Nota del Editor: los miembros de la familia del cuervo, conocido como córvidos, son algunas de las aves más inteligentes del mundo. Algunas son capaces de utilizar herramientas, realizar trucos, enseñar cosas nuevas unos a otros, incluso llevar a cabo “funerales”. Y, sin embargo, todavía hay mucho que no sabemos acerca de estas fascinantes y a veces confusas criaturas. ¿Qué sucede en el interior de la mente de un córvido? Tres principales científicos están encontrando respuestas.
Nicky Clayton | Arrendajos (a continuación)
John Marzluff | Cuervos Americanos
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“¡Te amo!” dice Nicky. “¡Te amo!”
“¡Te amo!” dice Lisbon.
Nicky Clayton tiene cabello rubio hasta los hombros y una postura que refleja su experiencia en el baile. Es una científica. Es muy inteligente. Lisbon es un ave, un Arrendajo. Él también es muy inteligente. Como la mayoría de los arrendajos, especialmente los machos, Lisbon es también un buen imitador. Por lo tanto, no está claro si realmente ama a Nicky, a pesar de que sin duda le gusta cuando ella le da un gusano.
Si ama a alguien, es probable que sea a Rome, su compañera de toda la vida. Lisbon y Rome, ambos de ocho años, han estado juntos desde que tenían solo dos. Comparten un recinto alambrado aquí en el borde de Madingley, un pueblo inglés tranquilo y bien cuidado a unas pocas millas al oeste de Cambridge.
Clayton, de 53 años, se trasladó a la Universidad de Cambridge hace unos 16 años, alrededor de la época en que se estaba convirtiendo en una estrella internacional de la ciencia por sus investigaciones sobre la inteligencia aviar. Como parte del acuerdo, la universidad acordó construir varias pajareras en su anexo de Madingley según las especificaciones de Clayton. No son lujosas, pero las pajareras cuentan con mucho espacio para que los cautivos vuelen por los alrededores, jueguen y se apareen, así como con compartimentos especiales en los que colaboran con Clayton en experimentos de vanguardia sobre cognición aviar. Hoy en día los aviarios albergan cerca de 70 aves, incluyendo arrendajos, charas californianas y grajos, todos miembros de la familia de los córvidos. Por la noche, se pueden oír los graznidos y chillidos en gran parte del pueblo.
En este día particular, Clayton le pide a Lisbon y Rome que muestren su capacidad intelectual en un ejercicio de demostración. Coloca un gusano de cera de color blanco amarillento en la parte superior de una viga de madera que se extiende a través de la malla de alambre de su jaula, luego coloca otro gusano, y otro. Lisbon toma uno de los gusanos de cera y lo oculta en la grava en la parte inferior del recinto. A continuación, recoge dos piedras con su pico y las coloca, una por una, sobre la grava para marcar el lugar. (Al igual que muchos córvidos, el Arrendajo almacena su alimento para comerlo en otra ocasión. Sorprendentemente, pueden recuperar con fidelidad cientos de artículos de alimento —todo desde semillas y bayas hasta crías de roedores— hasta varios meses más tarde, durante el invierno, por ejemplo, cuando el alimento escasea). Luego, Lisbon toma otro gusano de cera y vuela hacia donde está Rome, sentada en su percha. Lisbon le ofrece la larva; al principio, ella actúa como si no le importara. (Hasta ahora nadie ha sido capaz de explicar tal fingida indiferencia). En un momento dado, sin embargo, ella cede y acepta el regalo, permitiendo que Lisbon empuje su pico dentro del de ella para depositar el gusano. Victorioso, Lisbon vuela de nuevo para recolectar más gusanos de cera.
