De qué manera enfrenta errores pasados el parque nacional más nuevo de Canadá –mientras protege nuestro futuro climático

Thaidene Nëné, declarado este verano, es un hito para un movimiento de conservación liderado por indígenas que puede ayudar a mantener el carbono en niveles bajos y a proteger los bosques boreales cruciales a medida que aumenta la temperatura del planeta.

James Marlowe pasa por la superficie vidriosa del lago en su barco pesquero de aluminio y la ciudad de Łutsël K’ rápidamente se pierde de vista. Nos quedamos cerca de la línea costera, evitando los arrecifes ocultos y llevamos la red en línea recta. Se acerca la medianoche pero el Gran Lago del Esclavo (el lago más profundo de América del Norte y el décimo más grande del mundo) ostenta destellos de peces y colinas cubiertas por árboles que resplandecen en el marco del sol de verano. Marlowe apaga el motor y comienza a tirar de la red de 150 pies mano sobre mano.

¡Plaf! El primer pez cae en un recipiente grande de plástico. ¡Plaf! ¡Plaf! Marlowe se pasea por la red y saca los bacalaos. Con algo de esfuerzo, desenreda una trucha de 30 libras y arroja el botín al contenedor. “Oh, ¡aún quedan peces! Esto no va a detenerse”, dice, riendo.

Desde su adolescencia, Marlowe caza, captura y pesca en estas regiones: caribúes, alces, patos, bacalaos y truchas de lago. Al igual que sus vecinos y ancestros de la Primera Nación Dene de Łutsël K’é, él ha seguido una línea de trampas que serpentean desde el bosque hasta la tundra y ha tirado redes debajo del hielo del lago en busca de alimento. “Dependemos de la tierra y el agua para sobrevivir”, dice Marlowe. “Es nuestro propio supermercado”.

Sin embargo, a principios de la década de 1990, la minería de diamantes y la exploración de minerales en los Territorios del Noroeste de Canadá comenzaron a amenazar esta tradición de vivir de la tierra. Las minas crearon algunos trabajos e ingresos para la comunidad, pero también causaron problemas. El gran interés de la industria en el área afectaba a la gente mayor, quien luego le instruyó a la generación de Marlowe que encontrara una manera para proteger la tierra, el agua y los animales para sus propios hijos y para que sobreviviera la cultura, el idioma y la forma de vida de Dene.

Luego de más de 15 años de debate, la Primera Nación Dene de Łutsël K’é ahora ha firmado un acuerdo histórico con los gobiernos de Canadá y los Territorios del Noroeste para formar un área nueva, masiva y protegida denominada Thaidene Nëné, o “tierra de los ancestros”. Con casi el doble del tamaño de los parques nacionales del Gran Cañón, Yosemite y Yellowstone combinados, Thaidene Nëné abarca más de 6.4 millones de acres, desde el punto más oriental del Gran Lago del Esclavo al noreste hacia el territorio Ártico de Nunavut. Abarca el bosque boreal y su transición a la tundra dominada por páramos, lo que la convierte en una de las únicas áreas protegidas en Canadá para cubrir la línea de árboles, un puente importante para las plantas y los animales que pueden migrar a medida que el clima cambia.

Más de 600 comunidades indígenas como Łutsël K’é viven dentro de la región boreal de Canadá. En el pasado, los pueblos indígenas de Canadá, los Estados Unidos y otros lugares también quedaron fuera de la política de conservación y a menudo se vieron perjudicados por ella. Por medio de esta política, los estados han reclamado tierras, han desalojado a usuarios indígenas de la tierra y les han negado derechos. Cuando Canadá creó el Parque Nacional Banff en 1887, por ejemplo, el superintendente George Stewart escribió sobre la exclusión del pueblo Nakoda, incluso a medida que se establecían nuevos pueblos de colonos: “Su destrucción de la presa y la depredación entre los árboles ornamentales convierten a sus visitas demasiado frecuentes al Parque en una cuestión de gran preocupación”.

