"Aquí termina nuestra felicidad", dice el conductor, al acercarse al final del pavimento y mientras detenía la camioneta del gobierno. No tiene cinturones de seguridad ni barra estabilizadora, y aparentemente está muy poco preparado para evitar las sacudidas. Pero los dos observadores de aves que se encuentran a bordo están felices, al igual que lo estuvieron durante los últimos seis días, a pesar de que las particularidades de su expedición pudieron haber hecho que otros, la escritora y el fotógrafo, se sintieran incómodos. Para ser honestos, se sentían horrible. Tim Gallagher, de 65 años, y Martjan Lammertink, de 44 años, lo pasaron aún peor durante su búsqueda de pájaros carpinteros Campephilus en otros países antes de llegar a Cuba para encontrar al abuelo de todos ellos, el escurridizo y mayormente extinto Carpintero Real. Nadie los ha buscado lo suficiente durante un tiempo prolongado aquí, en este lugar donde no era tan probable encontrarlos. Alguien debería buscarlos en Cuba, decía la gente que sabe y le interesa el tema, y por eso Gallagher y Lammertink están aquí. Y aparentemente no hay mucho a lo que no estén dispuestos —incluyendo sufrir y morir— para conseguirlo.
Hubo asuntos de último momento. Gallagher tuvo que cerrar cabos sueltos en su oficina del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell, como editor en jefe de Living Bird. Lammertink tuvo que viajar 22 horas en autobús para llegar a un aeropuerto de Brasil desde el interior de Argentina, donde el ornitólogo holandés trabaja para el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, y luego afrontó 19 horas de vuelos y aeropuertos hasta Ithaca, Nueva York. Los dos fueron juntos a Walmart a comprar ollas, sartenes y tiendas de campaña, se quedaron despiertos hasta tarde para empacar y se levantaron temprano para conducir, junto con el escritor, durante más de cuatro horas hasta Toronto y luego llegar tarde a Holguín, al este de Cuba. Gallagher, con más de dos botellas personales de prosecco de la aerolínea, aguardó la aún más tardía llegada del fotógrafo. En cuanto terminaron de desayunar en la sencilla posada familiar la mañana siguiente, luego de cuatro horas de sueño para Lammertink y tal vez cinco horas para Gallagher, desplegaron los mapas sobre la mesa, y Carlos Peña, un especialista cubano en historia natural, los ayudó a preparar una estrategia. Aquí es donde termina el camino pavimentado. Señalaba y se inclinaba. Aquí es donde terminan todos los caminos. Aquí podrán buscar unas mulas para que los ayuden a transportarse. Luego se dirigieron a un almacén para comprar arroz, pasta, huevos y agua antes de un almuerzo rápido y comenzaron la primera parte del largo viaje, en el automóvil camino a Farallones de Moa. Hacia las montañas. Dentro del bosque.
El automóvil alquilado era un Willys de 1955: tenía dos asientos y medio en el frente y dos bancos muy estrechos dispuestos a lo largo en la parte trasera. La gran cantidad de materiales, alimento y equipaje del grupo estaban apilados entre medio y sobre la mitad de ellos, lo que hizo que Gallagher y el fotógrafo tuvieran que apretarse en los bordes de pequeñas banquetas opuestas,encorvándose para no golpearse la cabeza contra el techo de metal. Al momento del desayuno la escritora expresó nuevamente su deseo de que hubiese cinturones de seguridad, algo de lo que ella siempre se intenta asegurar en los viajes de trabajo cuando queda a cargo de la logística. Mientras que el fotógrafo reconoció este pedido amablemente, diciendo que se trataba de un deseo humano normal, Lammertink no se dignó a responder. Gallagher, tal vez un poco alegre durante la noche anterior, se había dado un pequeño golpe en la rodilla y se había reído del asunto mientras el joven conductor se alejaba a toda velocidad del aeropuerto y avanzaba por las calles entre la gran cantidad de carretas tiradas por caballos en la oscuridad. Ahora, mientras se preparaban para conducir durante las primeras tres horas de las muchas que pasarían en las carreteras de Cuba en los dos meses siguientes, Lammertink invitó a la escritora a escurrirse en el único lugar en el que entraría: entre él y el conductor. "Sería mucho más letal en un accidente", dijo sobre ubicarse en el asiento delantero, luego se rió, ya que parecía gracioso el hecho de que los accidentes automovilísticos eran la mayor cause de muerte de estadounidenses fuera de su país.
¡Ja ja!
Pero por supuesto, esto es avistaje de aves. Arriésgate o vuelve a casa.
El destino era Ojito de Agua, un área detrás de Farallones en las montañas del Parque Nacional Alejandro de Humboldt. En 1986, los biólogos cubanos Giraldo Alayón y Alberto Estrada encontraron Carpinteros Reales allí y unas semanas más tarde, ellos y los especialistas en carpinteros Lester Short y Jennifer Horne confirmaron los avistamientos allí. Lammertink pasó ocho meses en 1991 y 1993 buscándolos allí. Ojito de Agua ha sido protegido durante los últimos 30 años —desde los avistamientos— por lo que Lammertink espera que tal vez el hábitat ahora podría ser más acogedor para los Carpinteros Reales.
