Cuando Oakland, California, pierda dos equipos deportivos profesionales en los próximos años, ganará propiedades costeras de primera. Los estadios para Oakland Raiders y Golden State Warriors serán demolidos, y se creará así un espacio para miles de nuevos hogares asequibles. No obstante, según los modelos climáticos, esas viviendas pueden no durar mucho más que sus antepasados atléticos: La bahía alrededor de los barrios es propensa a una elevación del nivel del mar de hasta dos pies para 2050.
Los lugareños de Oakland no dejarán que esa oportunidad se desvanezca. Han presionado al gobierno para confrontar el cambio climático antes de que cause estragos en las 19 millas de orilla de la ciudad. El intendente y el consejo han respondido con acciones: una hoja de ruta que une las defensas naturales con la infraestructura ecológica, y una promesa de actualizarla cuando los proyectos cambien con el tiempo.
Oakland no es la única población atrapada en la batalla contra el calentamiento global. Hace dos meses el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) proyectó que al nivel actual de consumo de combustible fósil, el mundo vería un aumento de hasta 2.7 grados Fahrenheit en las próximas décadas. Temperaturas más elevadas, observaba, indican desastres más extremos; una narrativa que ya está ocurriendo en las costas de los EE. UU. A medida que las tormentas, los incendios forestales, los desprendimientos y la erosión afectan a comunidades al este y al oeste, varias ciudades se están preparando para lo peor. “Algunos se encargan de todos los aspectos”, dice Katharine Jacobs, directora del Centro para la Ciencia y las Soluciones de la Adaptación Climática en la Universidad de Arizona. Aquellos lugares que no, como Carolina del Norte, han sufrido. En 2012, los legisladores del lugar les prohibieron a las agencias aplicar datos sobre la elevación del nivel del mar a las políticas. Dos semanas luego del Huracán Florence, los barrios en la parte sur del estado permanecieron bajo el agua. De similar modo, Houston, Texas experimentó una inundación catastrófica seguida del huracán Harvey el otoño pasado.
Algunos gobiernos han considerado esos desastres como una alerta. En octubre, el gobernador de Carolina del Norte Roy Cooper mencionó la necesidad de invertir en infraestructura natural. “Nuestro éxito futuro dependerá de las medidas que tomemos ahora”, escribió en un plan de recuperación de Florence de 74 páginas. Mientras tanto, la ciudad de Nueva York ya lleva cinco años en su plan de resiliencia climática de $20 mil millones, que lanzó inmediatamente después del huracán Sandy. “Las personas realmente no quieren padecer otro Sandy”, afirma Jainey Bavishi, funcionario sénior municipal. “Ese es un motivador importante”.
La estrategia de Nueva York incorpora modelos de clima local para establecer pautas para el diseño de construcción y edificación. Encontrar esos datos presentó un desafío, explica Bavishi. Para esbozar las áreas propensas a inundaciones, la ciudad tenía que montar su propio panel de expertos en clima para desarrollar proyectos a medida y soluciones acorde. En general, los pronósticos para la elevación del nivel del mar pueden variar en base a las tasas de contaminación global, el estado de las capas de hielo polares y las condiciones de la tierra. Por lo tanto, si bien hay “estimaciones relativamente buenas” para qué tan rápido aumentará el nivel del mar hasta 2050, al margen de ello, los modelos “se vuelven muy inciertos”, dice Robert Kopp, co-director de la iniciativa Riesgo y Resiliencia del Clima Costero en la Universidad Rutgers en Nueva Jersey. A las ciudades les puede resultar más útil realizar proyecciones geográficas más limitadas en múltiples líneas de tiempo, explica.
Oakland, por su parte, combinó datos del IPCC, académicos del área e informes meteorológicos estatales con aportes de reuniones públicas y grupos aliados para elaborar su propia hoja de ruta. Kristina Hill, una ecologista y diseñadora urbana de la Universidad de California, Berkeley, forma parte de la coalición de Oakland del Este que ayuda a alcanzar la visión futurista del plan mediante la restauración de humedales y reacondicionamiento del tránsito, y enfoques originales para los barrios principales del área de la bahía.
El modelo de Hill re-diseña las secciones de Oakland para que se puedan adaptar a largo plazo pero también para reducir los desplazamientos a corto plazo. “En vez de eliminar las viviendas existentes que son propiedad y son ocupadas por comunidades de color, creo que podemos introducir canales”, explica. Sus propuestas incluyen casas flotantes, lagunas costeras y otras características diseñadas para proteger a los residentes actuales y nuevos por igual. “A medida que se presenta todo este nuevo desarrollo, es una obligación”, tanto para la acción climática como para la equidad social, comenta Hill.
En esa oportunidad yace un aspecto positivo de la preservación. En 2016 los votantes del área de la bahía aprobaron un impuesto a la propiedad (respaldado por Audubon California) para financiar la renovación ambiciosa del humedal, ofreciendo esperanza a los refugios deteriorados como Arrowhead Marsh y las salinas de la ciudad de Redwood. Cuando sean restaurados y expandidos, estos hábitats pueden ampliar el apoyo al Rascón de California y Charrancito Americano, así como a las aves en riesgo de futuras inundaciones. Con la misma importancia, añaden una capa protectora a los estadios, asegurando una existencia más segura para aquellos que pronto llamaran a esa tierra su hogar.
Este artículo se publicó originalmente en la edición de invierno de 2018 como “Bellwethers of Climate Change” (indicadores del cambio climático). Para recibir la revista impresa, hágase miembro hoy mismo realizando una donación.