representan la migración y la reproducción. Pero han aprendido que un mal invierno puede ser difícil, una especie de resaca ecológica que puede durar meses y cuyas consecuencias pueden notarse a lo largo de miles de kilómetros. Las lluvias escasas y la limitación de alimento en los hábitats de invierno de las aves pueden generar un déficit calórico que retrasa el comienzo de su migración, e incluso puede impulsarlas a incurrir en el canibalismo, alimentándose de sus propios músculos y órganos. Aumenta las posibilidades de morir en el proceso, que ya de por sí son significativas, e incluso si el ave llega a su área de reproducción en busca de condiciones ideales, estos factores pueden sabotear dicha reproducción. Considerando que las regiones tropicales de las que dependen miles de aves migratorias son cada vez más calurosas y secas (tendencia que, a su vez, se espera que aumente), este descubrimiento resulta ominoso cuando las poblaciones migrantes ya están disminuyendo considerablemente.

Por lo tanto, resulta irónico que a medida que los conservacionistas logran enfocar su atención en estos efectos de arrastre y cómo podrían determinar el futuro de cientos de especies, el ave más esclarecedora sea el chipe de Kirtland, una especie que estuvo al borde de la extinción hace algunas décadas pero se ha convertido en un éxito de la actividad de conservación sin precedentes. Gracias a estos nuevos dispositivos de rastreo en miniatura, el equipo de Cooper ha logrado seguir a una docena de chipes que migraban desde sus pinos de Banks, donde se reproducen, hasta el norte de Michigan ida y vuelta y, por primera vez en la historia, logró medir en forma directa cómo su hábitat de invernada influye en el éxito posterior de los procesos de migración y nidificación.

Para cuando llegamos al extremo sur de la isla Cat, el sol aún brillaba y nos encontrábamos rodeados de árboles descuidados y desordenados de unos 4,5 metros de altura en el interior de un sotobosque impenetrable. "Casi siempre trabajamos en las carreteras", explica Cooper despreocupado mientras se acerca a un matorral abultado con un machete que sacó de las correas detrás de su espalda. "El otro día intentamos abrirnos paso a través de esta cosa y tardamos dos horas en recorrer 600 metros".

Cooper tiene 37 años, rulos parduscos descontrolados, barbilla y la musculatura de un escalador ágil. La otra mitad del equipo hoy es Chris Fox, tranquilo y de barba oscura, tomándose un descanso de su trabajo de oficina en el distrito conservacionista de Indiana. Fox lleva un receptor de radio pesado en el hombro y sujeta los palos de aluminio de la red de niebla. Mientras tanto, Cooper enciende un llamador portátil y se va por el camino de arena a paso ligero, imitando el canto de un chipe de Kirtland en los matorrales. (El siempre confiable David Allen Sibley translitera esta canción como un "flip lip lip-lip-tiptip-CHIRIP rico y enfático, aumentando en tono e intensidad").

Recorrimos una de las carreteras sobre la colina, pasando una casa vacía con persianas contra huracanes, y luego otra. Se escuchan unos sonidos de enojo desde la maleza, señal de que hay un chipe agresivo. Unos minutos después, los dos biólogos colocan su red a lo largo del borde del bosque y, al escuchar el ruido de lo que cree que puede ser un intruso, el chipe se lanza furioso al ataque, cayendo directo sobre ella.

Es un macho y pesa 16,5 gramos, unos 3/5 de onza, un poco más de lo normal. Esto revela que el ave ha encontrado mucha fruta e insectos. "Se debe estar preparando para irse en los próximos días, creo que lo capturamos acumulando energía para la partida", dice Cooper. Además de las mediciones de rutina, los investigadores toman algunas muestras de sangre de una de las venas del ala del ave y un poco de su materia fecal (que decoraba con gracia los pantalones de Cooper), ya que uno de sus colegas está analizando cómo se modifica el microbioma de los chipes entre el invierno y el verano. Finalmente, al ave le colocan varias cintas coloridas y un transmisor en la parte baja de la espalda.