En el automóvil camino a Farallones, Gallagher recibió los golpes en sus viejos huesos en el asiento trasero, sin quejarse y con paciencia inhumana. El polvo se arremolinaba a través de las ventanas abiertas y rotas, y aumentaba a medida que se alejaban de la ciudad, a cinco millas por hora e incluso más despacio cuando no hubo más pavimento y el camino comenzó a ir cuesta arriba, y se volvió rocoso y lleno de baches. Se movía alegremente en sus botas Wellington a través del barro y tablones estrechos sobre barrancos, hacia una cabaña en la jungla que les había prestado un productor de café que nunca, nunca abotonaba su camisa. Luego, volvió a salir después de que el oficial regional de Áreas Protegidas informó telefónicamente a los extranjeros que no les permitiría ingresar al bosque desde ahí. Y que no se les permitía la entrada a Farallones tampoco. Al tratarse de un pequeño pueblo fangoso, no cuenta con instalaciones o servicios para los visitantes, y esto incluye lo más importante: el permiso para alojarlas.
Así que los envió a Baracoa, un maravilloso pueblo costero algo descuidado a cuatro horas y media por una no-carretera que iba dando saltos hacia el este, para reunirse con el funcionario regional de Áreas protegidas, quien a su vez los envió de nuevo unas dos horas hacia el oeste, al centro de visitantes del parque nacional en la Bahía de Taco. Un fragmento de césped del tamaño de un estacionamiento que separaba la no-carretera del océano, donde el grupo fue a dormir por dos noches en una cabaña en la jungla diferente y un poco más oficial, mientras que la agencia de Áreas Protegidas consideraba si les permitiría que se aventuren en lo profundo del parque nacional o no.
En Taco Bay los tábanos eran salvajes. No había fontanería sino un contenedor con agua de río del cual el grupo podía retirar baldes para bañarse junto a la carretera inexistente. Todos, incluso los observadores de aves, odiaban el cuarto de baño, una instalación exterior para varias personas, que no gozaba de mucho mantenimiento. Cuando se acabaron los suministros de agua potable que habían llevado, la escritora investigó cómo utilizar el equipamiento de filtrado de agua y esterilización UV que había comprado antes de embarcar y le había costado $250 (tanto ella como el fotógrafo, quienes estaban acostumbrados a las dificultades pero de otra índole, se habían dado cuenta de que ambos tenían los mismos nuevos calzoncillos con tecnología antibacterial y secado rápido). Gallagher la ayudó a purificar agua para el grupo, impresionado con la practicidad que presentaba por sobre un filtro de camping, que filtra las bacterias un sorbo a la vez y no filtra los virus, y que era todo lo que él llevaba en su bolso, a pesar de que no era ingenuo y conocía las enfermedades transmitidas por el agua, y no poseía un tracto digestivo inquebrantable. Una lista parcial de los lugares donde Gallagher ha sufrido problemas gastrointestinales severos incluye México, Costa Rica y Perú. En México, también contrajo Hepatitis A, que es un virus.
Pero este no era un viaje "complicado". Un viaje complicado hubiese sido uno como, por ejemplo, el de México donde en 2010 Gallagher y Lammertink buscaban imperiales, una especie de carpinteros más grandes (los más grandes) y probablemente también extintos, y se dirigían hacia tierras de cárteles tan peligrosas que todos los biólogos mexicanos que habían sido reclutados para ir con ellos se marcharon. De todos modos, Gallagher y Lammertink continuaron, y en uno de los pueblos que pasaban, tres casas fueron quemadas por completo, un hombre secuestrado para pedir rescate. Mientras conducían por la zona, se cruzaban con locales que huían en dirección opuesta. Pero ellos siguieron adelante, cruzándose con traficantes armados y traficantes nuevos y guías locales que llevaban subfusiles Uzi. Gallagher rezaba pidiendo que si lo mataban, su esposa encontrara sus notas y terminara el libro en el que estaba trabajando. Cuando salieron vivos de esas montañas, el guarda forestal que bajo protesta los había ayudado a entrar, rompió en llanto.
O bien, un viaje complicado hubiese sido uno como el de Argentina, donde Gallagher y Lammertink caminaron hacia arriba y hacia abajo, y más alto y bajo, y alto nuevamente siguiendo a los Carpinteros Cara Canela identificados por radio (una especie que indiscutiblemente existe) por las colinas de la selva. Comenzaban su tarea a las 4 am todos los días y continuaban durante 14 horas mientras llovía ininterrumpidamente y los picaban mosquitos infectados con huevos de éstridos, que dejaban caer las larvas de parásitos en sus cuerpos, donde se adentraron, crecieron y se desarrollaron. Lammertink no dijo nada al respecto, pero Gallagher lo sorprendió una vez encogiéndose de dolor mientras uno rompía el tejido del hombro por debajo de su piel. (Gallagher mismo llegó luego a un punto de ruptura y removió indiscriminadamente la infestación, su piel y el tejido del muslo con un cuchillo). Al vivir en Argentina y recorrer a menudo las selvas en busca de Carpintero Cara Canela, Lammertink sufrió en promedio 40 casos de éstridos por año. Al ducharse en su primera mañana aquí en Cuba, apretó una masa de pus amarillo con partes de éstridos muertos parcialmente licuados en un agujero en su antebrazo.
Cuba no es nada. ¡Ni siquiera hay éstridos en Cuba!