Hace poco, Lisbon tuvo la oportunidad de poner sus habilidades a prueba nuevamente. Clayton y sus colegas diseñaron algunos experimentos para ver si los arrendajos machos pueden anticipar lo que sus parejas femeninas quieren comer. En los ensayos, Lisbon y otros seis machos observaban a través de la malla de alambre mientras los estudiantes y post-doctorados de Clayton servían larvas de gusanos, ya sea de cera o de escarabajos de harina, a las hembras. Luego fue el turno de los machos de alimentar a sus parejas. Teniendo en cuenta las opciones —gusano o escarabajo—invariablemente seleccionaron aquel que sus parejas no habían devorado aún. Para nosotros, los seres humanos, al menos cuando estamos siendo reflexivos, comprender intuitivamente lo que podría querer otra persona es un negocio de todos los días, ¿ella querrá sushi o quizás comida tailandesa, india o china? Pero para un ave es algo muy importante.
Los científicos han sabido por mucho tiempo que las aves —especialmente las de la familia de los cuervos— son increíblemente inteligentes. De hecho, algunos dicen que puede ser uno de los animales más inteligentes de la Tierra, capaz de lograr una serie de hazañas impresionantes que una vez se pensó que eran capacidades solo atribuibles a los humanos, como por ejemplo resolver problemas, fabricar herramientas, tener en cuenta acontecimientos futuros y, tal vez, como ha demostrado Lisbon, considerar el estado mental de otro individuo. Sí, un ave puede hacer todo eso. Y la investigación de Clayton ha jugado un papel importante en estos descubrimientos. “Ella es una persona extraordinaria que logra mucho en un corto período de tiempo”, dice Peter Slater, investigador sobre el canto de las aves en la Universidad de St. Andrews en Escocia y ex supervisor del doctorado de Clayton. “¡No creo que duerma! Ella tenía y, obviamente, todavía tiene, un gran don para identificar preguntas interesantes y diseñar experimentos para abordarlas”.
El interés de Nicky Clayton en las aves se remonta a mucho tiempo atrás. Como hija única de un padre químico orgánico y una madre maestra, creció en Blackpool, una localidad costera en el noroeste de Inglaterra. Desde que tiene memoria siempre quiso volar como un ave. Le encantaba la forma en que las aves se movían a través del cielo, cómo vivían “en un mundo tan complejo de tres dimensiones”. Pasó gran parte de sus vacaciones en Leighton Moss, una reserva natural cerca de Blackpool a cargo de la Real Sociedad para la Protección de las Aves. Arrastrándose a través de las cañas frondosas, ejercitaba sus habilidades con los binoculares observando avetoros, bigotudos y aguiluchos laguneros, por los cuales el santuario es famoso.
A principios de la década de 1980, Clayton fue aceptada en el Departamento de Zoología de la Universidad de Oxford para estudiar con John Krebs. Como experto en ecología conductual aviar, Krebs sería conocido más adelante por su descubrimiento de que las aves que almacenan alimentos tienen un hipocampo relativamente grande, la región del cerebro responsable en gran medida de la consolidación de recuerdos. Durante el tiempo que Clayton trabajó con Krebs, ella se concentró en cómo el ojo izquierdo y derecho del Carbonero Palustre trabajan juntos cuando las aves están creando mapas del tesoro mentales de dónde se encuentra su alimento. Sus experimentos demostraron el papel clave de la memoria espacial en las aves que almacenan alimentos, y dio lugar a dicho doctorado en St. Andrews con Slater.
Décadas de investigación anterior utilizando grabaciones de cantos de aves adultas habían demostrado con claridad que las crías de aves aprenden sus canciones de los machos más viejos. Pero hubo un gran debate acerca de qué machos, ¿sus padres, o los pájaros vecinos? En su trabajo con el Pinzón Cebra, Clayton demostró que ambas respuestas podrían estar en lo cierto, dependiendo de la situación. Si las crías de aves se colocaban en la misma jaula con los tutores adultos, aprendían del individuo más agresivo con ellos. Pero si se encontraban separadas de los instructores por una malla de alambre —lo cual significaba que no podían ser atacadas—aprendían del adulto que sonaba más como sus propios padres, fuera intimidante o no.