Conocidos como nanotransmisores, estos pequeños transmisores de radio pesan una fracción de gramo y se rastrean con una red en rápida expansión que está compuesta por más de 350 estaciones receptoras automatizadas y colocadas en todo el hemisferio. A mediados de abril, y si todo va bien, cuando las aves abandonen la isla Cat en unas semanas, estos puntos receptores le permitirán a Cooper seguir su ruta migratoria hacia el norte. Una vez que lleguen a Michigan, 11 receptores que básicamente cubren toda el área de reproducción de las especies le permitirá reubicar a las aves marcadas.

Los diversos aspectos de la ecología de los chipes hacen que la especie sea el lente ideal a través del cual comprender las causas y consecuencias de los efectos de arrastre: los requisitos altamente especializados en cuanto al hábitat y el tamaño (increíblemente restringido) de sus áreas de reproducción e invernada son los mismos que hicieron que estuvieran a punto de extinguirse. De naturaleza extraña, su hábitat de reproducción casi desapareció debido a la extinción de incendios del siglo XX, y a que los tordos cabeza café parasitaban sus nidos, disminuyendo así su productividad. Para 1974, los científicos lograron encontrar solo 167 machos de chipes de Kirtland y parecía que la especie estaba a punto de desaparecer. Pero la toma de medidas de conservación desesperadas, que incluyó la creación de nuevos hábitats de nidificación y una campaña agresiva para atrapar tordos cabeza café, superó las expectativas de todo el mundo. Hoy en día se contabilizan unos 5.000 chipes.

Pero hasta hace poco, casi toda la atención científica y de conservación se centraba en Michigan, ignorando las zonas de invernada de las Bahamas casi por completo. Si Cooper y sus colegas tenían razón, las condiciones locales podrían ser el talón de Aquiles de la especie en un mundo que cambia rápidamente.

 

A la mañana siguiente, después de unas lluvias nocturnas, el ambiente se siente húmedo y cálido incluso antes del amanecer. Volvimos por otra carretera de arena a través de una vegetación que nos llegaba a la cintura: un lugar perfecto para los chipes de Kirtland. "Esto es lo que comen", dice Cooper señalando un arbusto bajo, y me quedo mirando para intentar comprender a qué se refiere exactamente. "Justo aquí: esta es duranta erecta, una de sus plantas favoritas", explica mostrándome las frutas pequeñas y disecadas. Otro de los alimentos básicos de esta ave, una lantana que a veces se conoce como salvia salvaje, tiene frutas color púrpura del tamaño de la cabeza de un alfiler. El mejor hábitat para estos arbustos y, por ende, para las aves, parecen ser los campos abandonados y las pasturas abundantes para cabras que suelen mantenerse, casi sin quererlo, gracias a las prácticas agrícolas rudimentarias de la isla.

Después de varias horas de esfuerzo, finalmente logramos marcar al chipe número 59 de la temporada. Quedan pocos días, así que está claro que Cooper no alcanzará su objetivo de marcar a 100 chipes (al final, logró marcar 63). Pero se siente satisfecho, incluso cuando sabe que le esperan meses de trabajo en Michigan que consistirán en encontrar, recapturar y monitorear a estas mismas aves.

Esa tarde nos encuentra sentados en la terraza de la casa de verano que alquilaron por la temporada. Las nubes se acumulan a medida que Cooper cuenta la historia de su investigación sobre efectos de arrastre. La lluvia tamborilea sobre el techo de plástico corrugado, y tiene sentido, ya que mucho de lo que me ha contado tiene que ver con cómo las precipitaciones durante la clásica temporada seca de invierno pueden determinar las posibilidades de los chipes.