Aún así, el conductor de la camioneta del gobierno tiene razón. Las cosas empeoran. En el momento en que lo hacen, el equipo se ha dirigido al este de nuevo a Baracoa, y luego hacia el sur a través de las montañas y en caminos en zigzag junto al océano claro en el otro lado de la isla. A partir de allí se dirigen nuevamente hacia el oeste, presenciando vistas preciosas con la playa a la izquierda y la dramática roca desértica a la derecha en el camino a Guantánamo, a otra oficina de Áreas Protegidas a rogar, negociar, y finalmente conseguir el deseado permiso para ir a Ojito de Agua. Dejaron el Willys alquilado y cargaron más provisiones en este jeep del gobierno conducido por este empleado del gobierno, aunque después de un brevísimo paso por el mecánico, al menos un empleado del parque nacional indicó que en su opinión el vehículo apenas podía o no estaba listo para completar el viaje en el medio-camino de montaña. Incluso en el mejor de los casos, es poco probable que el grupo llegue a destino antes del anochecer, a una estación del Parque Nacional atendida que estaba siete millas por el camino de lodo y rocas; el crepúsculo se acerca, y el pronóstico indica que lloverá, lo que seguro hará el camino intransitable en jeep.
El conductor del gobierno lo intenta igualmente. Respira profundamente y toma coraje cuando termina el camino pavimentado, y chocan con el paisaje desigual, el jeep moviéndose violentamente y Galla-gher y el resto intentado no golpearse entre ellos en el asiento trasero. Hasta que se detienen. Están atascados. Atrapados en una profunda zanja de barro. Todo el mundo sale del vehículo, y recogen rocas y las tiran bajo los neumáticos y en el lodo que está adelante, y después de un tiempo el camión se logra mover. Y luego continúan los choques, y varias veces están muy cerca de volcar, y luego se atascan nuevamente. Y el conductor mata la batería intentando sacarlo de allí. Y todo el mundo baja del vehículo de nuevo, y el engranaje y el equipaje y las provisiones se descargan, extendidas alrededor del claro fangoso, y el conductor huye, y después de un largo rato regresa con dos bueyes enyugados de una granja en alguna parte y los atan a la camioneta y todo el mundo la empuja y mueve, mientras que el granjero le pega a los bueyes sin descanso, dibujando ramas y luego árboles pequeños enteros sobre sus espaldas y en sus rostros hasta que se liberan y escapan y no pisotean a nadie pero tienen que ser perseguidos y amarrados nuevamente a la camioneta.
Luego de un par de horas, Gallagher se dirige a la escritora y le dice, "Esto le da una pequeña idea de lo difícil que es el estudio de estas aves. Y por qué nadie lo hace".
Empieza a oscurecer.
Comienza a llover mucho.
Ella realmente no tiene idea.
En las fotografías, el Carpintero Real tiene algo humano.. Hay cierta conciencia en sus ojos amarillos extrañamente alertas, una intensidad en su mirada que, combinada con su amplia postura —poco común en el mundo de las aves— se interpreta casi como frialdad. En imágenes a partir de 1938 de un gran espécimen joven, posado sobre el naturalista J. J.
Los especímenes embalsamados se ven como una pesadilla andrajosa. Los que están en la bóveda de la Ornitología del Laboratorio Cornell eran deprimentes, con la mirada perdida o sin ojos y viejos. Gallagher y Lammertink los trasladaron pasando muchas puertas de seguridad para que la escritora pudiera inspeccionarlos antes de viajar a Cuba. Uno de los especímenes, montado sobre un trozo de madera, era anteriormente una decoración en una galería exterior o algo así, ya que sus plumas estaban degradadas y rotas. En la oficina del director de colecciones, otro espécimen embalsamado tiene su lengua dentada intacta, extendida entre su pico abierto, pero cuando lo levantaron con cuidado para una revisión más exhaustiva de la escritora, una larga garra se desprendió de la pata.
No es de extrañar que Gallagher estuviese tan encantado de ver uno vivo volando a través del cielo, en los bordes del pantano de Arkansas en 2004. Estaba obsesionado con las aves desde que podía recordar; una vez en su adolescencia temprana estuvo tumbado boca abajo en el suelo bajo el sol de las montañas de California durante horas aparentando estar muerto para que un Buitre Americano Cabecirrojo se posara sobre él. (En el momento en que el experimento fue abandonado a regañadientes como un fracaso, estaba tan quemado y deshidratado que apenas tenía fuerzas para volver en bicicleta por la colina hacia su casa). Y allí estaba, después de tanto buscar, redescubriendo las especies fantasma más codiciadas e icónicas del mundo de las aves. O eso sostiene, al igual que muchos otros investigadores, quienes el Laboratorio de Ornitología posteriormente alistó para recorrer los bosques de pantano a través del sur durante cinco años, lo que implica un gasto de varios millones de dólares; aunque el único video que pudieron capturar es una prueba muy controvertida.