En la época en que el trabajo de Clayton se encontraba en plena marcha, otros científicos estaban generando sus propias evidencias de que la inteligencia aviar había sido seriamente subestimada. En la década de 1990, Gavin Hunt, ahora en la Universidad de Auckland en Nueva Zelanda, cambió la sabiduría convencional acerca de los cerebros de las aves cuando demostró que los cuervos de Nueva Caledonia pueden fabricar herramientas con ramas y hojas y utilizarlas para buscar insectos escondidos en troncos y árboles. El trabajo de Hunt sacudió a los investigadores del comportamiento animal tanto como lo hizo Jane Goodall unos 30 años atrás, cuando observó que los chimpancés en Tanzania fabricaban herramientas con hojas de hierba y las utilizaban para sacar termitas de la tierra. Hasta entonces, la mayoría de los científicos creía que solo los seres humanos fabricaban herramientas, una suposición por lo general denominada “Hombre Fabricante de Herramientas”. El hallazgo de que las aves también podrían hacerlo —junto con, según las investigaciones más recientes, delfines, elefantes, e incluso peces— ha terminado con ese prejuicio para siempre.
Pero el trabajo de Clayton va un paso más allá del uso de herramientas, se centra en el punto crucial de la pregunta acerca del cerebro de las aves. La capacidad de Lisbon para predecir lo que Rome querrá comer ilustra que él y sus compañeros arrendajos pueden compartir una capacidad cognitiva sofisticada que podría estar relacionada con la “teoría de la mente”, la capacidad de atribuir estados mentales, como simulación, conocimientos, deseos, intenciones y creencias, a uno mismo y a los demás, y comprender que los estados mentales de los otros pueden ser diferentes del propio. Esta es la definición de empatía. Y esto podría ser evidencia de que existe en las aves.
Sus experimentos han revelado también que los miembros de la familia de los cuervos parecen participar en otra habilidad, que antes se creía era solo humana, denominada “viaje en el tiempo mental”, la capacidad de recordar lo que sucedió en el pasado con el fin de planear para el futuro, como cuando un niño ve a un astronauta partir hacia el espacio y luego decide que él o ella también quiere crecer para ser un viajero espacial. Si bien es muy poco probable que el viaje mental en el tiempo de las aves sea tan grandioso, Clayton y sus colegas han demostrado que puede existir en al menos una forma rudimentaria.
“Llamar a alguien 'cerebro de pájaro' solía ser un insulto”, dice el biólogo evolutivo Russell Gray, director del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana en Jena, Alemania, quien más tarde demostró junto con Gavin Hunt que el uso de herramientas por parte de los cuervos de Nueva Caledonia era una combinación de talento heredado y comportamiento aprendido. “Pero los experimentos inteligentes que Nicky ha llevado a cabo han cambiado fundamentalmente nuestra visión de la cognición aviar”.
Clayton se encontró por primera vez con las charas californianas a mediados de la década de 1990, no bajo los cielos sombríos de Inglaterra sino en las zonas verdes de la soleada California, donde había aceptado un puesto en el cuerpo docente de la Universidad de California-Davis. Fue reclutada para la universidad por Peter Marler, un pionero en el campo del comportamiento animal, más famoso por sus investigaciones sobre los orígenes del canto de las aves y su investigación con Jane Goodall para comprender mejor cómo se comunican los gorilas y chimpancés. Clayton reflexionaba sobre el tema para su proyecto de investigación mientras almorzaba al aire libre en el amplio campus. Observando cómo las charas californianas escondían su alimento en el césped, comenzó a preguntarse si, además de la memoria espacial, las charas también contaban con algo denominado “memoria episódica”, la capacidad de recordar cosas que habían sucedido en el pasado, así como cuándo y dónde.
La memoria episódica es un ingrediente clave en el viaje en el tiempo mental. En lo que se convertiría en un punto de inflexión en su carrera, Clayton pronto se topó con Anthony Dickinson de Cambridge, un experto en neurociencia cognitiva y conductual, en una reunión en Montreal y los dos se pusieron a hablar. “Tony dijo que los animales no tienen recuerdos episódicos; no los necesitan”, recuerda Clayton. Dickinson tiene un recuerdo similar: “En ese momento no conocía ningún ejemplo, ni podía pensar en una función para la memoria episódica. Todo lo que los animales requieren es el conocimiento acerca de su entorno, no la memoria de episodios específicos. O eso es lo que pensé en ese momento”.
