Cualquier persona que va una y otra vez a su parque favorito a observar aves sabe intuitivamente por qué continúa regresando: simplemente porque se siente bien. Estar en la naturaleza; hacer una pausa, sentarse y descubrir sus maravillas produce una sensación de calma y renovación. Ahora la ciencia está respaldando nuestra intuición con datos y revelando que los beneficios son mucho más profundos. De cientos de estudios publicados, ninguno solo es definitivo, pero juntos ofrecen un mayor sentido de lo que se pierde cuando las personas pasan mucho más tiempo que nunca en interiores.
En Inglaterra, por ejemplo, investigaciones revelaron que los espacios verdes urbanos redujeron la sensación de aislamiento y soledad de los residentes. Vivir a una corta distancia a pie de un parque en Los Ángeles parece ofrecer el mismo estímulo de salud mental que una disminución de dos puntos en el desempleo. En España, los estudiantes de escuelas que viven en vecindarios más verdes tenían más conexiones neurales en regiones del cerebro relacionadas con la memoria funcional y la atención.
“El campo está comenzando a generar ímpetu”, destaca el psicólogo ambiental de University of Washington Gregory Bratman, quien dirigió un análisis reciente de hallazgos en las ciencias sociales y de la salud. “Existe evidencia que respalda la conclusión de que el contacto con la naturaleza es beneficioso para nuestro estado de ánimo, nuestra salud mental y nuestro funcionamiento cognitivo”, explica.
Lo que es más difícil de identificar es precisamente por qué existe esta relación. Una de las teorías principales es que la naturaleza puede restaurar nuestra atención y contrarrestar la fatiga mental que causa el ambiente urbano y sensorial saturado. Otra es que puede reducir el estrés: estudios muestran que la presión arterial, el ritmo cardíaco y las hormonas del estrés disminuyen después de estar un tiempo en la naturaleza. Ambos factores, la función cognitiva y la respuesta al estrés, se han relacionado a afecciones como la depresión.
Ahora, más estudios están profundizando en las preguntas prácticas complejas que los médicos, terapeutas, educadores y expertos en salud pública quieren entender. ¿Qué elementos de un ambiente al aire libre son más importantes y por cuánto tiempo? ¿De qué forma nuestros rasgos, preferencias y antecedentes afectan la manera en que respondemos? Responder estas preguntas no es fácil, pues puede ser complicado diseñar experimentos que aíslen los efectos difusos de la naturaleza. Bratman lo llama la “siguiente enorme frontera” a explorar.
Los médicos serán socios clave en esta iniciativa. Nooshin Razani, directora del Centro para la Naturaleza y la Salud en el Hospital de Niños Benioff de UCSF en Oakland, trabaja con pacientes de escasos recursos “recetando” visitas regulares al parque. En dos ensayos preliminares pequeños, ella descubrió que estas excursiones mejoraban la resiliencia de los niños y reducían el estrés y la soledad de los padres. El hecho de que los adultos visitaran el parque solos o en grupo no afectó los resultados; un descubrimiento que podría ayudar a informar a otros programas. “Realmente sentía que necesitábamos datos experimentales”, comenta.
Pero Razani también cree en simplemente hablar con los pacientes y escuchar sus experiencias. “Creo que realmente debemos tomarnos un momento para entender por qué hay más depresión y ansiedad”, opina. Con ese conocimiento vendrán más herramientas para abordar el desafío de la salud pública. “Creo firmemente que estar al aire libre es parte de la solución”.
Nota del médico
Nadie necesita una excusa para ir a ver aves, pero igualmente en Shetland, Escocia, algunos residentes tienen una buena excusa: lo recomienda el médico. Desde el otoño de 2018, la Royal Society for the Protection of Birds (RSPB) del Reino Unido se asoció con los 10 centros de salud de la isla para dirigir a los pacientes al aire libre, especialmente cuando ven que llegan cada vez más personas con problemas como diabetes, ansiedad y depresión. “Este es un nuevo desafío de salud”, confiesa Carol Campbell, la oficial de comunicaciones del Servicio Nacional de Salud de Shetland. “Hasta hace solo una generación, la población de Shetland vivía una vida muy activa como pescadores y granjeros que llevaban una dieta simple a base de papas, col rizada y pescado grasoso”.
Aunque Shetland tiene mucha naturaleza para ofrecer —afloramientos rocosos, playas y aves marinas— la RSPB crea un calendario estacional de actividades, incluidos el estudio de líquenes, alimentar aves en el jardín y comer al aire libre, que garantiza que los residentes recluidos en sus casas puedan participar. “No estamos sugiriendo que esto reemplace a la medicina”, aclara Helen Moncrieff de RSPB, quien ahora habla de expandir el programa de forma más amplia en Escocia. “Es otra herramienta”.