Cuando era adolescente, Lammertink también trató de atraer la atención de un buitre; primero intentó comprar una oveja muerta, y luego en última instancia recurrió a cubrir una muñeca en salsa de tomate para simular sangre, y la dejó bajo la trayectoria de vuelo de las aves de rapiña. (Este experimento también fracasó). El era uno de los investigadores de Cornell que buscaba Carpinteros Reales hace 10 años, pero no presenció ninguno de los seis avistamientos nombrados en el documento que la publicación del Laboratorio. Él aún le cree a sus colegas, pero piensa que el ave o las aves que vieron probablemente hayan muerto. Se mantiene altamente escéptico sobre que el Carpintero Real pudiera aún sobrevivir en Cuba, el único otro lugar además del sureste de los Estados Unidos donde se sabe que vez han llegado a vivir: El título del trabajo que publicó luego de su búsqueda aquí en los años 90 es "Situación de los Carpinteros Reales Campephilus principalis en Cuba: con casi plena seguridad están extintos." Escribió otro artículo para la revista del Club de Aves Neotropicales llamado "No hay más esperanzas para el Carpintero Real Campephilus principalis". Pero ahora piensa que tal vez las aves no estaban allí en ese momento, en los pocos sectores remanentes de bosque de pinos donde el investigador estadounidense George Lamb los vio con seguridad (y obtuvo pruebas fotográficas) en 1956, el último registro universalmente aceptado en la Tierra. Tal vez encontraron un hábitat adecuado en los árboles de las tierras bajas cercanas, donde puede que estén esperando hasta que el nuevo bosque de pinos protegido se regenere lo suficiente para poder volver.
Dicho esto: El guía del parque nacional asignado al grupo en Bahía de Taco, quien se hace llamar El Indio, dijo que vio un Carpintero Real con su padre hace tan sólo 24 años, justo en esos árboles de las tierras bajas, donde por lo general no se esperaría que viviesen estas aves.
Por lo que el grupo fue a buscarlos en los árboles de las tierras bajas. Desde la Bahía de Taco dieron inicio a lo Gallagher llama invariablemente una "marcha de la muerte": una trayectoria de 12 horas y, según el iPhone del fotógrafo, a una altura equivalente a 99 tramos de escaleras sobre un suelo arcilloso rojo por lo general extremadamente resbaladizo, rastreando las marcas o cavidades de nidos de los Carpinteros Reales en los árboles. Fue ese día cuando utilizaron por primera vez la máquina de los dos golpes.
La máquina de los dos golpes es una innovación que Lammertink diseñó y construyó. Un video en línea lo muestra utilizando el artefacto para atraer a otro carpintero Campephilus, el Picamaderos Piquiclaro, que habita desde México hasta Panamá. Ata la pequeña caja de madera a un árbol con una cuerda, saca un aparato hecho con dos clavijas que él mueve hacia atrás y que luego entran en la caja, primero una y luego la otra haciendo contacto, imitando el sonido distintivo del Campephilus : BAM-bam. En el video, que se grabó en Costa Rica, él hace esto, y luego, a la distancia: Un picamaderos piquiclaro responde con un golpe.
!
En el bosque cerca de la Bahía de Taco, Lammertink caminó arduamente por el desarmado camino para los visitantes del parque y a través de la maleza por una pendiente, buscando un pino en un crecimiento de quebrachos, el tipo de árbol que El Indio dijo que eran dominantes en el lugar donde hizo el avistamiento, no lejos de allí. Todo el mundo se quedó en silencio mientras Lammertink se preparaba. Sacó la caja. La ató al árbol. Colocó el aparato de clavijas. Abrió su cuaderno. Anotó la hora y las coordenadas de GPS. Sacó un reproductor de MP3 conectado a un altavoz camuflado. Y luego, después de toda la preparación, tiró hacia atrás y golpeó.
BAM-bam.
Todos se quedaron en silencio.
Lammertink miró lentamente alrededor.
Esperó de 22 a 23 segundos mirando su reloj, y luego golpeó de nuevo.
BAM-bam.
Esperó.
Golpeó nuevamente.
Y otra vez.
Luego de 10 golpes dobles tiró la toalla y recogió su reproductor de MP3 y altavoz. Revisó su lista de reproducción, luego seleccionó reproducir, sosteniendo el altavoz en alto mientras la grabación de un Carpintero Real, la única grabación existente de Carpintero Real de 1935, sonó, sustentada por la estática pesada. Dicen que suena como un cuerno. O como un cabrito. Kent. Kent-kent. Lammertink caminaba en círculos maldiciendo, y Gallagher se mantuvo alerta escuchando, mientras el sonido se reproducía durante 90 segundos. Luego lo apagó y esperó.
Colocó las manos sobre la cadera. Miró su reloj.
Gallagher no se movió.
Luego comenzaron el proceso nuevamente, en el mismo punto.
BAM-bam.
Un circuito de golpes dobles demora alrededor de 30 minutos. Con otras especies de Campephilus, Lammertink ha esperado hasta 20 minutos después para que respondieran al llamado. Cuando consideraron que habían esperado durante un período de tiempo suficiente, todo el estaba grupo sentado y de pie en silencio en el bosque, recogieron las bolsas, las botellas de agua y las cámaras que había dispuesto y continuaron caminando otros 500 metros dentro del bosque para volver a intentarlo. El llamada alcanza al menos la mitad de esa distancia, por lo que para maximizar la exposición en la cantidad limitada de tiempo disponible para un solo hombre, Lammertink los sitribuye de esa manera. Luego del segundo intento, continuaron con la caminata otros 500 metros, y probaron nuevamente.
Mientras transcurrían los 30 minutos entre golpes y espera la tercera vez ya se estaba haciendo tarde. Hacía calor, y los mosquitos comenzaron a aparecer entre el grupo inmóvil. En algún momento, el fotógrafo comenzó a distraerse. Gallagher se sentó más atrás en el camino y descansó. La escritora practicó su Postura de la Montaña en yoga. De repente un enorme pájaro apareció entre los árboles y se elevó a la vista, impresionante y de grandes movimientos e incluso con alguna parte inferior blanca. Pero se trataba solamente de un Buitre Americano Cabecirrojo, rondando cerca para recordarles que la vida es breve.