Ya desde los años 70, científicos acuáticos encontraron pistas sobre los efectos pueden arrastrar las condiciones del hábitat de invernada a la temporada de nidificación. Pero la mayoría de los expertos asumieron que el verdadero impulso para el éxito reproductivo de las aves era la calidad de su hábitat de nidificación, y no qué les había sucedido en los meses anteriores. La innovación llegó en 1998, cuando el jefe de Cooper del Smithsoniano, Peter Marra, un estudiante de doctorado de Dartmouth, publicó una investigación sobre los pavitos migratorios, generando un gran interés en los efectos de arrastre.

Marra y sus colegas descubrieron que en Jamaica los pavitos migratorios que se encontraban en bosques de manglares húmedos (que, en general, eran machos dominantes) se alimentaban bien y forzaban a los machos y hembras más jóvenes a desplazarse hacia hábitats más secos, donde solían perder peso. Debido a que en aquel momento no había forma de rastrear a los chipes que migraban hacia el norte, Marra capturó distintos pavitos migratorios en Nueva Inglaterra durante la temporada de reproducción y observó las proporciones de isótopos de carbono estables en su sangre, lo cual reflejaba cuán húmedo o seco era el hábitat en el que habían estado. Él (y, posteriormente, sus estudiantes) descubrió que las aves que llegaban antes y podían disponer de la mejor selección de territorios y parejas eran las que invernaban en bosques húmedos, mientras que las que invernaban en matorrales llegaban más tarde, pesaban menos y presentaban un estado general más deteriorado. Las hembras de los hábitats secos tenían menos crías, y esas crías emplumaban después de las crías de las madres que habían estado en un buen hábitat de invierno. Los chipes de hábitats secos también corrían más riesgo de morir durante los procesos migratorios.

Y no son solo los chipes: muchos investigadores han confirmado la importancia de los efectos de arrastre en el hábitat de las aves migratorias, desde mérgulos empenachados hasta pardelas. Los científicos que estudiaban las aves cantoras del Viejo Mundo mostraban una clara correlación entre el éxito de reproducción en Europa y las lluvias de invierno del Sahel, la franja árida del sur del Sahara donde invernan millones de aves.

Las lluvias parecen ser un factor crítico para los chipes. Allá por 1981, los conservacionistas notaron una conexión entre los inviernos más húmedos en las Bahamas y las cantidades de chipes macho en Michigan. Más recientemente, otra científica del laboratorio de Marra, Sarah Rockwell, pudo mostrar en forma específica que si no llueve en marzo, la tasa de mortalidad de los chipes omo consecuencia de la migración aumenta significativamente. En esas situaciones, las aves llegan más tarde a la zona de reproducción y comienzan a armar sus nidos más tarde, por lo que empluman menos polluelos.

Pero a medida que las lluvias terminan, Cooper nota que toda la investigación de arrastre hasta este punto ha sido indirecta. Lo mejor que pueden hacer los investigadores es inferir, y nuestra comprensión de cómo una estación afecta a las otras sigue siendo rudimentaria. Durante los últimos 20 años ha habido una desconexión frustrante: la incapacidad de los investigadores de estudiar fácilmente a un mismo ejemplar durante su ciclo de vida completo, que comprende el invierno, la época migratoria y la reproducción, después de la cual el ciclo vuelve a comenzar.

"Existen tantas variantes individuales en estas cosas que es muy difícil encontrar una señal entre tanto ruido", explica Cooper. "Pero si tomamos (siempre) el mismo ejemplar, podríamos controlar muchas de esas variaciones".

Eso es lo que hace que este proyecto sea tan innovador. Al disponer de información del invierno y del verano, Cooper espera poder comenzar a analizar cómo almacenan grasa los chipes de la isla Cat según su fecha de partida y la velocidad de su migración, o si mediante la masa muscular se puede predecir su fecha de llegada a Michigan o la posibilidad de que desaparezcan durante su ruta. En las próximas estaciones, Cooper y Marra quieren seguir analizando cómo aprovechan los chipes de Kirtland la región de Bahamas durante el invierno, una pregunta que aún no pueden responder con claridad. Por ejemplo: ¿por qué algunos ejemplares se quedan en un mismo lugar toda la temporada mientras otros se trasladan a otros sitios? ¿Estas estrategias tienen que ver con la edad o el sexo? ¿Un ejemplar puede tener más éxito que otro?