Mientras Clayton tenía el presentimiento de que, efectivamente, los córvidos sí tenían esta función de memoria, demostrarlo era otra cosa. Pero pronto encontró una manera de hacerlo. Primero proporcionó varias oportunidades para que los arrendajos decidieran si preferían almacenar gusanos de cera frescos o cacahuetes secos en bandejas para cubos de hielo de plástico de diferentes colores llenos de arena. Los arrendajos aprendieron rápidamente que los gusanos de cera se echaban a perder después de varios días y ya no eran sabrosos, mientras que los cacahuetes tienen una vida útil muy larga. Luego, se les permitió a las aves almacenar gusanos de cera en un lado de la bandeja y cacahuetes en el otro lado. (Uno u otro lado de la bandeja se cubrió con plástico transparente, por lo que no tenían otra opción de dónde almacenar cada elemento). Luego ellos recuperaron los alimentos, ya sea después de cuatro horas o cinco días. Tras el período de cuatro horas, los arrendajos prefieren enormemente los gusanos de cera, pero después de cinco días, escogieron casi exclusivamente los cacahuetes, a pesar de que preferían los gusanos.
Clayton quería estar segura de que su experimento era hermético, que las aves se basaban estrictamente en la memoria y no en el olor de los gusanos en mal estado para tomar sus decisiones. Así que su equipo realizó un segundo experimento en el que, después de que las aves habían almacenado el alimento, los investigadores retiraban todo el alimento de las bandejas y lo reemplazaban con arena fresca. Luego se contaron el número de veces que los arrendajos picoteaban la arena a ambos lados de la bandeja, en busca del alimento. Los arrendajos recordaron no solo qué alimentos se habían escondido y dónde se habían escondido, pero también cuándo lo habían hecho.
Ese trabajo dio lugar a otro estudio —el cual llegó a ser conocido como el experimento de “la planificación para el desayuno”— el cual demostró que los arrendajos eran capaces de planificar el futuro. Clayton y su equipo alojaron a las aves en tres compartimentos, o “salas”, dispuestos en una fila y les enseñaron que ellos serían capaces de encontrar alimento, ya sea en una o en la otra habitación en los extremos de la fila cada mañana. Por la noche se las alimentó con nueces de pino en la sala central y se les permitió esconderlas en bandejas especiales. Las aves aprendieron rápidamente. Almacenaron tres veces más nueces en la sala de “desayuno” que en cualquier otra habitación. (La posición de la habitación variaba en cada ensayo del experimento de modo que las aves no la identificaran simplemente por su ubicación). Muchos investigadores aclamaron estos resultados como prueba de que los arrendajos podían planificar para situaciones futuras, lo cual, junto con la memoria episódica, es la otra característica clave del viaje en el tiempo mental.
Michael Corballis, un psicólogo de la Universidad de Auckland que había sido uno de los principales defensores de la opinión de que el viaje en el tiempo mental era una capacidad exclusivamente humana, dice que ahora “comprende el punto de vista de Nicky”, debido a sus “experimentos elegantes”, así como la investigación más reciente sobre ratas que sugiere que pueden reproducir en sus cerebros los giros y las vueltas de un laberinto.
Pero antes de que Clayton dejara UC Davis para tomar su puesto de trabajo permanente en la Universidad de Cambridge, se produjo otro acontecimiento importante que afectaría profundamente tanto su vida personal como profesional: conoció a su futuro esposo, Nathan Emery, un neurocientífico que se encontraba haciendo su doctorado, en una fiesta. Pero es lo que hizo él después de que se conocieron lo que cuenta. Algunos hombres envían flores. Emery le envió su ponencia sobre el papel de la fijación de la mirada —la capacidad de mirar a los ojos a otros— en la vida social de los primates. “Nathan pensaba que los primates eran los más especiales ya que podían hacer esto y aquello”, recuerda Clayton. “Así que le envié algo que demostraba que las aves también podían hacerlo. Los arrendajos realmente te miran y reconocen a las personas”.