Ha habido momentos en los que Lammertink utilizó la máquina de dos golpes donde sabía a ciencia cierta que había carpinteros Campephilus cerca (-guión-existían) y que no respondieron. Si lograba que uno respondiera en un territorio tan grande sería muy afortunado, le concedió al fotógrafo. No conseguirlo no prueba nada.
Por lo que: No hay tiempo que perder. Ni en la Bahía de Taco con los golpes dobles, y especialmente no después de Lammertink se dirigió a la casa del padre de El Indio y lo entrevistó y le preguntó qué sonido la había hecho el Carpintero Real cuando vio el ave con su hijo hace 24 años y el hombre hizo un sonido erraaaaado, muy errado, de un pájaro diferente, y un ala distinta. Como El Indio en ese momento tenía sólo siete años y su recuerdo probablemente había sido influenciado por la identificación de su padre de la especie, se pusieron en duda los relatos de estos dos —los únicos dos— testigos de la excitante posibilidad de que el Carpintero Real viviese o pudiera vivir en bosques que no fueran de pinos al este de Cuba.
Fue un desenlace decepcionante, uno al que Lammertink luego se referiría como "El Giro Inesperado".
Así que no hay tiempo que perder y hay que irse de la Bahía del Taco; aunque el bosque estaba lleno de otras especies para avistar: Palomas Isleñas y Tocororo y Lechuzón Negruzco; Amazona Cubana, Pibí Cubano, Carpintero Jabado, Cartacuba, Ruiseñor Cubano, Cuco Lagartero Cubano, Chipe Trepador, Carpintero Verde. No había tiempo que perder al llegar Guantánamo y obtener el permiso —no hay tiempo para preocuparse o alertar a las autoridades sobre el loro en peligro de extinción mantienen ilegalmente enjaulado en el suelo de la cocina del restaurante donde comieron en la ciudad— y volver a salir para subir cuesta arriba la montaña, no hay un momento que perder como para esperar un nuevo día con más horas de luz restantes y menos probabilidades de que llueva o para esperar por un vehículo totalmente arreglado que no deje de funcionar luego de quedar atascado.
Esa noche, luego de horas de empujar y de que los bueyes tiraran, el jeep se desatascó. Y con más empuje y tracción, se movió un poco hacia atrás y encendió. Pero no puede subir por la roca montañosa que ahora está resbaladiza por la lluvia, aunque el conductor lo intenta durante unos terribles 20 minutos con todo el equipo y el grupo nuevamente en el interior. Hay un puesto militar cubano bastante más abajo; el grupo se abre camino bajo la lluvia, en la oscuridad, y ruega por un fragmento de suelo de cemento sobre el cual dormir en una vivienda que contiene lo que Gallagher se referirá durante el resto del viaje y tal vez el resto de su vida como el peor baño del mundo.
"Será una gran historia para contar luego", continuaba diciendo. Ha estado diciendo esto durante seis días. Continuará diciéndolo durante ocho días más. Pero la escritora no está de humor para coincidir con el principio de que una buena historia es mejor que una buena estadía, en parte porque estaba sufriendo de diarrea —el grupo había llegado a la conclusión de que se debía tratar de una ingestión accidental de una gota de agua de río de la Bahía de Taco— pero también porque las personas (es decir, los hombres) que cuentan constantemente historias de malas experiencias son tediosos. Ella está básicamente segura de que podría escribir una escena igualmente convincente si este puesto militar cubano restringido dentro de la selva en las montañas por encima de Guantánamo hubiese sido en realidad el hogar de un equipo de perros rudimentario vestidos con ropa formal en miniatura y entrenados para servir cócteles a los visitantes —lo cual lo habría transformado en una buena estadía — en lugar de un baño que además de ser El Peor no tiene puerta para separar a cualquiera que lo utilice de sus compañeros.
Más temprano, el fotógrafo se acercó al lado de la escritora y preguntó, ya que ambos se volvieron para no ver los golpes sin piedad que recibían los bueyes —una parte de bosque cubanos protegida estaba siendo deforestada con el derribo de ramas y árboles cada vez más grandes con los que golpearlos—, "¿alguna vez te preguntas si todo esto vale la pena? ¿Por un ave?" Los dos rieron con pesar. Momentos antes, un trozo de madera se había desprendido de uno de los palos con los que golpeaban a los bueyes al romperse contra el trasero del animal y pasó volando junto a la cabeza del fotógrafo, quien no recibió el golpe por una pulgada. "¿Un ave que casi seguramente existe?"