Los científicos también esperan expandir su investigación a varias islas dentro de la cadena, cada una de las cuales presenta un régimen de precipitaciones propio, y así conocer mejor los efectos de las lluvias de invierno mediante un seguimiento de las partidas, los tiempos de vuelo y el éxito reproductivo. Hay mucho por aprender. Y la información que tenemos de la isla Cat también afectará considerablemente a las aves que migran a través del Caribe y América Central, donde pasa el invierno la mayoría de las aves cantoras neotropicales de América del Norte. Al igual que en el caso de los chipes de Kirtland, los modos en los que las condiciones de invierno afectan su supervivencia migratoria y su éxito reproductivo casi no se han analizado.

La información que brindarían los chipes marcados llega justo a tiempo, porque la especie, a pesar de su sólida recuperación, podría estar alcanzando un punto climatológico límite. Los modelos climáticos sugieren que la región del Caribe, una de las áreas de invernada más importantes del mundo para las aves cantoras, se secará cada vez más a causa del calentamiento global. La conclusión del análisis de precipitaciones de Rockwell es alarmante, ya que muestra que con una reducción del 12 % en las precipitaciones de invierno en las islas Bahamas, la cantidad de chipes de Kirtland podría comenzar a disminuir nuevamente.

Ese nivel de cambio climático no es teórico: Rockwell ha notado que desde la década de 1950, el nivel de lluvia en las Bahamas ya se ha reducido en hasta un 14 % en al menos una de las islas. Un estudio que publicaron investigadores de Cornell en julio de 2017, sobreponiendo modelos climáticos según la información existente en eBird sobre la distribución de las aves cantoras, predice que la disminución de las lluvias en las zonas de invernada y el aumento del calor y la humedad en el norte resultará un desafío para muchas especies que invernan en el Neotrópico. Al final, los efectos de arrastre de estos cambios pueden llegar a poner en peligro la supervivencia de cientos de especies.

Dos meses después, a fin de junio, volví a contactarme con Nathan Cooper y su equipo cerca de Luzerne, Michigan, unas tres horas al norte de Detroit en medio de los Bosques Nacionales de Huron-Manistee. Para llegar allí es necesario recorrer kilómetros de una carretera de doble mano a través de bosques de árboles de madera dura y pinos, pasando por arroyos con tanino que fluyen hacia el río Au Sable.

Ha sido una temporada larga para Cooper, y se ve exhausto. El día siguiente a su regreso de Bahamas, condujo hacia Michigan y comenzó a construir una red de casi una docena de torres receptoras de 40 metros de altura alrededor de las zonas de reproducción, que se terminaron justo a tiempo para la llegada del primer chipe marcado, el 14 de mayo. De las 63 aves que marcaron en Bahamas, los receptores de la zona detectaron 30 señales migratorias: en Florida y Georgia, al oeste de Pensilvania, en la costa del lago Erie de Ohio y al sur de Ontario. Al final el equipo de Cooper encontró 33 tres chipes de Kirtland en Michigan, incluidas algunas cuyas rutas no se detectaron. Cinco de las aves detectadas en migración no se reubicaron en Michigan, posiblemente porque no anidaron en el hábitat central.

Más tarde, cuando revisó la información, Cooper descubrió algo sorprendente: 25 chipes marcados, un número poco común, aparentemente desaparecieron en ruta entre los casi 500 kilómetros que separan la isla Cat y la costa de Estados Unidos, similar al trayecto de Florida y Georgia hasta Michigan. ¿Significa que estas aves no tenían el estado físico necesario y flaquearon de inmediato? Podría ser, pero Cooper es cauteloso y prefiere no sacar conclusiones. Sin embargo, los datos de rastreo confirman algo ya comprobado: la fecha de partida de las Bahamas determina la fecha de llegada a Michigan, y las aves que salen tarde no logran recuperar el tiempo perdido. Esto confirma la noción de que las condiciones de las zonas de invernada son sumamente importantes.