Clayton y Emery se casaron y más tarde publicaron un estudio clave que ellos llaman el ensayo “se necesita un ladrón para reconocer a un ladrón”, acerca de la teoría de la mente. Encontraron que si un arrendajo estaba siendo observado por otro mientras estaba escondiendo alimento, volvería a ocultarlo en algún otro lugar cuando el segundo arrendajo ya no estuviera presente. Pero los únicos arrendajos que “realmacenaban” los alimentos de esta manera fueron los que ya eran conocidos por robar el alimento de los demás. Parecía que el arrendajo debía conocer su propia mente malintencionada para darse cuenta de que era necesario proteger su alimento de otros ladrones. “Para ser a la vez el protector de tus propios alimentos y un ladrón activo de los de los demás, debes ver las cosas desde diferentes puntos de vista”, dice Clayton.
Aunque la mayoría de los investigadores de cognición animal coinciden en que la inteligencia de las aves se subestimó considerablemente antes que Clayton entrara en la escena de la investigación, el campo está más dividido sobre lo que significan sus resultados, y en particular si los córvidos —con el cerebro del tamaño de una nuez— realmente tienen algo parecido a la teoría de la mente humana. Uno de los críticos más agudos ha sido Daniel Povinelli, un antropólogo de la Universidad de Luisiana en Lafayette. Povinelli reconoce que estas aves son muy inteligentes, en algunos aspectos incluso más inteligentes que los chimpancés y otros primates, y que son capaces de una forma rudimentaria de razonamiento abstracto. Pero insiste en que la evidencia no llega a demostrar que realmente pueden entender lo que está en la mente de otra ave. Desde el punto de vista de Povinelli, su comportamiento de apariencia sofisticada puede explicarse más sencillamente por lo que en realidad observan en el mundo real que por la capacidad de entender cómo piensa otra ave.
Thomas Suddendorf, un psicólogo de la Universidad de Queensland en Brisbane, Australia, dice que para entender realmente lo que está pasando en esos cerebros de aves, Clayton y otros investigadores necesitan publicar más estudios que proporcionen evidencia tanto de la inteligencia de las aves como de los límites de sus capacidades intelectuales. “Es mucho más excitante aprender que un animal puede hacer algo que pensábamos que no podía”, dice Suddendorf. “Pero para una imagen completa, tenemos que conocer sus límites. Los resultados negativos pueden ser muy informativos acerca de los procesos subyacentes que impulsan el comportamiento”.
Es probable que el desafío más directo a las interpretaciones de Clayton haya sido presentado por Elske van der Vaart, una investigadora en la Universidad de Reading, en el Reino Unido. Van der Vaart trabajó en el laboratorio de Clayton durante seis meses, mientras era estudiante de doctorado y luego publicó una serie de simulaciones por computadora que sugieren que al menos algo de lo que parecía ser la teoría de la mente podría ser duplicado por “aves virtuales” —es decir, aves de ficción cuyo comportamiento fue generado en su totalidad por una computadora— que lo único que tenían a modo de información eran las observaciones del comportamiento de otras aves. No se requirió la lectura de la mente. Poco después, sin embargo, el grupo de Clayton publicó su propio ensayo refutando al menos uno de los supuestos clave de van der Vaart acerca de que lo que estaban haciendo las aves estaba mal.
Van der Vaart dice que Clayton estaba “totalmente de acuerdo” con sus intentos de encontrar explicaciones alternativas. “Nunca tuve la impresión de que Nicky tuviera ninguna duda de que los arrendajos son exactamente tan inteligentes como parecen ser. Pero definitivamente ve el valor de los modelos que desafían esa hipótesis, aunque solo sea porque agudizan nuestra comprensión de cuán inteligentes son con exactitud.