"Definitivamente hay un subconjunto de personas que esto los motiva", le explicaría más adelante el famoso observador de aves y finalista para el premio Pulitzer Scott Weidensaul a la escritora. Hay observadores de aves (y otros biólogos de campo), dirá, que están motivados hasta el extremo de decir "Ahorremos 45 minutos de tiempo en el campo mañana terminando esta caminata esta noche en la oscuridad, a pesar de que podríamos caernos y rompernos el cuello". El mismo ha tomado "muy malas decisones", dice, por las que pudo haber muerto. Incluso cuando no se toman malas decisiones, el resultado puede ser letal. Ted Parker, otro famoso observador de aves, murió junto con el excelente botánico neotropical Alwyn Gentry y el líder ecologista ecuatoriano Eduardo Aspiazu Estrada, en un accidente aéreo mientras realizaban un estudio sobre las copas de los árboles; lo mismo le sucedió a Phoebe Snetsinger, en ese entonces la observadora de aves más prolífica de la historia, cuando su camioneta rodó en Madagascar. Nathaniel Gerhart murió en 2007 en un accidente automovilístico en Indonesia —tres años después de haber descubierto el hábitat previamente desconocido del Cacique de Koepcke— y lo mismo le sucedió a Siarhei Abramchuk en 2010, debido a una picadura de garrapata portadora de la encefalitis en Bielorrusia. Subramanian Bhupathy, director de biología de la conservación en el Centro Ali Salim de Ornitología e Historia Natural en la India, murió en 2014 después de resbalarse por una colina y caer sobre un pico de bambú, clavándoselo en el ojo.
"No estoy diciendo que es una decisión que necesariamente tomaría," Weidensaul dirá de la hipotética peligrosa caminata nocturna. Aunque "parte de eso solo sucede si te has salido con la tuya en el pasado y asumes que te podrás salir con la tuya en el futuro", él está tomando menos riesgos ahora. Pero “Desde luego entiendo lo que impulsa a alguien a tomar ese tipo de decisión. Esta pasión de llevarse a uno mismo hasta el límite, porque no se sabe lo que hay al otro lado de la siguiente colina. Porque no se sabe lo que va a encontrar, y si al final del día no ha hecho todo lo posible, uno se pregunta: ¿Qué hubiese sucedido si lo hubiera hecho?" Weidensaul comenta sobre el Parque Nacional Alejandro de Humboldt : "Si hay una razón por la que hay un Carpintero Real en cualquier lugar, es por eso, es porque esos son los lugares de más difícil acceso".
Cuando el grupo se despierta al amanecer en el puesto militar abajo de Ojito de Agua, Lammertink busca cuatro mulas para llevar el equipo. También llegan dos guías del parque nacional para acompañarlos. Sale un sol abrasador. Se dirigen cuesta arriba. Cuando llegan a la estación atendida varias millas depués durante la tarde, se detienen por un momento; pero luego siguen adelante, cinco millas más hasta llegar al claro en Ojito de Agua, donde Lammertink quiere acampar y realizar búsquedas. La escritora, que ha ingerido alimento pero no lo ha asimilado en dos días debido a la diarrea, está demasiado débil como para ponerse de pie, por lo que la subieron a una mula. También pusieron a Gallagher en otra mula, ya que estaba cada vez más cansado. Llegan a Ojito de Agua un poco antes de que oscurezca, y comienza a llover mientras arman las carpas. Los cubanos llenan el recipiente designado para agua tratada con agua no tratada; Lammertink, el único que habla español con fluidez, no les ha explicado que los estadounidenses están designando determinado receptáculo o por qué lo hacen, ya que él personalmente no se molesta con el tratamiento del agua en este manantial de montaña. Una lista parcial de las tragedias desencadenadas por consumir agua no tratada que se han producido en el trabajo de campo de Lammertink anteriormente incluye: la muerte de un hombre. En aquella época ni siquiera Lammertink confiaba en el agua, debido a lo rudimentario de los recursos para extraerla de la selva de Borneo, pero el asistente de campo, un local, no escuchaba las advertencias de nadie. La difteria apareció rápidamente luego de que regresó a su casa y se volvió peor en muy poco tiempo; cuando sus familiares fueron a buscar ayuda médica no había nada que se pudiese hacer.
El fotógrafo casi bebe el agua sin tratar antes de que se descubriera el error.
La escritora ya ha bebido un litro.
En Ojito de Agua, todo el mundo en los pequeños campamentos se bañan y lavan sus manos en un arroyo en el que mulas orinan y defecan, tanto dentro como cerca de él. La segunda noche, una de las mulas despierta al campamento, gimiendo y golpeándose y rompiendo todo alrededor; se acuesta, y luego, para gran asombro e impotencia de sus amos cubanos, muere violentamente.
“Así no suele ser el avistaje de aves” Gallagher le aclara a la escritora, en caso de que así lo pensara.
Comienza a llover torrencialmente de nuevo. A la mañana, levantan el campamento de la mula muerta por temor a las infecciones y el olor a podrido de la mula y realizan una caminata de tres millas a otro claro, un poco más pequeño, junto a un acantilado, donde los mosquitos vuelan en grandes nubes. Nuevamente llueve cuando llegan para establecerse durante tres noches entre los árboles y maleza, que en esta zona están cubiertas de espinas puntiagudas y pinches de diferentes longitudes. Cuando Lammertink estuvo aquí hace 25 años, rozó accidentalmente una planta que llenó su antebrazo de un zarpullido hinchado, supurante de ampollas abiertas que dejaban escapar pus amarillo, que no se cerraron durante cinco meses, y no terminó de cicatrizar por "años". No puede reconocer qué planta era, por lo que no puede advertir.
Pero.
Entre el movimiento, el machete abriendo caminos en senderos inexistentes, y la supervivencia básica:
Silencio.
Entre el sudor y la lluvia y las dificultades, deslizándose sobre las rocas húmedas en el centro o la derecha por la ladera de una montaña, recorriendo 20 tramos de elevación antes de las 7:30 am un día (la escritora de escalando por sus propios medios, ya que sus heces se han solidificado milagrosamente):
Se detienen. Posicionan la máquina de los dos golpes. Encienden los grabadores, escriben las coordenadas, y llaman al Carpintero Real.