Thaidene Nëné, que se oficializó en una ceremonia de firmas en agosto, es una historia de éxito de un camino diferente para la conservación (dirigida por los pueblos indígenas) en el que Canadá está a la vanguardia. El mosaico de tierras que conforman Thaidene Nëné ahora está protegido por las leyes de Dene, con parques federales y territoriales y un área de conservación de vida silvestre. Marlowe –que asesoraba al comité de negociación de su gobierno– y su comunidad de 300 personas no solo continuarán viviendo de esta tierra y administrando en forma conjunta el área protegida sino que también se beneficiarán de la mayor cantidad de turismo en uno de los parques relativamente más accesibles al norte del paralelo 60. El logro ayuda a Canadá en su lucha para proteger el 17 por ciento de su tierra y sus vías navegables interiores para fines de 2020, un objetivo de la Convención de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica acordado por 196 naciones (de las que no forman parte los Estados Unidos).

Quizás lo más destacable es que Thaidene Nëné muestra cómo los gobiernos indígenas y nacionales pueden enfrentar daños pasados y resolver la desconfianza persistente para proteger a los ecosistemas vulnerables, un ejemplo que no podría ser más urgente. 

Los grupos de conservación a veces hacen referencia al bosque boreal como el Amazonas del norte. Es uno de los bosques más grandes y prístinos de la Tierra, una franja ancha verde que se despliega en las latitudes del norte, desde Alaska y hasta Labrador, a través de Europa y Rusia. Históricamente, no se la ha considerado una prioridad de conservación; en comparación con las regiones tropicales y subtropicales, el cinturón boreal contiene mucha menos biodiversidad. Pero el tamaño del cinturón boreal y las extensiones del área silvestre, junto con las amenazas en aumento a sus suelos ricos en carbono y a su vegetación, han generado que su protección resulte de vital importancia.

En América del Norte, el bosque boreal cubre 1.5 mil millones de acres, de los cuales cerca de un 80 por ciento se encuentra en las fronteras de Canadá. Estas tierras se despiertan en primavera con la llegada de miles de millones de aves de nidificación, muchas de las cuales pertenecen a especies que están disminuyendo en cantidad. Algunas, incluidas las aves cantoras migratorias, viajan miles de millas desde lugares tan lejanos como el extremo de América del Sur. Thaidene Nëné, en especial, es un área de nidificación para las aves de rapiña; las Águilas Pescadoras, las Águilas Calvas y los Halcones Peregrinos crean hogares en las pequeñas píceas o en los acantilados a orillas de los lagos. Más especies, como la Agachadiza Americana y el Chotacabras Cuerporruín, según el informe del clima de Audubon, buscarán refugio en el bosque boreal a medida que el calentamiento desplaza las zonas de distribución hacia el norte.

El bosque boreal es de igual importancia por su función de mantener el cambio climático bajo control. Solo en Canadá, almacena unas 208 mil millones de toneladas métricas de carbono en el suelo, los humedales, las tuberas y la vegetación, una cantidad aproximada equivalente a 100 años de emisiones de gases de invernadero estadounidenses provenientes de la quema de combustibles fósiles. Tanto por encima como por debajo de la tierra, hay dos o tres veces la cantidad de carbono en cada acre de bosque boreal canadiense que hay en los bosques tropicales. “Durante miles de años, los sistemas boreales han capturado el carbono de la atmósfera, lo que ha servido para enfriar el clima de la Tierra”, dice Merritt Turetsky, un ecologista de la Universidad de Guelph y científico especializado en el ciclo del carbono. “La pregunta es: ¿Podemos mantenerlo en el suelo e impedir que se vuelva a lanzar a la atmósfera?”

En la actualidad, el bosque boreal ya casi no puede ostentar el título del depósito de carbono terrestre con mayor densidad del mundo. Los aumentos recientes de incendios forestales, los brotes de insectos y la actividad humana presentan el riesgo de convertir al ecosistema de sumidero de carbono a fuente de carbono. Entre 2001 y 2017, Canadá perdió masa forestal de bosque boreal en un área apenas más pequeña que el estado de Montana, según los datos satelitales analizados por Global Forest Watch. Más de 1 millón de millas de líneas sísmicas –largos claros construidos para la exploración de petróleo– han cortado el bosque boreal solamente en Alberta. Y a medida que el clima se vuelve más caluroso y los incendios forestales más frecuentes, los bosques y los suelos liberarán más carbono. En 2014, los incendios forestales alrededor de Great Slave Lake y dentro de los límites de Thaidene Nëné liberaron unas 580 megatoneladas de dióxido de carbono, lo que equivale a casi el 80 por ciento de las emisiones anuales de Canadá.