El sol todavía no sale y me muevo entre un bosque de pinos de Banks empapados de rocío en mi afán por seguir a los pasantes smithsonianos Cassandra Waldrop y Justin Peel, que a su vez están siguiendo a un chipe macho cantor que Waldrop sospecha que es uno de los machos marcados de las Bahamas. Es difícil explicar qué siente una persona la primera vez que se enfrenta al hábitat de Kirtland, un lugar sin ninguna característica especial. Los árboles tienen entre 2,5 y 3,6 metros de altura, están a entre 1,5 y 2 metros de distancia unos de otros, y forman una muralla verde grisácea que es necesario atravesar. Cuando finalmente ubicamos al macho objetivo, vemos que no tiene nada en las patas: no es una de las aves marcadas de la isla Cat. Más tarde, estos chicos me llevan hacia un macho marcado y su pareja. El macho hace sonidos y se alborota. Por su parte, la hembra permanece sentada en posición erguida. Cerca, otro macho me regaña a la altura del brazo con varias orugas prendidas del pico mientras uno de sus polluelos se balancea con dificultad sobre una rama. Esa cría representa un dato, una respuesta parcial a la pregunta de cómo la condición de invernada de su padre afectará su éxito reproductivo.

A medida que va finalizando la temporada de nidificación y las familias comienzan a separarse, el equipo de investigación intenta atrapar a las aves marcadas para hacerles un control final y colocarles transmisores nuevos (las baterías se acaban justo después de que llegan a Michigan) que revelarán la fecha en la que las aves abandonen su zona de nidificación. En mi última mañana en Michigan, atrapamos a un chipe que nos esquivó el día anterior: un macho adulto marcado el 5 de abril en una granja de cabras abandonada en la isla Cat. Se había ido de Bahamas el 2 de mayo, y una de las torres de rastreo de Florida captó su presencia. El 17 de mayo se detectó su señal en Holiday Beach, al sudoeste de Ontario, y el equipo de Cooper lo encontró al día siguiente cerca de Grayling, Michigan, casi 320 kilómetros al noroeste. Lo atraparon el 28 de mayo, y durante las semanas siguientes él y su pareja tuvieron cuatro polluelos, convirtiéndose en un ejemplo de migración exitosa. Cooper le quita el transmisor, ya obsoleto, y lo reemplaza por uno nuevo. "Nos vemos en Bahamas", le dice al ave, que levanta vuelo.

Nos disponemos a empacar nuestros equipos, pero las nubes cubren el horizonte y comienza un aguacero. Considerando la gran importancia del agua para el destino de la especie, este es un final apropiado. El futuro nos depara no solo un hábitat de invernada más seco, sino mucha menos lluvia en general. En la isla Cat, una tarde seguí a Cooper hasta el Monte Alvernia, que se encuentra a 63 metros sobre el nivel del océano y constituye el punto más alto de las Bahamas. Ochenta por ciento de las Bahamas está a un metro o menos sobre el nivel del mar, es decir que incluso el menor grado de aumento del nivel del mar (que a esta altura resulta casi inevitable) inundaría grandes tramos del archipiélago en este siglo.

"Es muy posible que gran parte de este hábitat se pierda", comenta Cooper. "Al dedicarnos a la conservación de los chipes de Kirtland, nos hemos centrado casi exclusivamente en las zonas de reproducción y, justamente, hemos tenido mucho éxito. Pero eso no significa que [el hábitat de reproducción] siempre vaya a ser un factor limitante. Hay que empezar a pensar: ‘¿existe alguna manera de hacer que algunos de estos efectos en las zonas de invernada disminuyan?’".