BAM-bam.
Esperan todos juntos durante horas, sentados y parados en silencio, una respuesta. BAM-bam. Esperan. Kent-kent por los altavoces; esperan. Retoman la caminata con dificultad y comienzan nuevamente. Entre toda esa quietud y la ardua observación, es fácil entender cómo la anticipación terminada por un ave que finalmente aparece evocaría sollozos, como le sucedió al hombre con el que Gallagher vio el Carpintero Real en 2004, después de que habían evitado un sinnúmero encuentros cercanos con serpientes de agua venenosas en los pantanos del sudeste de los Estados Unidos.
Pero en Cuba, esto nunca sucede. Lo que es peor, ni siquiera hay señales de que los Carpinteros Reales hayan estado en este lugar recientemente, en esta última parte del país donde vivieron. No hay señales de búsqueda de alimento, no hay pedazos de corteza escamados ni arrancados, algo que suelen hacer los Carpinteros Reales. No hay cavidades recientes. El bosque no es siquiera adecuado para Carpinteros Reales, como le gustaría a Lammertink. Aunque está protegido, es tupido. Los pinos que han vueto a crecer no cuentan con luz y espacio suficiente para convertirse en grandes hábitats de Carpinteros Reales. No ha habido informes entre los locales, ni siquiera rumores de segunda mano acerca de que un Carpintero Real haya sido visto o escuchado en décadas, a excepción de un testigo que irán a visitar en cuanto salgan de los bosques. Todas las entrevistas con posibles testigos que habían rastreado hasta el momento no habían dado frutos:
Al sentarse en el campamento la última final, Lammertink dice que el peor día en el campo es mejor que el mejor día en la oficina. Lo cautivaron los Carpinteros en general y los Carpinteros Reales en concreto cuando encontró un libro sobre esta familia de aves por casualidad en una librería a los 11 años. Cuando se graduó de la escuela secundaria, trabajó en una fábrica de productos lácteos para ahorrar dinero para financiar su viaje para venir aquí y buscarlos, y esta vez, él está satisfecho con la extensión de terreno que pudo cubrir. Está hambriento, ya que sólo comió un puñado de galletas rancias para el almuerzo en un nuevo día difícil de viaje y golpes dobles, y también está sediento desde que perdió su botella de agua en algún momento. Después de haber observado el estilo de sus interacciones con los otros miembros del grupo durante casi dos semanas, la escritora ha resaltado entre sus notas no olvidar preguntarle si le gustan más las aves que las personas, pero en esta última noche se sienta junto a él y le pregunta en cambio si le importan más las aves que sí mismo.
Hace una pausa durante mucho, mucho tiempo, y tartamudea. Cuando se lo presiona reconoce que los éstridos son una molestia continua y dolorosa, pero una pequeña, y tal vez debería poner más DEET en su ropa. Pero cuando estás por levantarte cerca de un ave y sientes que se te posa un mosquito, no puedes intentar aplastarlo como un loco. No. Apenas te atreves a respirar. No cree que se mataría por un ave. No deliberadamente. Sí, ha contraído dengue y malaria, y una vez murió. Bueno, no murió del todo sino que estuvo muy cerca de la muerte, cuando él y el asistente de campo fueron rodeados por miles de abejas en Borneo. Luego estaban conscientes e inconscientes, sufiendo feroces vómitos y diarrea mientras que algunas personas del pueblo intentaban arrancar los miles de aguijones de sus rostros y espaldas y brazos, y otros se quedaron por ahí diciendo que sin duda no sobrevivirían. Fue un Halcón Abejero Oriental, que arranca y abre nidos de abejas", lo que las alborotó y causó todo el episodio; Lammertink nunca había visto una de estas aves, y estaba muy entusiasmado hasta que las abejas comenzaron a atacar. El y su asistente de campo ahora están casados y tienen dos hijos. "He estado haciendo esto durante, vamos a ver, 25 años, el trabajo de campo en las zonas tropicales ytodavía estoy vivo", dice. Se ríe. "Entonces, ¿por qué no hacerlo por otros 25 años?" No busca emociones. Ni siquiera busca el peligro, dice. Reconoce que algunos de los trabajos que hace son arriesgados, "pero siempre es para algún tipo de proyecto de conservación, y si algo sale muy mal, por lo menos en mis últimos momentos, yo sabré que era por alguna causa mayor".
Por la mañana, Lammertink, que puede soportar casi cualquier cosa, pero no puede soportar una cara sin afeitar, se afeita por tacto al lado del frío arroyo. El grupo levanta campamento. Avanzan ocho millas sobre una cresta de la montaña y salen del bosque, deteniéndose para una última sesión de dobles golpes, saliendo finalmente del lado opuesto al que entraron, el norte, de regreso en Farallones. Amos observadores dicen, a medida que emergen sucios de entre los árboles, que parece que el Carpintero Real estuviese muerto en Cuba. Las conclusiones anteriores de Lammertink, piensa nuevamente, fueron confirmadas. Su pequeña esperanza está destruida.
Pero.
Espere.
El Carpintero Real no se rinde tan fácilmente.