A medida que los riesgos aumentan, los científicos y algunos gobiernos están reconociendo que los pueblos indígenas cumplen una función esencial en la protección y administración de tierras, su biodiversidad y, por ende, el carbono que tienen. Un informe de mayo respaldado por las Naciones Unidas descubrió que la disminución de especies se produce de manera más lenta en tierras de comunidades indígenas. En los trópicos, las áreas y los bosques protegidos rinden mejor cuando están administrados por pueblos indígenas que cuando están gestionados por territorios estatales. En América Latina, las tasas de deforestación son de dos a tres veces más bajas en los bosques tropicales en los que se reconocen y protegen los derechos de las tierras de los indígenas y la comunidad. Un estudio de autoría compartida del biólogo conservacionista de la Universidad Carleton, Richard Schuster, señaló que las áreas administradas por los indígenas son tan buenas, o mejores, para conservar la biodiversidad de anfibios, aves, mamíferos y reptiles que las áreas protegidas convencionales de Canadá, Australia y Brasil. “Desde el punto de vista de un científico, demuestra claramente que mantener a los pueblos indígenas alejados de las áreas protegidas no es la mejor manera de impedir que las especies se extingan”, dice Schuster.  

En Canadá, estos descubrimientos se fusionan con una ola de esfuerzos de conservación liderados por los indígenas que van más allá de Thaidene Nëné. Por ejemplo, luego de 20 años de negociaciones, en octubre pasado los líderes de las Primeras Naciones Dehcho finalizaron la protección de Edéhzhíe, un área rica en turba que abarca más de 5,000 millas cuadradas al oeste del Gran Lago del Esclavo. Esta fue la primera vez que un gobierno indígena trabajó con Canadá, a través de un nuevo fondo de conservación valuado en más de 750 millones de dólares, para crear un área protegida. Y en julio de 2018, los líderes de Anishinaabeg establecieron Pimachiowin Aki, “la tierra que da vida”, como Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO en la costa este del lago Winnipeg. El tracto de 11,000 millas cuadradas de tierra boreal, un área con apenas el tamaño de Maryland, cuenta con un valor de carbono almacenado de hasta 13 mil millones de dólares. En el último año, los gobiernos indígenas han transformado más de 26,000 millas cuadradas de bosque boreal en Canadá, un área del tamaño de Tennessee, en áreas protegidas, y ya se propusieron y planificaron muchas más.

Hasta ahora, los gobiernos indígenas han identificado lugares para protección principalmente debido a su valor cultural y ecológico. Y sin embargo, el hábitat de especies que abarcan desde caribúes de bosque hasta Reinitas Estriadas también se superpone con algunas de las áreas de Canadá más ricas en carbono, dice el vicepresidente de Conservación Boreal de Audubon, Jeff Wells, quien ha estado trabajando con las comunidades indígenas para determinar los beneficios del clima y la biodiversidad de las propuestas de protección de áreas. “Esto puede ayudarlos a defender la conservación”, afirma. “Millones de aves pueden beneficiarse cuando estos ecosistemas no están alterados por los cambios humanos que liberan carbono”.

Esto significa que existe una oportunidad excepcional en Canadá para avanzar con varios objetivos de una sola vez, incluida la reconciliación. El politólogo Eli Enns, el “solucionador de problemas principal” de la Fundación Iisaak Olam, considera que el gobierno federal puede haberse dado cuenta de que no puede combatir el cambio climático o cumplir sus objetivos de biodiversidad y conservación sin trabajar junto con las comunidades indígenas. “La perspectiva más optimista” –señala– “es que ha notado que los pueblos indígenas tienen mucho que ofrecer para la conservación”.