Uno de los enfoques consiste en promover una gestión del hábitat que beneficie a los chipes, y una colaboración entre Audubon, Nature Conservancy, Bahamas National Trust y otros grupos que trabajan en conjunto bajo el ala del Equipo de Conservación del Chipe de Kirtland diseñaron hace poco un plan de investigación y protección del hábitat para las zonas de invernada de los chipes (ver "La hoja de ruta de la resiliencia", más abajo).

Otra posibilidad es que la especie en sí se expanda por fuera de sus cuarteles de invernada habituales, limitados a las Bahamas, así como ahora algunos ejemplares se reproducen por fuera del hábitat que ocupaban tradicionalmente al norte de Michigan, en lugares como Wisconsin y el sur de Ontario. Al menos hay algunos que ya se dirigen a Cuba, y se han reportado avistajes en las Islas Turcas y Caicos. En febrero incluso se tomó una fotografía de un ejemplar cerca de Miami, el primer registro de invernada en Estados Unidos.

De todos modos, no hay forma de forzar esta cuestión. Como en el caso de la mayoría de las aves, los chipes ya tienen la migración codificada en sus genes, no es algo que puedan aprender. Pero siempre hay ejemplares que nacen con un "hipo" en su software, por así decirlo, y eso hace que tomen direcciones inesperadas. Cuando las condiciones cambien, esos pioneros estarán en el lugar perfecto para sacar provecho de la nueva situación.

Algo es seguro: las condiciones de las zonas de invernada van a cambiar. El nivel de los océanos subirá, los climas serán más secos, habrá huracanes más feroces y la vida será mucho más desafiante para millones de aves migratorias. Observando los bosques bajos de la isla Cat, Nathan Cooper habla con cierta resignación en su voz. "Si las Bahamas quedan bajo el agua, muchos chipes de Kirtland invernarán en Cuba", explica. "Tendrán que hacerlo".

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La hoja de ruta de la resiliencia

Los investigadores recién comienzan a entender la compleja relación entre el hábitat de invierno del chipe de Kirtland y su éxito migratorio y reproductivo, pero lo que está claro es que el ave necesita toda la ayuda que pueda recibir en ambos puntos de su proceso migratorio. Por eso el programa Audubon International Alliances ha estado trabajando con socios que incluyen investigadores (Nathan Cooper es uno de ellos), ONG como Bahamas National Trust, la Universidad de Bahamas, y la unidad de silvicultura del gobierno de Bahamas para aunar esfuerzos en pro de la conservación en las islas. En 2016 se formó el Subcomité del Equipo de Conservación del Chipe de Kirtland que No se Encarga de los Hábitos Reproductivos. En ese momento, un grupo dirigido por Dave Ewert, de Nature Conservancy, había estado investigando sobre la ecología de los chipes en las Bahamas durante más de una década. El subcomité, a cargo de Ewert, pretende llevar ese trabajo al próximo nivel con un plan de acción. "Intentamos adelantarnos al cambio climático y ser más prácticos", dice Matt Jeffery, el subdirector del programa International Alliances.

El plan, que se finalizaría en abril, servirá de "hoja de ruta" para proteger a las especies en sus zonas de invernada y puntos de descanso migratorios. Entre las prioridades se encuentran identificar pequeños hábitats para la conservación que puedan servir como refugios a medida que el agua vaya comenzando a escasear, y colaborar con las comunidades locales para gestionar la tierra de manera tal que beneficie tanto a los chipes como a la economía. Aún hay preguntas por responder y decisiones por tomar (y hay que conseguir más financiación) antes de comenzar el verdadero trabajo de campo. Pero el plan es dar un paso hacia la creación de una red segura en el lugar en el que las aves más podrían llegar a necesitarla. Molly Bennet

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Esta historia se publicó originalmente en el ejemplar de primavera 2018 como "Spring Forward" ("De cara a la primavera").  Para recibir la revista impresa, conviértase en miembro hoy mismo realizando una donación