A pesar de que sus experimentos han convencido a muchos investigadores de que los córvidos tienen algo por lo menos similar a la teoría de la mente y el viaje en el tiempo mental, Clayton dice que no está interesada únicamente en si la tienen o no. Lo que más le importa es “cómo lo hacen, y si lo hacen de la misma manera que los seres humanos”.
El cerebro de un córvido puede ser pequeño, pero Clayton señala que esto no cuenta toda la historia de la inteligencia aviar. En relación con el tamaño del cuerpo, el cerebro de los córvidos es tan grande como el de los chimpancés y gorilas. Por el contrario, el cerebro de una paloma, la cual tiene aproximadamente el mismo tamaño de cuerpo que un córvido típico, es mucho menor. Clayton y Emery, que ahora trabajan en la Universidad Queen Mary de Londres, han argumentado en publicaciones recientes que el cerebro de las aves y los seres humanos son mucho más similares acerca de la forma en que funcionan de lo que se creía, incluso si los dos grupos de animales hubieran tomado caminos evolutivos diferentes hace unos 300 millones de años. Aunque el cerebro de las aves tiene una estructura muy diferente —en contraste con la corteza prefrontal humana, las aves realizan la mayor parte de su “pensamiento” en una estructura llamada caudale nidopallium— Clayton sostiene que “todos los patrones de los canales de conectividad y comunicación son similares. Hay solo tantas maneras de hacer una máquina de pensar”.
Durante los últimos años Clayton y sus estudiantes graduados y en doctorado han adoptado dos enfoques principales para comparar y contrastar cómo piensan las aves y los seres humanos. Continuando su trabajo con Rome, Lisbon y la banda, han diseñado nuevos experimentos para averiguar los límites de la capacidad de las aves para interpretar los pensamientos de otros córvidos.
Al mismo tiempo, el equipo de Clayton ha comenzado a trabajar con niños de alrededor de tres a seis años de edad, a los que se les asignaron tareas similares a aquellas que los córvidos pueden llevar a cabo con éxito para ver a qué edad los niños desarrollan estas habilidades cognitivas. En un conjunto de experimentos, similares en concepto a los que Rome y Lisbon realizaron, el equipo le pide a un niño que empaque una caja de comida para otro niño de la misma edad después de ver un video en el que se ve al segundo niño comiendo ya fuera galletas o trozos de manzana. La idea era ver si los niños entenderían que el niño en el video ya había comido mucho de un alimento y quizás podría preferir tener la otra opción.
Otro experimento se parecía a uno que Clayton realizó años antes con gusanos de cera perecederos y cacahuetes duraderos, salvo que en este caso, el artículo perecedero era un osito de chocolate y el duradero era una galleta de té dura. Después de mostrarle a los niños que el osito, que fue colocado en una caja caliente, se derretiría en un período corto de tiempo —y se les informó que no podían comer el chocolate si estaba derretido— tuvieron que elegir de antemano qué alimento obtendrían después de ya sea un periodo de tiempo corto o uno más largo.
Hasta ahora, estos experimentos con diseños similares al almacenamiento de alimentos, planificación del futuro y otras situaciones que se utilizan para probar la cognición aviar, han demostrado que los niños humanos se quedan de atrás las aves adultas en los primeros años de vida, pero que luego son capaces de realizar las tareas igual que los córvidos cuando llegan a tener cuatro o cinco años de edad.
La gran pregunta planteada por los experimentos de córvidos y humanos, dice Clayton, es cómo estos dos tipos de mentes pueden producir tales funciones psicológicas similares. Una forma de verlo, ella sugiere, es que las diferencias podrían ser similares a las que existen entre las computadoras Mac y PC, sus sistemas operativos son muy diferentes, pero terminan haciendo una gran cantidad de las mismas cosas. Mientras que Clayton no especula sobre qué especie es Mac y cuál es PC, sí tiene la esperanza de que su investigación arroje algo de luz sobre una pregunta más fundamental: “¿Qué significa ser un ave y qué significa ser un ser humano?”.