Łutsël K’é se encuentra en un punto que sobresale del ramal este del Gran Lago del Esclavo. No hay rutas que lleven a la ciudad, pero se puede llegar en bote a motor, máquina de nieve o avión a hélice, con salidas periódicas. A orillas de las rutas de la ciudad hay construcciones en tronco, estructuras de tipis, casas revestidas en vinilo, una nueva escuela y un panel solar. Las máquinas de nieve se organizan en manadas entre ahumadores de pescado; los botes forman una línea en la costa y, durante mi visita, se escuchaban risas que provenían de una barbacoa en torno a la que cinco generaciones se reunían para celebrar.

La sección comercial de la Primera Nación Dene de Łutsël K’é se encuentra en una construcción que da a una bahía. Adentro, un corredor conduce a las oficinas de los departamentos que supervisan las tierras, la vida silvestre, la caza y Thaidene Nëné. Un póster dibujado a mano pegado en una cartelera dice con letras mayúsculas y coloridas: “Nuestros ancestros vivieron de la tierra durante cientos de años. No podemos vivir de los DIAMANTES”.

“La minería se realiza justo en nuestro jardín”, señala Prairie Desjarlais, gerente de Programas en Thaidene Nëné. Una de las paredes compartidas de su oficina tiene un conjunto de mapas que muestran Thaidene Nëné, con autoadhesivos que ubican los asentamientos, los lugares de valor cultural y las minas cercanas. Ella recuerda otro mapa, cubierto por puntos que representan a las empresas interesadas en explorar el área en busca de minerales. Ahora están prohibidas en las fronteras del área protegida: “Ha sido un proceso muy largo”, explica.

Thaidene Nëné es el resultado de la paciencia y la perseverancia. El gobierno federal se acercó por primera vez a la Primera Nación Dene de Łutsël K’é, conocida en ese momento como Snowdrift Indian Band, para crear un parque en la década de 1960. Jean Chrétien, Ministro de Asuntos Indígenas y Desarrollo del Norte, llegó con mapas de fronteras propuestas. En ese momento, no se les permitía a los pueblos indígenas vivir en parques nacionales; cazar, pescar o atrapar animales ni ejercer su forma de vida tradicional. “La respuesta fue muy fría; fue un no rotundo”, dice Steven Nitah, ex jefe de la Primera Nación Dene de Łutsël K’é y el negociador principal de Thaidene Nëné. Les arrancaron y destruyeron los mapas y le exigieron a Chrétien que se retirara.

En los años posteriores, las empresas de recursos que buscaban minerales sin explotar y depósitos de energía recurrieron a la región. Los geólogos en primer lugar descubrieron diamantes en los Territorios del Noroeste en 1991, 150 millas al norte de Łutsël K’é. El descubrimiento desencadenó la corrida más grande de delimitación de minerales en la historia de América del Norte y condujo a la apertura de Ekati, la primera mina de diamantes fuera del sur de África o Rusia. Con tres minas activas (la cuarta ha cerrado), Canadá ahora es el tercer productor de diamantes más grande del mundo.

La minería y otros desarrollos de recursos naturales han beneficiado a las comunidades, pero algunas, como Łutsël K’é, han decidido que estas ventajas no siempre compensan los riesgos. “Las minas dan muchos puestos de trabajo, pero le quitan mucho espacio a los animales que viven en las cercanías”, dice Kyle Enzoe, que pesca y caza alces, bueyes almizcleros, perdices, linces y otras presas. 

Por ejemplo, muchos en la ciudad culpan a las minas por cambiar la migración del caribú, que se desplaza al área cada otoño desde la tundra, junto con osos pardos, lobos y aves. Los científicos descubrieron que las actividades industriales estresan a los animales más que la cosecha de subsistencia indígena, ya que dichas actividades provocan ruido, polvo, degradación del hábitat y tráfico de camiones en las rutas de hielo del invierno que conducen a las minas. Los cosechadores de Łutsël K’é afirman que han visto a los caribúes lastimarse las patas con las rocas puntiagudas de las rutas y que los altos terraplenes bloquean el paso de los animales.