Durante años, los servicios terapéuticos de la naturaleza se han subestimado o han sido difíciles de cuantificar, pero eso está cambiando: Según un estudio, en todo el mundo, los parques nacionales mejoran la salud mental de los visitantes con beneficios que se calculan en $6,000 millones. Fuera de Escocia, muchos profesionales de la salud y sus socios en organizaciones públicas de tierra y conservación están buscando aprovechar este valor. En los Estados Unidos, hay ahora 87 programas que “recetan” visitas parques en 32 estados; más del triple que hace cinco años, según un censo reciente del Institute at the Golden Gate.
Robert Zarr, un médico de Washington, D.C. y fundador de la organización sin fines de lucro Park Rx America, está trabajando en lograr que otros médicos y profesionales de atención médica se unan. Más de 600 se han inscrito en la plataforma del grupo para que para los médicos sea más fácil ubicar espacios verdes cerca de los pacientes y supervisar cómo los pacientes “surten” las recetas, las cuales especifican una actividad y frecuencia. Él quisiera que un día hubiera una herramienta similar integrada en los sistemas de expedientes médicos electrónicos, y el otoño pasado, los Institutos Nacionales de Salud financiaron un ensayo de investigación de cinco años para evaluar resultados de salud física y mental en el centro de salud comunitario donde trabaja.
Con el paso del tiempo, tales programas pueden ser un beneficio tanto para las personas como para la naturaleza, especialmente con las encuestas recientes que indican que el 25% de los residentes de EE. UU. pasan dos horas o menos a la semana al aire libre. Dice Moncrieff: “La conservación no es posible si las personas no se involucran”.
Se acabaron las clases
Una vez a la semana en la clase de kindergarten de Eliza Minnucci en Vermont, los estudiantes se vestían con ropa adecuada según el clima y escalaban una colina. Pasaban todo el día afuera: un tiempo relajación, un tiempo para el juego y un tiempo para el aprendizaje, además de los rituales diarios como la merienda, el almuerzo y las pausas para ir al baño. La maestra de escuela pública vio cómo estos “días de bosque” formaban destrezas del desarrollo, como el control de la motricidad fina. Pero además, ella simplemente quería que a sus estudiantes les gustara la escuela. “Realmente se trataba de disfrutar”, confiesa.
Estudios de programas similares confirman su experiencia, aunque los datos siguen siendo limitados: Los currículos basados en la naturaleza pueden conferir beneficios académicos, sociales y emocionales, como mayor concentración durante el aprendizaje y menos problemas conductuales. Los niños también desarrollan relaciones más sólidas con el medioambiente —lo que Minnucci observó en su clase como una sensación de lugar y pertenencia.
Minnucci tuvo el respaldo de su director y financiamiento con subvenciones para la ayuda de un asistente para su experimento de 2013. Desde entonces, ha estado apoyando a otros, enseñando en un programa certificado de educación para la niñez temprana basado en la naturaleza y manteniendo una comunidad profesional. Al menos 31 escuelas en Vermont y New Hampshire ahora tienen programas de un día en el bosque, dice, y en algunos lo practican también en grados superiores.
El aprendizaje al aire libre está extendiéndose rápidamente en los Estados Unidos, especialmente con niños más pequeños: Una encuesta de 2017 identificó más de 250 preescolares basados en la naturaleza, un incremento de 10 veces la cantidad de 2012. Este número incluye “jardines de infantes con bosques” basados en modelos europeos en los que los niños pasan la mayor parte del día afuera, y santuarios para la naturaleza que abren sus propios preescolares; en Wisconsin, el programa Schlitz de Audubon, ahora con más de 140 estudiantes al año, fue pionero en 2003. El pasado septiembre, el estado de Washington creó la primera licencia especializada para esta nueva ola de estudios al aire libre, una medida que permite programas de todo el día y mayor acceso.
Con la educación cada vez más programada, Minnucci dice que su experiencia del día en el bosque le dio un impulso creativo como maestra, al mismo tiempo que representaba un nuevo desafío para los estudiantes estrella. Otros niños pudieron sobresalir. Un niño, recuerda, sentía que no era “bueno” en la escuela, pero le encantaba la clase al aire libre porque sabía los nombres de las orugas y los árboles: “Llegamos a reconocerlo como un experto”.
Este artículo originalmente apareció en la edición de invierno de 2019 como “The nature antidote” (El antídoto de la naturaleza). Para suscribirse, haga una donación hoy.