Después de una noche de sueño en la primera cabaña de la selva, los observadores de aves deciden, mientras que el fotógrafo y la escritora no pueden escuchar, que vse adentrarán nuevamente en el bosque. Hoy. Todavía existe ese último testigo, que alguien dijo que vio a un Carpintero Real en 2008 y escuchó uno en 2011. Aún no lo han entrevistado. Están camino a entrevistarlo esta mañana. Si parece creíble,buscarán al escritor y la fotógrafa y reunirán a unas mulas y se adentrarán de nuevo en las montañas para otra sesión de doble golpe esta noche, y otra en la madrugada, y luego tratar de volver corriendo allí y al conductor y al aeropuerto que se encontraba a varias horas de distancia atravesando las carreteras incompletas, para tomar su vuelo del día siguiente.
¡Hay esperanzas! Gallagher piensa, saliendo de su grave agotamiento, gracias al que apenas pudo salir tambaleando del bosque ayer. ¡Aún podemos lograrlo!
El testigo dice que vio Carpinteros Reales, muy bien.
Los vio en 1971.
Gallagher está agotado. Su garganta está lleno de dolor y casi llanto cuando ingresa a la habitación de hotel de la escritora al día siguiente para confesar el plan para deshacerse de ella y continuar la expedición, plan frustrado sólo por la confirmación de un informe defectuoso. "Yo de repente..."dice. "Pensé: Estas aves se han ido realmente". Traga con dificultad. "Quiero decir, yo soy la persona más optimista en el mundo, y esto era... ineludible para mí. Y casi me sentí culpable, como si, rendirme lo causara. Fue realmente como tener a un ser querido conectado a un respirador artificial, y ya se ha ido, y sólo hay que tomar la decisión de abandonar".
Cree que otras personas deberían seguir buscando aquí. Aunque esta seguro de que las aves no están aquí. No sabe por qué. Dice que es complicado de explicar. Sin embargo él no volverá, a menos que haya un avistaje confirmado. Esto fue todo para él.
¡Al menos aquí en Cuba! Habla del Carpintero Real Cubano. Continuará recorriendo los ríos y pantanos del sudeste de los Estados Unidos buscándolo; ¡Claro que sí!, indica. Porque ese es él. Nunca renunciará al sueño de encontrar uno en los Estados Unidos, a pesar de que ha estado envuelto en polémica desde la primera vez que declaró haberlo visto: el catalizador de la lucha de los observadores de aves de más alto perfil en la historia moderna. Weidensaul, al decir en el expediente que él considera los avistamientos de Gallagher "persuasivos", lo equipara con "clavar clavos en el ataúd de mi reputación profesional".
"Necesito ir y así excluir la posibilidad de que estén allí", había dicho Lammertink en el aeropuerto de Toronto antes de que partieran. "Es demasiado importante como para no fijarse".
"Por supuesto, es una posibilidad muy remota, y probablemente no pasará nada", Gallagher dijo el mismo día. "Pero como en la pesca, si usted pones tu mosca en el agua, no hay posibilidad de pescar nada. Podría ir hasta algún arroyo y decir, Este arroyo luce horrible, o lo que sea, o es poco probable que pesce trucha aquía, pero yo echaría la mosca allí. I he pescado truchas en lugares realmente inusuales". Si mantiene esa gran esperanza para las truchas, qué no hará por las aves, que lo han enamorado desde que hablaba con ellos en la galería de su abuela cuando era un niño de tres años, mientras que su padre, un marinero que fue hundido tres veces en la Segunda Guerra Mundial y regresó como un borracho escalofriante, holgazaneaba adentro de la casa. "Alguien tiene que hacerlo,o no se hará."
La escritora y el fotógrafo no entienden, no han entendido, los riesgos que toman los observadores de aves. Sin embargo, se podría argumentar que la escritora y el fotógrafo hacen—que están en este mismo viaje haciendo—lo mismo por su propio trabajo. La pasión de los observadores de aves proporciona un equilibrio, pero sin duda significa muchos éxitos de conservación en este planeta. Los avistamientos en los años 80 lograron que se protegiera el bosque del que recién habían salido, y tal vez no demasiado pronto: tres de las áreas en las que George Lamb fotografió los Carpinteros Reales en los años 50 están completamente taladas y asediadas por la minería, en un país que recién ahora está aumentando su infraestructura y la inversión. Gallagher alegó que los avistamientos de 2004 ayudaron a que se protegiera más de paisaje amenazado de los Estados Unidos. Es difícil decir que el resultado fue malo, independientemente de si hubo Carpinteros Reales allí o no. En su tiempo, los primeros exploradores hicieron cosas extravagantes para descubrir el mundo cuando todavía era salvaje y desconocido. Al igual que sus contrapartes modernas, que están tratando de demostrar que lo sigue siendo,e intentan mantener pequeñas porciones de esa manera.
En el camino a Farallones, de nuevo en el primer día, el grupo se detuvo a un lado de la carretera para ir al baño. Aunque es actualmente la única carretera que conecta todas las ciudades en el noreste de Cuba, que no se molestan en detenerse apropiadamente. Salieron, polvorientos y sacudidos por el jeep. No pasaba un solo automóvil. Después de que todos habían regresado de sus visitas a los bosques aledaños, se quedaron estirando sus piernas en silencio hasta Gallagher recitó, con su mejor voz en off mientras miraba hacia los árboles, "Y se detuvieron para ir al baño, y de repente, ¡apareció un Carpintero Real!"; ante esta posibilidad su cara se iluminó más que dos botellas de prosecco.
Ahora lea la historia desde la perspectiva de Gallagher, como anotaciones diarias, en audubon.org.