Marlowe recuerda cómo el caribú solía bordear la comunidad en octubre a medida que los adultos trasladaban a sus crías hacia los bosques. Recuerda a miles de ellos que cubrían una colina cercana desde la cima hasta el suelo. “Eramos parte de la migración”, dice, enfatizando los vínculos entre la tierra, el caribú y el pueblo Dene. “Eran como una manta, una manta móvil gigante”.

En la actualidad, los cosechadores deben viajar de tres a cinco días para encontrar al caribú y las manadas que antes ascendían a millones se han reducido en más del 70 por ciento en los últimos 25 años. El consumo de carne de caribú en Łutsël K’é cayó un 30 por ciento entre el año 2000 y 2014, así como casi un 90 por ciento nuevamente en 2017. En su lugar, hay alce americano o buey almizclero, o un bife por 19 dólares en el único supermercado de la ciudad.

Durante la corrida minera, el jefe y el ayuntamiento se acercaron a Parks Canada con la posibilidad de crear un parque para el año 2000. En ese entonces, el gobierno federal había adoptado un enfoque más colaborativo para el desarrollo de parques y las causas del tribunal dejaban en claro que no se podía afectar a los derechos de los tratados a cazar, atrapar y pescar. La comunidad hizo un mapa de las áreas de caza, los sitios sagrados y los sistemas de ríos y, en 2007, el gobierno federal marcó las tierras que debían descartarse como opciones para la venta, el arrendamiento o el desarrollo durante los debates.

La minería no era la única amenaza. En 2010, el gobierno consideró una propuesta para instalar una línea de transmisión en el parque propuesto cruzando el río Lockhart, un área con sitios de depósito y cosecha de temporada, áreas sagradas y tradiciones orales. Los Łutsël K’é de Dene realizan peregrinaciones de verano a Ts’akui Theda, o la “Señora de las cataratas” en busca de ayuda, incluida aquella espiritual, física, emocional o curación. “Esta área constituye la zona peligrosa cultural número uno para los desarrollos del pueblo Łutsël K’é de Dene”, escribió el entonces jefe, Antoine Michel, en 2010. El proyecto se canceló.

Nitah, que era el jefe cuando comenzaron las negociaciones formales, dice que un importante desafío se estaba abriendo paso a través de más de un siglo de desconfianza, tanto para los Łutsël K’é de Dene como para las otras comunidades que dudaban de la preservación de sus derechos en el área según el tratado. Otro giro inesperado: El gobierno de los Territorios del Noroeste le quitó la jurisdicción del área al gobierno federal durante las charlas, por lo que la comunidad debía negociar con otra parte: una con un interés en el desarrollo minero. El caso comercial para una economía basada en la naturaleza en última instancia resultó convincente, dice Nitah.

Por último, después de años de reuniones y consultas, el acuerdo del parque firmado en agosto incluía a otras tres comunidades (la Primera Nación Dene de Yellowknives, la Nación del Territorio del Noroeste de los Métis y la Primera Nación Deninu K’ue) que tendrán funciones de asesoramiento y también se beneficiarán con algunas oportunidades económicas. Y con la ayuda de Nature United, una afiliada mundial de The Nature Conservancy, la Primera Nación Dene de Łutsël K’é también creó un fondo de beneficencia de más de 11 millones de dólares, con un monto similar a futuro, para financiar la administración conjunta del parque.

Se produjo un hito emocional con anterioridad durante ese año en Łutsël K’é. Luego de una semana de visitas locales y reuniones públicas, en febrero, los miembros de la Primera Nación realizaron una votación. Si bien no era formalmente obligatorio, los líderes no querían firmar los acuerdos para crear Thaidene Nëné sin el apoyo explícito de la comunidad. Desjarlais dedicó 15 horas en un día a verificar los votos a medida que llegaban. Luego condujo por la nieve e ingresó al salón comunitario con cara seria, evitando preguntas. “Bien, ¡tenemos un parque!”, anunció mientras los tamborileros y los bailarines celebraban. Finalmente, el 88 por ciento apoyó la propuesta. “Me enorgullece que nuestros miembros se unan”, dijo Desjarlais. “Todos querían esto: proteger la tierra para las generaciones futuras”.

A

lrededor de las 9, una noche de julio pasado, Desjarlais, detrás del volante de una camioneta, frenó en el muelle de la comunidad. Había estado abrumada de trabajo todo el día, planificando la ceremonia de firma del parque, coordinando a los medios internacionales y buscando alimentos tradicionales (caribúes, pescado ahumado, carne seca) para la celebración.

Las tormentas de la tarde habían retrasado la salida de los Ni hat’ni Dene Rangers, un programa que ella supervisa. Estos Guardianes Indígenas, inspirados por un programa similar en la costa de British Columbia, han sido los ojos y los oídos de Thaidene Nëné desde 2008.

Ahora estaban listos para irse y ella casi se los pierde. “El hielo y el clima son los desafíos más grandes de este programa”, señala casi sin aliento, matando mosquitos gigantes. En el viaje de esta noche, la tripulación de cuatro miembros viajará cerca de una hora hasta Talthelei Narrows, donde se realizan reuniones espirituales de forma anual, para retirar un buque hundido.

“Cuando llevamos a los jóvenes allí, les enseñamos a recorrer las tierras y navegar las aguas”, dice Enzoe, quien ha formado parte del programa desde su inicio. “Salen en lugar de jugar a los video juegos y regresan sintiéndose mejor luego de haber tenido la medicina de la tierra”.

El programa envía pares de guardabosques a Thaidene Nëné durante seis días por vez para que vivan en campamentos base. Durante los turnos, observan y monitorean la tierra y el agua, mantienen los sitios culturales, realizan encuestas de pesca y caza y saludan a los visitantes, en su mayoría, grupos de pesca, con quienes comparten su historia, idioma y tradiciones. Algunos años también establecieron estaciones de monitoreo de aves. Las unidades acústicas que registran el canto de las aves, instaladas cerca de Talthelei Narrows en 2016, capturaban el coro matutino de los Carboneros Boreales, los Juncos Pizarrosos y los Gorriones de Lincoln.

Los programas de monitoreo rara vez se realizan en áreas remotas como Thaidene Nëné; las zonas de distribución de las especies a menudo son cálculos estimativos, dice Shonto Catholique, ex director del departamento de Vida Silvestre, Tierras y Medioambiente de la Primera Nación Dene de Łutsël K’é. Trabaja con científicos del gobierno y grupos de conservación para completar esas brechas de datos y añadir conocimientos tradicionales a los estudios científicos del oeste.

Hasta este año, nadie había realizado una encuesta de aves exhaustiva en toda el área protegida propuesta. En una semana de junio, Catholique, el biólogo del Servicio de Vida Silvestre Canadiense Samuel Haché y un pequeño equipo volaron en helicóptero a docenas de lugares, pasando por humedales para escuchar las llamadas de las aves al atardecer. En algunos sitios, también dejaron unidades para grabar el canto de las aves por la noche. Un análisis inicial de solo algunos datos identificó a más del 90 por ciento de las especies de aves, incluidas media docena en riesgo, como el Pibí Boreal, el Atajacaminos Común y el Zampullín Cuellirojo. “Es un lugar emocionante”, dice Haché. “El límite norte de muchas aves boreales no se conoce y a medida que nos íbamos más al norte, algunas empezaban a desaparecer y otras aparecían”.

Dado que el clima cambia en este área remota, los Guardianes Indígenas serán los únicos centinelas que vigilarán de manera constante. Los Buitres Americanos Cabecirrojos, los ciervos de cola blanca y los pumas, especies que nunca se han visto antes aquí, ya se han observado en el área. Las urracas se han vuelto abundantes y los Cuervos Americanos se están afianzando. En junio, Catholique divisó un Tordo Cabeciamarillo fuera de su oficina, una de las pocas veces que se registró la especie en los Territorios del Noroeste. Con el cambio climático, los incendios forestales están siendo cada vez más frecuentes y severos y los predadores y la disponibilidad de alimento están cambiando en toda la comunidad de aves, dice Haché. El área de reproducción para la mayoría de las aves de Thaidene Nëné se encuentra en su límite norte y su capacidad de adaptarse a las nuevas condiciones determinará qué especie ganará o perderá. 

En la actualidad, existen más de 40 programas de Guardianes Indígenas en Canadá. “Un análisis de dos, que incluía a Ni hat’ni Dene, indicó que cada dólar invertido conducía a casi 2.50 dólares en beneficios que finalmente reducen las cargas impositivas para los canadienses”, dice Nitah. En el presupuesto de 2017, el gobierno canadiense asignó casi 20 millones de dólares durante cuatro años a un programa piloto de Guardianes Indígenas. Pronto, dice Desjarlais, el programa Ni hat’ni Dene funcionará todo el año con un gerente a tiempo completo.

En un sentido más amplio, muchos esperan que el aumento de la conservación liderada por indígenas en Canadá traiga nuevas oportunidades al crear economías locales más diversificadas y sustentables. Recientemente, las comunidades indígenas en Canadá y los Estados Unidos también exploraron nuevos flujos de financiación disponibles para administrar la tierra a fin de reducir las emisiones de carbono. Por ejemplo, las Primeras Naciones Costeras en British Columbia ahora venden créditos de compensación de emisiones de carbono para ayudar a las organizaciones a recortar sus huellas de carbono y usan los fondos para plantar nuevos bosques, replantar los antiguos y reducir la tala. De manera contradictoria, la Primera Nación Dene de Łutsël K’é no califica para dicho ingreso: Dado que el área ahora está legalmente protegida de la deforestación, no califica. 

En cualquier caso, si bien las personas en Łutsël K’é esperan que se creen casi 70 puestos de trabajo de forma directa o indirecta de Thaidene Nëné, la conservación es lo que motiva su trabajo. “El turismo es interesante”, dice Ron Desjarlais, un concejal que administra un negocio de equipamiento, East Arm Pop-Up Camp. “Pero lo principal es la protección de la tierra y el agua”.

Me reuní nuevamente con Marlowe en los muelles de la comunidad. Con una camiseta Edmonton Oilers y una gorra camuflada adornada con las palabras “Orgullo Autóctono”, equipa el bote con un termo de té dulce y pescado ahumado casero. A medida que avanzamos hacia Thaidene Nëné, Marlowe señala Hide Camp, donde la gente se reúne a curtir pieles bajo las indicaciones de los mayores; Egg Island, donde anidan las gaviotas en junio; y los Rápidos Snowdrift, donde se lleva a cabo la pesca con cebo en temporada. Se reclina sobre el costado de la embarcación y hunde una taza de café en el agua fría, bebiendo sorbos profundos y largos.

El parque todavía no es oficial durante mi visita y no hay carteles pero Marlowe conoce las fronteras. Cruzamos y nos dejamos llevar de a poco. Colinas redondeadas se alzan con suavidad desde la orilla del agua y elevan una gran expansión de bosque en la distancia. Flotando en el lago que parece infinito, la tierra se siente inmensa, insondable y repleta de potencial.

Anticipando más visitas, Marlowe lanzó hace poco su negocio de guía, “River’s East Arm Tours”, que recibió su nombre por su hijo adolescente River. Mira la costa con binoculares. “¡Buey Almizclero!”, advierte. Un toro se para en las sombras, con su cabeza dorada inclinada mientras arranca la hierba. Resopla y emite un ruido sordo, luego se mueve con pesadez hacia un matorral de sauces.

Para Marlowe, Thaidene Nëné es más que un lugar en el mapa. Es el agua, los nombres, los rastros y las historias que han surgido de las cascadas y los cañones del río que atraviesan la tierra, pasando de una generación a otra. Piensa en esto incluso con su nueva empresa, afirma. “Haré esto un tiempo y luego le cederé el negocio a mi hijo”.

Este artículo se publicó originalmente en la edición de otoño de 2019 como “Guardians of the North” (Guardianes del norte). Para recibir la revista impresa, hágase miembro hoy mismo realizando una donación.